Locura de amor

-8-

 

Los días se fueron pasando, y Heather se alegró de tener a mano el equipo que Raphael le ofreció para trabajar; fue más que eficiente, funcionaban como un reloj perfectamente cronometrado, y Heather comprendió cómo era que los ricos se hacían ricos. Parecían intuir cada sugerencia suya y se adelantaban a cumplirla. Era maravilloso.

A Tess la llevaba de vez en cuando para aprovechar el tiempo y contarle todo lo que le estaba pasando en su nueva vida, cómo a veces no se creía que todo aquello fuera real… y tan perfecto. Tess sólo sonreía feliz por su vieja amiga.

—Quiero que asistas a la fiesta –le dijo Heather, una tarde que asistían a una degustación del segundo servicio de catering que comprobaban para luego aceptar o descartar.

—De ninguna manera. ¿Estás loca? Ni siquiera puedo pagar la entrada.

—Entrarás como invitada mía. Tengo pensado presentarte a Raphael y convencerlo de darte un puesto de trabajo.

— ¿Pero… tienes poder para hacerlo?

— ¡Soy la nuera del presidente! La actual directora del manejo de fondos no es nada frente a mí.

— ¡Eres temible! –Heather se echó a reír.

—Es increíble, pero creo que puedo hacerlo. Te dije que te ayudaría, y te conozco; sé que no aceptarás dinero de la caridad, ni siquiera si viene de una fundación. Vamos, ¡tú estudiaste!

—Dejé la universidad cuando quedé embarazada de Kyle, ¿lo olvidaste?

—Pero hiciste siete semestres de negocios internacionales. Seguro que sabes más que yo de finanzas, que supuestamente hice la carrera completa.

— ¿De veras no tienes esos conocimientos? Porque, ya sabes, sabes usar un portátil, un Smartphone…

—Pero no sé conducir, ni patinar sobre hielo… es como si me consignaran los conocimientos que más necesito, y ningún otro.

—El universo está loco.

—Dímelo a mí. Entonces, ¿aceptarás el puesto?

—Depende de la paga.

—Ya me aseguraré yo de que sea buena. Mientras, aprende cómo se hace –Tess se echó a reír. Heather, como cuando era Sam, se esforzaba por el bienestar de los demás, y antes también tuvo que recurrir un poco a la coacción. Había descubierto que en verdad se podía hacer más por las diferentes fundaciones que Branagan Enterprises apoyaba; la tal Lisa Taylor era bastante inútil, pues nunca había organizado una gala de beneficencia, y ella, en sólo unas pocas semanas, había recaudado ya más dinero y hecho mejores planes de apoyo y acción que ella en todo lo que llevaba en su puesto.

No se puede competir contra la tenacidad de una anciana, pensaba Tess, y Heather ahora sumaba a la tenacidad el poder. Si se lo proponía, podía ser imparable.

 

 

—Nada –dijo Raphael, queriendo que sonara a pregunta, pero salió más como una afirmación.

—Nada –confirmó el detective privado. Estaban en el mismo restaurante bar que la vez pasada—. Aparte de lo extraño que es que se vea con Tess Warden, nada.

—Tess Warden. Aún me parece increíble todo esto… —Se arrellanó en el mueble en el que estaba y se masajeó el puente de la nariz—. Una noche tengo una novia escandalosa, que dice una vulgaridad cada tres palabras; con maquillaje extravagante y ropa llamativa; que odia al mundo, que no ve ni por su madre y casi se mata en un accidente por ir ebria y bajo los efectos de la coca. Todo el mundo la odia y ella odia a todo el mundo; ¡ni sus padres pueden controlarla! –suspiró—. Y al otro día… tengo a una hermanita de la caridad a mi lado. Es buena, se preocupa por los necesitados tanto que mueve cielo y tierra para conseguirles ayuda. Tiene una amiga, y no cualquier amiga; una mujer trabajadora, madre de tres hijos. Usa ropa sencilla, aunque de buen gusto. No va mostrando piel y su maquillaje es apenas el necesario. ¡Todos la aman y ella pareciera amar a todos! ¡Tendrías que escucharla hablar! Dice palabras como… “diablillo”,  “buen mozo” y otras más –cerró sus ojos con fuerza—. ¿Puede cambiar tanto una persona? –preguntó, a nadie en particular.

—Eso lo sabrá usted, señor –contestó el hombre, que esta vez llevaba unos lentes de filtro amarillo—, y en este caso parece que las evidencias no harán que usted cambie su pensamiento, así que no tiene otra opción más que seguir su instinto.

—Instinto –repitió Raphael con voz monótona.




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