Locura de amor

-3-

 

Tuvo que esperar unos días para recuperarse del todo, aunque no estuvo aburrida; primero exploró toda la mansión, sus diferentes salas de juego y descanso, las habitaciones de sus padres, del servicio, de los huéspedes, y luego se entretuvo con los libros que Georgina le prestó. Cuando agotó estos, le entregó a John una lista de títulos para que fuera a alguna librería y se los trajera. Ahora tenía muchos libros y ninguna estantería donde ubicarlos, pero entonces Georgina se ocupó e hizo traer una que fuera acorde con el decorado de su habitación.

Primer cambio en la habitación de Heather.

Al menos, pensó, no era una cosa inamovible y permanente.

El día que decidió ir y visitar a Tess, rebuscó en el armario por algo decente que ponerse, pero he aquí otro problema. Toda la ropa de Heather era casi inservible, destapada hasta el descaro. Lo que seguramente pretendía ser sexy, a ella le resultaba ya de mal gusto.

Hizo una montaña en el suelo con la ropa que iba descartando hasta que encontró un par de jeans que no tenían ni rotos ni bordados llamativos, y una blusa de seda blanca sin mangas y un agujero en la espalda, pero que al menos cubría bien sus senos. Aun así, se sentía bastante descubierta, así que buscó una chaqueta que le combinara y la plegó sobre su brazo.

Los accesorios no fueron problema; Heather tenía miles, de todo material y colores. Se los quedó mirando un poco perdida, el problema estaba en que no sabía cómo y dónde usarlos.

— ¿Ya estás lista? – Preguntó Georgina entrando en la habitación—. Le dije a John que estuviese preparado, que en cualquier momento salías—. Se asomó al cuarto de baño, donde estaba el enorme guardarropa, y la encontró descalza admirando todo lo que la rodeaba: bolsos, zapatos, marroquinería de todo tipo y color, collares, pendientes, pulseras…

— ¿No sabes qué ponerte?

—Creo que necesito ayuda… —Georgina sonrió y empezó, con mano experta, a elegirle los accesorios que irían mejor con el tipo de ropa que había seleccionado. Cuando hubo terminado con ella, tenía el aspecto más chic y de buen gusto que ella jamás hubiese conseguido.

—Tengo mucho que aprender –murmuró.

—Todo es cuestión de práctica.

—Dios, eres la mejor madre del mundo—. Ante esas palabras, Georgina se quedó callada, y apretando sus labios, miró a otro lado. Tomó aire y volvió a hablar.

— ¿Ya estás lista? John te está esperando—. Heather sonrió sabiendo que sus palabras la habían perturbado un poco. Llenó su bolso con los papeles de su identificación, las tarjetas, el nuevo teléfono móvil, y salió.

Subió al auto que la esperaba a la entrada y le echó un último vistazo a la mansión. De algún modo, se estaba acostumbrando a esa vida, y no podía. Esa vida no era su vida. Ella seguía siendo Samantha Jones.

 

— ¿Está segura de que es aquí a donde quiere venir? –preguntó John al llegar al antiguo edificio donde antes había vivido Samantha. ¿Que si estaba segura? Había vivido allí la última década, claro que estaba segura. Pero no dijo nada, y sólo bajó pidiéndole que la esperara allí—. De ninguna manera –dijo John—. Subiré con usted. Cualquier cosa podría pasar en esos pasillos.

Ella no insistió, y encabezó la marcha hacia el apartamento de Tess.

Iban siendo las cinco de la tarde, la hora en la que volvía de su trabajo con los niños desde la guardería, la hora en que era más probable encontrarla en casa. Cuando llegó al piso cuatro, el inconfundible llanto de Nicolle la hizo sonreír. Caminó con paso decidido hasta la puerta y llamó con el nudillo de sus dedos.

A los pocos segundos abrió una Tess ojerosa, despeinada y con aspecto realmente cansado… y Nicolle, al verla, se precipitó sobre sus brazos como solía hacer.

— ¡Nicolle!, ¡espera! –pero no hubo remedio, Nicolle estaba aferrada a su cuello y lloraba y moqueaba sobre su blusa de seda. Tess intentó arrancársela, pero la niña se enroscó alrededor de ella usando piernas y brazos—. Dios, qué vergüenza con usted —se disculpó Tess—, ella nunca se porta así, lo siento tanto…

—No te preocupes, déjala—. Nicolle soltó un llanto lastimero. Aunque ya no era el de hace un momento, en donde parecía que se iba a desgarrar la garganta, este llanto partía el corazón—. Ya, ya, no llores… —Pero la niña no dejaba de llorar. Ella tenía la fórmula para que dejara de hacerlo, pero no se atrevía a usarla delante de Tess. Aquello suscitaría demasiadas preguntas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.