Raphael conducía su auto con Heather a su lado. Ésta llevaba aún el vestido de anoche, y tenía pintada en el rostro una sonrisa imposible de disimular. De vez en cuando, él alcanzaba su mano y se la apretaba, sólo por tocarla.
Le hacía sentirse demasiado bien saber que esa sonrisa se la había puesto él en el rostro.
¡Dioses! Había perdido la cuenta de las veces que lo habían hecho la noche anterior, y esa mañana. Lo que sí sabía es que el apetito sexual de esta mujer se equiparaba al suyo propio, que habían dormido si acaso una hora seguida, y, que aún ahora, la seguía deseando.
El teléfono timbró, sacándolo de sus pensamientos. Puso el altavoz y contestó.
— ¿Georgina? –Saludó, al ver que era ella en la pantalla—. Ya vamos en camino…
—No, da la vuelta y esconde a Heather.
— ¿Por qué? –preguntó extrañado.
—No puedes acercarte a la casa, por favor, hazme caso y da la vuelta—. Heather lo miró un poco preocupada.
—Mamá, ¿está todo bien?
—Ay, Dios, ¿está el altavoz?
—Eh… sí…
—Díselo, se va a enterar de todos modos –se escuchó decir a Phillip.
—Mamá, ¿qué está sucediendo?
Raphael, al sentir el tono preocupado de Georgina, y la advertencia de Phillip, maniobró para dar la vuelta.
—Nena… la casa está asediada por periodistas –explicó Georgina—. De alguna manera se enteraron de lo de tu accidente, y ha salido en todas partes.
— ¿Qué? –Bramó Raphael—. ¿Cómo es eso posible? ¡Creí que Phillip había acallado ese asunto!
—Claro que lo hice –se indignó Phillip—. Ya consulté con mis contactos en la policía, y me niegan rotundamente haber dado el soplo.
— ¿Entonces quién pudo ser?
—Estoy investigando, y lidiando con la prensa al mismo tiempo.
—Buscaré por mi parte, esto tuvo que ser alguien de adentro.
— ¿A qué te refieres?
—Tal vez… alguno de los que iba con Heather en ese coche habló.
—No lo creo –dijo Phillip—. Pero de todos modos me aseguraré.
—Te estaré llamando—. Raphael cortó la llamada y miró a Heather, encontrándola blanca como el papel y aferrada al cinturón de seguridad.
—No te preocupes, solucionaremos esto.
—No, Raph. El daño está hecho.
—No es para tanto, no serías la primera que se enfrenta a un escándalo…
— ¡El escándalo no me importa! ¡Es la fundación! He estado trabajando con ellos, perderán credibilidad por mi culpa, por culpa de… Y ahora, nadie querrá donar un centavo, ¿te das cuenta?
Raphael la estudió en silencio, admirado de que no le importara el escándalo sobre su persona, sino cómo afectaba esto a la fundación que acababa de beneficiar.
De pronto, lo tuvo todo claro. La persona que había hecho esto tenía que ganar algo con sacar a la luz pública el accidente de Heather en el pasado, algún beneficio propio. ¿Dinero? No podía ser, ¿por qué actuar antes de chantajear a Phillip, a él, o a la misma Heather? No, esa persona había atacado, ensuciando el nombre de Heather, por una razón muy específica; y no era sólo el escándalo público, pues Heather no era una celebridad. Hollywood y sus celebridades estaban muy cerca como para que un paparazzi le prestara demasiada atención a una simple niña rica.
Si no se hacía algo a tiempo, Heather se convertiría ahora sí y de manera negativa en una celebridad, y perdería toda autoridad para trabajar en lo que, había descubierto, le encantaba: ayudar a los demás. Una persona que trabajaba con dineros de la comunidad debía estar incólume en los anales de la policía, y no era el caso.
Esta persona lo sabía, y he aquí el resultado. Con Heather fuera del cuadro, sólo había alguien que se beneficiaría.
—Te dejaré en mi apartamento mientras me ocupo de esto; allí nadie irá a molestarte. ¿Quieres que llame a Tess para que te haga compañía? –Heather lo miró a los ojos con los suyos un poco secos por la impresión que se acababa de llevar.