Locura de amor

-23-

Heather estaba atrapada. Todo estaba oscuro y frío. Golpeaba las paredes llamando, pero no tenía a quién llamar. Ni a mamá, ni a papá.

Sólo llamaba a alguien, quien fuera, que la sacara de allí.

¿Por qué la vida la odiaba tanto? Eso sólo había hecho que ella odiara la vida, y luego todo se había vuelto un círculo vicioso.

Paredes, paredes duras, inquebrantables, negras, la rodeaban y la atrapaban. Y a pesar de lo furiosa que estaba, de los tacos que soltaba, de las maldiciones y los gritos, nadie venía.  ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Una eternidad? No lo sabía, no sentía cansancio, ni dolor, no podía saber si afuera era de día o de noche, o si siquiera había un “afuera”.

Cuando se hizo evidente para ella que nadie vendría, se recostó a esa superficie dura y oscura sintiendo desesperación. No veía nada delante de sus ojos, ni sus propias manos, nada.

—Sáquenme de aquí –rogó, ya sin la altanería del principio.

De pronto, una pequeña luz fue bajando, como una luciérnaga, y se quedó suspendida ante sus ojos. Heather la reconoció de inmediato, y por primera vez en muchos años, en su rostro se dibujó una sonrisa auténtica, pero era más bien una sonrisa triste.

Ella amaba esa luz, lo único que había amado en su vida estaba allí, en ese puntito blanco y luminoso.

— ¿Qué haces aquí? –le preguntó.

—Quería al fin conocerte, mamá –irremediablemente, los ojos de Heather se llenaron de lágrimas.

—No me conozcas así. Estoy hecha un desastre, atrapada en este horrible lugar.

—Es horrible porque aquí preferiste quedarte. Te cubriste con cosas que te fueron destruyendo cada vez más. Esta oscuridad que te rodea, la construiste tú misma.

— ¡Lo sé! –gritó—. Lo sé. Soy una asesina, soy malvada, no tengo redención, todo eso lo sé, ¡maldita sea!

—Pero yo te perdoné –dijo la luz con voz tierna, sin hacer caso de sus gritos, y el llanto escapó finalmente de los labios y los ojos de Heather—. Hace mucho tiempo te perdoné.

Heather se fue encogiendo poco a poco hasta caer a lo que debía ser el suelo. Lloró y lloró. Lloró hasta que su alma se cansó, hasta que pasaron horas, o tal vez días; hasta que cambió la estación y muchas almas nacieron y murieron, lloró hasta que ya no hubo más lágrimas.

Cuando se hizo el silencio, se quedó allí, tendida y mirando fijamente la luz, que aún no se iba.

—Era muy joven –se explicó, como si simplemente hubiese tenido esas palabras en sus labios por mucho tiempo, anhelando que alguien las escuchara—. Tenía sólo catorce años. Mis padres jamás me habrían perdonado, ni comprendido. Hice lo que imaginé que habrían hecho ellos.

—No los conociste. Tal vez te hubieses equivocado—. Heather cerró sus ojos.

—Tal vez. Eso ya nunca lo sabré –respiró profundo y extendió su mano a la pequeña luz, que le rodeó los dedos. Sonrió al sentir que era cálido también—. No quería matarte, pero sentí que no tenía alternativa –la pequeña luz permaneció en silencio—. Siempre fui algo difícil de tratar, así que ellos todo el tiempo estaban recibiendo quejas de mí. Me creían, al principio, pero cometí el error de mentirles una vez, una sola vez, y nunca más creyeron en mi palabra. Así que pensé que les dijera lo que les dijera, yo sería culpable. Y así fue. Entonces me dije: si voy a parecer culpable, seré culpable. Es muy fácil luego de la primera vez.

Suspiró, no apartaba la mirada de la luz. Ni siquiera pestañeaba, sólo la mantenía bajo su vigilancia.

—Me quedé embarazada y tuve miedo, tuve mucho miedo. Presentí que mis padres me enviarían a algún lugar lejos, que perdería todo lo que tenía, pero no me imaginé que, al deshacerme de ti, perdería mi alma. No te conocí, nunca escuché tu voz, pero te amé. Te amé tanto que al perderte te llevaste todo lo bueno que quedaba en mí. Todo lo rescatable.

Volvió a llorar, aunque esta vez intentó controlarse.

—Empecé a odiar a mis padres, pues los creía culpables de mi desgracia, el origen de todos mis dolores. Culpé a los hombres, pues ellos veían en mí simplemente un pedazo de carne muy apetecible con el qué copular. Odié la vida, odié el cielo y la tierra, odié la gente que intentaba ser buena conmigo… Y quería morirme, busqué por todos los medios morirme, aunque la muerte me daba terror… y tenía razón, mira dónde estoy. Tenía razón en temer.




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