Locura de amor

-27-

Phillip miraba a Georgina sostenerle la mano a Heather, quien permanecía dormida. Los doctores aseguraban que en cualquier momento despertaría, y ellos estaban allí esperando.

Había sido difícil ver a su esposa tan angustiada por su hija, todos los días preguntándose si despertaría algún día. A veces les parecía que habían estado allí toda la eternidad, esperando a que su hija reaccionara; la espera se hacía demasiado larga.

Esa mañana no era diferente, pero ahora había una esperanza: ella había despertado ayer en la tarde, y según Adam Ellington, incluso había hablado con él.

—¿Crees que no te haya reconocido? –Le había preguntado Georgina—. Los médicos dicen que es probable que haya perdido de nuevo la memoria, después de todo, fue un terrible golpe en la cabeza.

—No lo sé –fue lo que contestó Adam—. Sólo hablé una vez con ella, no creo que eso sea suficiente como para que, luego de un trauma como este, me reconociera.

Eso los dejaba en las mismas, y por eso estaban aquí.

Phillip no le había contado a Georgina la extraña relación que había entre Heather y Samantha Jones, y él se sentía terriblemente culpable sólo por haber tenido un instante en el que deseara que quien volviese fuera la anciana, y no su propia hija.

Sobrenatural, raro, de locos, esquizofrénico, quizá. Pero esa era la única explicación que había hallado para toda esta locura.

 

Heather Calahan abrió sus ojos y encontró la tierna mirada de su madre. La sonrisa que se dibujó en su rostro al ver que su hija despertaba al fin estaba tan llena de luz y felicidad que la contagió inmediatamente.

—Mamá –le dijo.

— ¡Dios! –Exclamó Georgina apretando suavemente su mano— ¡Gracias! ¡Pensé que habrías perdido la memoria!

—No… —susurró Heather—. Aunque me duele mucho la cabeza.

—Los médicos dicen que era de esperarse –dijo Phillip, mirándola muy concienzudamente—. ¿Recuerdas lo sucedido? –le preguntó luego.

—Una mujer… me golpeó –dijo Heather, sintiendo los párpados pesados, pero luchando por mantenerse despierta.

—Una mujer que hasta hace poco estuvo interna aquí en el hospital –siguió Phillip. Heather frunció el ceño, preguntándose por qué Phillip quería hablar de esto ahora.

—Phillip, cariño, seguro que ella hablará con las autoridades lo que tenga que hablar, pero luego. No la atormentes con preguntas y datos ahora—. Phillip no dijo nada, sólo se quedó mirando a su hija muy analítico.

— ¿Cuánto llevo aquí?

—Dos semanas. ¡Dos semanas eternas!

— ¿Y Raphael? ¿Tess? –Phillip se mordió los labios. Ésta no era su hija. Pero se quedó en el limbo, sin saber qué sentir. ¿Alivio porque era la Heather buena? ¿Dolor al ver que su hija, la rebelde, nunca volvería ya?

No, se dijo, ésta de aquí era su hija, fuese quien fuese.

Raphael estaría muy feliz de saberlo, se dijo, y también Tess…  Pero en su corazón se estaba produciendo una batalla campal entre dos sentimientos. Deslealtad, al admitir que prefería a la mujer cuya mano Georgina sostenía en vez de a su propia hija; y alivio, porque la vida era mucho más fácil con esta mujer buena, a quien el destino había hecho aterrizar en su regazo. Dio unos pasos hasta la ventana y descorrió un poco la cortina para mirar hacia afuera preguntándose si no era demasiado egoísta de su parte; él nunca había podido llegar hasta Heather, ni él ni Georgina… y sospechaba que ninguno en el mundo.

De todos modos, sonrió con una mueca, no era como si le hubiesen preguntado a él para saber a quién prefería.

—Tess estuvo aquí ayer –escuchó que contestaba Georgina ante la pregunta de Heather—, pero ya sabes que ella no puede estar lejos de sus hijos por mucho tiempo.

—Dile que venga. Quiero verla. Y a Raph...

—Raphael canceló el compromiso.

— ¡Phillip! –lo reprendió Georgina.

—Ella tiene que saberlo.

— ¡Pero no ahora! ¡Ni de este modo! –ambos se quedaron sorprendidos cuando Heather, en vez de ponerse a llorar, triste por la noticia, simplemente sonreía.

—Ustedes dos siguen siendo los mismos, por lo que veo.




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