El resplandor jugaba con una unión de matices en el cielo en la mezcla del rosa, azul y dorado mientras más nubes iban cubriéndolo apoderándose de los cielos por lo que pronto el atardecer llegaba a su fin. En la ciudad de New York debería de haber gente saliendo de sus oficinas para amontonarse en las entradas del metro llenándose a tope o encontrándose un bullicio de personas tratando de captar la atención de un taxi y poder llegar a sus hogares a descansar.
Excepto ella.
Excepto la joven de diecisiete años que aún miraba el televisor un día jueves mientras el atardecer daba su termino en el horizonte de su hogar, lejos de los edificios y el alborotado ruido de la ciudad. Una extraña mezcla de sentimientos invadió su pecho. Se sentía triste, sentía el corazón dañado. Pero a la vez se sentía eufórica, emocionada.
Eclipse era una chica más del montón entre muchas chicas de su edad, pero de alguna forma era, algo rara.
—¡No! ¡¿Por qué eres así, Thor?! ¡Él solo quería ser igual a ti!—Exclamaba mientras abrazaba un pequeño peluche—. ¡No, Loki! ¡No, no te sueltes!
Ver la escena donde el pelinegro caía al vacío después de pelear con su propio hermano la hacía sentirse terriblemente mal. Pero aún así, la seguía viendo hasta tres veces al día. Incluso llegó a pensar que era una clase de masoquista o algo por el estilo.
Sin embargo, ella lo hacía por amor y un poco de obsesión también, no tenía caso mentir. Desde que conoció al personaje de Loki en la película de Marvel Studios se enamoró perdidamente de él. Así había comenzado todo, siguiendo después de la película los libros de comics sobre el personaje completando desde los volúmenes de Thor e historietas independientes únicamente sobre él Dios de las mentiras.
Era una cría con un gusto enfermo por los villanos. Pero ella creció, al igual que su "amor" que terminó siendo una obsesión irreversible. Un ejemplo de ello era el peluche que descansaba en sus brazos. Para ella no era ordinario o mucho menos igual a otros peluches. Era especial, ya que se trataba del pelinegro.
Así es, a ese punto llegaba su obsesión.
Sus gritos habían resonado en toda la casa, alarmando a la joven mujer que se hacía cargo de ella, quien dejó el tazón con puré de papas a medio hacer y corrió escaleras arriba. Sentía su rostro palidecer y una terrible sensación de impotencia en el cuerpo al poder correr con más velocidad. Abrió la puerta de golpe, encontrándose con Eclipse tirada de rodillas en el suelo, con su vista clavada en el televisor, siendo empañada por pequeñas lagrimas que salían de sus ojos.
Elena resopló molesta, controlándose a sí misma para no arremeter contra la muchacha. Era la tercera vez que corría a su habitación pensando que ella estaba en peligro, cuando en realidad se trataba de ella, llorando por los malos tratos que recibía el personaje. Rodó los ojos molesta y tomó el control remoto, apagando el televisor en un solo movimiento.
—¿Eh? ¿Por qué apagó el televisor, tía Elena?—Elena suspiró. Había logrado controlarse a sí misma, y ahora se encontraba más tranquila, ya que no tenía deseos de quebrar todos los DVD que estuvieran relacionado con el pelinegro. Se acercó a la chica tomándola de los brazos y levantándola con facilidad.
—Cariño, creo que tienes que dejar de ver esas películas un rato, ¿Por qué no sabes al campo? El clima esta perfecto para ti. Además el atardecer aún no termina, aprovecha de la luz antes de que anochezca.—Cruzo los dedos detrás de sí. Suplicaba internamente para que la muchacha accediera y saliera a pasear. Anhelaba un poco de silencio por unos minutos.
—¿Puedo ir a dibujar debajo del árbol?—Preguntó como si de una cría se tratase. En un gesto tierno e infantil, tratando de conseguir el permiso de ella. Elena asintió enérgica—. ¡Genial, muchas gracias!
Eclipse abrazó de forma rápida a la mujer, tomándola por sorpresa. En lo general, no se le permitía salir mucho de casa, a lo mucho pudo conseguir un trabajo tiempo parcial día por medio en la biblioteca publica con el permiso de su tía, por lo que ese pequeño permiso lo aprovecharía al máximo para relajarse. Tomó su mochila favorita, en donde metió su cuaderno junto otros materiales que necesitaba y su peluche.
Podría viajar al fin del mundo, hacer la aventura más peligrosa de su vida, pero no dejaría a su peluche.
Nunca lo haría.
Salió por la puerta trasera dando un portazo. Era como su manera de decir adiós sin la necesidad de hablar.
Claramente, Elena odiaba que lo hiciera.
***
Faltaban cinco minutos para la media noche cuando la castaña despertó alarmada. Su espalda estaba recargada en el tronco del único árbol de aquel campo. Su vista se perdía en el pastizal, dejando ver solo unas pequeñas luces que representaban su casa. Se levantó incómoda, arrepintiéndose de haberse dormido en una mala posición y sintiendo un leve dolor en el cuello.
Tomó el cuaderno que descansaba en sus piernas y lo cerró cuidando que ninguna hoja fuera maltratada o doblada. Preferiría mil veces un dolor de cuello que una hoja doblada.
Se levantó del pasto sujetándose de la corteza del árbol. Colgó la mochila en su espalda y comenzó su andar con la vista pegada a la luna. Desde que tenía memoria solía salir al techo para hablar con ella. A pesar de estar consiente de que no le respondería, seguía desahogándose con ella.
Sentía la hierba llegarle hasta las rodillas, y cómo estas le provocaban cosquillas, le hacía soltar pequeñas risas. De pronto una pequeña luz que salía de la hierba llamó su atención. Era pequeña, casi del tamaño de una luciérnaga. Solo con la diferencia de que esta era de un hermoso color azul electrizante. Segundos después apareció otra, y otra, y otra. Hasta casi formar un centenar de pequeñas luces que danzaban con gracia y belleza. Eclipse no podía evitar dejar de mirarlas; se había detenido por completo en medio del pastizal, observando cómo estás poco a poco se acercaban a ella. Nunca había visto una luciérnaga, era un sueño hacerlo. Por lo que, al creer que las luces se trataban de esos animalitos una sonrisa se ensanchó en sus labios y sus ojos brillaban, emocionada por el espectáculo.
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Editado: 01.02.2021