Richard vio a su hijo caminar hasta las tumbonas dispuestas alrededor de la piscina. Caminaba como un zombi, con las llaves del auto en la mano, sin mirar nada. Desde la ventana, vio que se sentaba y le daba vueltas a sus llaves en las manos con mirada perdida.
Sonrió y caminó hasta él. Se sentó en la tumbona de al lado y le puso la mano sobre una de sus rodillas para atraer su atención.
—Me llamó Phillip. Me dijo que en tres meses te casarás con su hija. ¿Es eso cierto? —Él no contestó, sólo se pasó la mano por la nuca, masajeándose—. ¿Te lo estás pensando? ¿Te arrepentiste?
—No, yo… tengo un poco de pánico, supongo…
—Ese pánico debe darte justo antes de la boda, no a tres meses.
— ¿Tú… Tú sentiste miedo?
—No. Me casé confiado en que sería mi felicidad, algo para toda la vida.
—Pero no resultó así.
—No tiene por qué ser igual para ti.
—Siempre me lo dices.
—Porque es lo que pienso, y temo que por miedo a tener una vida tan horrorosa sentimentalmente como lo fue la mía, tú dejes de vivir la tuya—. Raphael respiró profundo y miró a su padre.
— ¿Qué opinas de Heather?
—Ya sabes lo que opino de ella.
—Fuera de su físico.
—Oh. Bueno… cuando la vi la primera vez, allá en casa de Phillip, pensé que sería como esas niñas ricas caprichosas e indomables, pero pensé que tú tenías el espíritu suficiente para hacerlo. Ella era hermosa y valía la pena esforzarse… pero luego la conocí de verdad y me llevé una gran sorpresa.
— ¿Qué sorpresa?
—Fue ella la que terminó domándote a ti. Es tan… especial… —Richard sonrió— A veces me recuerda a una madre, hablando con tanta propiedad de la vida, y de todo en general, y luego tiene la mirada de una niña deslumbrada por las cosas más sencillas… Sin embargo, son esas ambivalencias las que la hacen diferente, adecuada para ti, que ya no te deslumbras con nada, que todo perdió interés.
Raphael frunció el ceño y miró de nuevo las llaves en sus manos haciendo una mueca.
—Estoy enamorado de ella, pero…
—Y ella de ti, de eso no tengo dudas –Raphael cerró sus ojos, y Richard analizó a su hijo cuidadosamente—. ¿Se está portando ella de manera inadecuada?
—No, no es eso.
— ¿Te ha sido infiel?
— ¡No! Nunca lo sería.
— ¿Hasta ese punto confías en ella? –eso lo hizo reír. Algo tenía muy claro: Heather, Sam, nunca le sería infiel; nunca arriesgaría lo que tenía con él.
—Sí.
— ¿Entonces?
—Yo… Supongo que sólo estoy confundido.
—Aclárate. Me llamó para decirme que vendría temprano para prepararnos la cena. Dice que quiere hacernos su receta especial de raviolis –Raphael lo miró confundido—. No me preguntes –le contestó Richard—, mencionó eneldo, limón y no sé qué más. En fin, una excusa para pasar la noche en tu cama. Espero que esos raviolis valgan la pena.
—Lo valdrán. Ella sabe cocinar.
—Ah, claro, seguro de niña hizo cursos de cocina italiana –Raphael se echó a reír. Nada más lejos de la verdad. Y luego ya no pudo aguantar la risa. Tenía una novia con mente y habilidades de anciana, cuerpo de diosa y corazón de niña. Cualquiera con dos dedos de frente le diría que era la mujer perfecta.
Siguió riendo hasta que le saltaron las lágrimas, al punto que cuando alzó la mirada, encontró a Richard observándolo preocupado.
—Ah… sólo estoy tratando de deducir si soy un hombre afortunado, bendecido por los dioses, o… No sé, ella es tan… ella.
—Tu madre nunca cocinó para mí, no me fue fiel, no se quedó conmigo toda la vida, dudé que su hijo fuera mío; nos destrozamos la vida el uno al otro. Y aún no me atrevo a divorciarme, siempre esperé que ella se aburriera y lo pidiera. Tu novia, en cambio, te ama; te es y te será fiel según tu confianza; cocina para ti, pone cualquier pretexto para pasarlo contigo, se quiere casar, y se ve más que ansiosa por iniciar una vida contigo, con hijos, perros, gatos, etc… Yo definitivamente opino que eres afortunado.