—Esto no nos lleva a ningún lado —gruñó con frustración Augusto, cerrando abruptamente el arcaico libro que tenía ante sí.
Rory suspiró y levantó la vista hacia su amigo. Él también estaba desanimado con todo el asunto. Llevaban ya más de seis horas de infructuosa lectura.
—¿Quieres que tomemos un descanso? —propuso el Sanador.
—No es cuestión de cansancio, Rory. La verdad es que no soy capaz de hacer esto. Cada vez me convenzo más de que Darien se equivocó al elegirme para este trabajo. Esto es para un Alquimista experimentado, alguien como Gov.
—En ese caso, yo tampoco soy el indicado, Gus. Zenir o Alaris harían mucho mejor trabajo. Sin embargo, los que estamos aquí somos tú y yo, y debe haber algún motivo para eso. Piensa, Gus, ¿qué tienes tú de especial que no tiene Gov?
—¿Además de conocimiento y experiencia miles de veces menor que la de Gov? —resopló Augusto con sarcasmo.
—Sí, además de eso —le respondió Rory con tono serio.
—No sé —se encogió de hombros Augusto.
—Piensa —lo volvió a conminar su amigo—. ¿En qué se diferencia tu método de transmutación de elementos del de Gov?
—Bueno, para empezar, en Baikal no hay biblioteca. Lyanna me acostumbró a desarrollar mi habilidad sin el estudio de libros de terceros, confiando solo en mis instintos.
—Bien, ¿qué más? —lo animó Rory a continuar.
—Cuando empecé con mis experimentos de mover la materia, enseguida se me dio bien trabajar con elementos orgánicos; es por eso que desarrollé una incipiente habilidad para sanar, aunque a niveles muy básicos —continuó Augusto.
—Eso es muy interesante —asintió Rory, pensativo—. Govannon solo trabaja con materia inorgánica: rocas, metales, cristales…
—¿Crees que allí está el secreto? —inquirió Augusto con la mirada esperanzada.
—Diría que sí —se levantó Rory de su asiento, recogiendo los libros desparramados sobre la mesa para colocarlos de nuevo en los estantes.
—¿Qué estás haciendo? —frunció el ceño Augusto.
—Gov usaría estos libros, pero tú no —explicó Rory—. No los necesitas.
—Pero yo no tengo el conocimiento… necesito…
—Necesitas confiar en tus instintos. No pienses como Govannon, piensa como Augusto —lo cortó Rory.
Augusto suspiró, poco convencido. Rory terminó de despejar la mesa y se volvió a sentar, apoyando sus manos con los dedos entrelazados sobre la mesa, con la mirada expectante clavada en su amigo:
—Muy bien, Gus. ¿Qué hacemos ahora?
Augusto abrió la boca para protestar, pero volvió a cerrarla enseguida. Seguir alimentando la idea de que no era capaz de llevar a cabo su misión no iba ayudar en nada. Se tomó la cabeza con las manos y cerró los ojos por un momento, pensando. Cuando volvió a abrirlos, había una sonrisa en sus labios:
—Si Darien nos eligió para esto, es porque somos capaces de hacerlo y tenemos los elementos necesarios. Todo lo que tenemos que hacer es razonar el problema y resolverlo —anunció, parafraseando las palabras que Polansky solía repetir cuando se encontraba ante un dilema difícil.
—Sangre contaminada —asintió Rory—. Necesitamos estudiarla.
Augusto miró los arcaicos aparatos acumulados en una punta de la mesa. Había uno que parecía una especie de lupa potente, pero eso no era ni remotamente cercano a un microscopio.
—No tenemos con qué —se lamentó Augusto—. Si tuviéramos acceso a los equipos del laboratorio de Polansky, podríamos ver hasta los más ínfimos detalles de la sangre de Morgana.
—Eres un Alquimista, Gus —lo reprendió Rory—. No necesitas ver la sangre con tus ojos sino con tu habilidad.
—De acuerdo —admitió Augusto—. Pero aun así… Nunca he estudiado la sangre de un hada: ¿cómo voy a saber lo que es normal en ella y lo que no lo es? ¿Cómo voy a distinguir la contaminación?
—Tal vez yo pueda ayudar —propuso Rory—. Como Sanador, puedo detectar la enfermedad. Si algo está mal con la sangre, lo sabré.
—No —negó con la cabeza Augusto—. No se trata de una enfermedad, más bien es una especie de mutación.
—Entonces, necesitamos sangre no mutada para compararla —concluyó su amigo.
—Pero, ¿de dónde vamos a sacar…? —Augusto se detuvo en seco.
Ambos jóvenes se miraron y exclamaron al unísono:
—¡Merianis!
Los dos salieron corriendo del laboratorio, cruzaron la biblioteca y salieron a un amplio jardín. Encontraron a Clarisa sentada bajo un árbol, cavilando:
—¿Todo está bien? —frunció el ceño ella al verlos casi fuera de sí—. ¿Encontraron algo en los libros?
—Absolutamente nada —sonrió Rory, lo cual hizo que las líneas en el entrecejo de Clarisa se hicieran más profundas ante su perplejidad.
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Editado: 11.12.2019