—La cúpula se ha activado —le anunció Humberto a Llewelyn.
—¡Todos alertas! ¡Levanten la barrera! —ordenó Llewelyn con voz estentórea.
Alaris comenzó el enlace de las mentes de quinientos estudiantes ocultos en la parte superior de las escarpadas paredes de roca que rodeaban el pequeño valle donde estaba emplazada la cúpula. Unos metros más abajo, había arqueros apostados con las flechas listas para ser disparadas, todos miembros de la escuela de Alaris.
—Nuestras mentes están protegidas. Estamos listos —habló Alaris en la mente de Llewelyn.
—Esperen mis órdenes —le respondió Llewelyn.
—Entendido.
Aún cuando sabía que su espada era inútil desde el lugar en donde estaba resguardado en las alturas, Llewelyn la desenvainó, apretando la empuñadura con fuerza para calmar su ansiedad. Su padre había planeado esta defensa. Aunque Lug sabía que Nemain era capaz de cruzar al Círculo en cualquier lugar que deseara, usando el Tiamerin, había razonado que la Tríada querría hacerse con el control de la cúpula primero. Además de un portal, la cúpula era un arma formidable, capaz de presentar una amenaza de tal magnitud que forzaría a la sumisión a todo el Círculo. En vez de dividir a los miembros de la escuela en muchos lugares del Círculo en un intento de adivinar por dónde la Tríada haría su aparición, Lug había concentrado todas las fuerzas en un solo punto. Había sido una apuesta peligrosa, y en pocos momentos más, se revelaría si había valido la pena dejar al resto del Círculo desprotegido.
Humberto era el único que parecía no estar tenso. Para él, la activación de la cúpula significaba que Lug había derrotado a Nemain del otro lado y que emergería del campo de energía triunfal, junto a Dana, Merianis y Rory, y tal vez Marga en cadenas. ¿Y también con Nemain bajo su poder? Seguramente. En el peor de los casos, si las cosas habían ido mal, estimaba que vería salir de la cúpula al famoso Polansky, con muestras de aleaciones antibala y nuevas órdenes de Lug. A pesar de su confianza en la victoria de Lug, Humberto extendió sus manos y se preparó para crear una de sus burbujas temporales para ralentizar al enemigo. Había jurado lealtad a Llewelyn, como todo el resto de la escuela, y estaba bajo sus órdenes. Aún cuando no compartiera la necesidad de tomar las precauciones ordenadas por el hijo de Lug, estaba dispuesto a obedecerlo.
Sus expectativas se vinieron al suelo cuando vio salir de la cúpula a tres mujeres. Una era Marga, quien caminaba con pasos seguros y la mirada en alto, y no estaba para nada encadenada o atada. Otra era una mujer de largos cabellos rojos y mirada de fuego, que Humberto había conocido brevemente hacía mucho, mucho tiempo. La reconoció enseguida como la antigua consorte de Nuada: Nemain. Pero no fue Nemain la que perturbó a Humberto, poniéndolo casi al borde del pánico, fue la tercera mujer.
—Lyanna —murmuró Humberto entre estupefacto y horrorizado.
Humberto le lanzó una rápida mirada a Llewelyn, como pidiendo instrucciones. Cuando sus ojos se cruzaron, Humberto notó que la sorpresa había descolocado también a Llewelyn. Por suerte, el hijo de Lug se repuso lo suficientemente rápido como para menear levemente su cabeza hacia Humberto, indicándole que no desplegara su burbuja. Humberto asintió y bajó sus manos.
—No se dejen ver. Permanezcan preparados —ordenó Llewelyn mentalmente. Alaris recibió el mensaje y se encargó de transmitirlo por medio de la red psíquica de protección que había creado.
Abajo, en el valle que contenía la poderosa cúpula, Nemain se detuvo en seco:
—Es una emboscada —le anunció a sus hermanas.
—Por supuesto —respondió Lyanna. No parecía sorprendida.
Nemain entrecerró los ojos y escudriñó las rocas con su mente:
—No puedo penetrarlos. Sus mentes están protegidas —dijo con cierta inquietud.
—No te preocupes —la tranquilizó Lyanna, avanzando hacia la pared sur, donde un angosto y empinado sendero se abría entre las rocas.
—Ly… —la siguió Nemain para detenerla.
—Déjala —la sostuvo del brazo Marga—. Ella es la única de nosotras que puede encargarse de esto.
Nemain asintió con reticencia y dejó que Lyanna se adelantara por su cuenta. Cuando la niña estuvo a unos tres metros del sendero, se detuvo y alzó la vista:
—Baja, Llew, tenemos que hablar.
—Ni siquiera lo pienses, Llew —le advirtió Alaris mentalmente.
—Solo mantén la barrera en su lugar —le respondió Llewelyn, envainando su espada y disponiéndose a bajar.
—Llew… —trató de advertirle Humberto.
El hijo de Lug no hizo caso a ninguno de sus consejos. Apoyando sus manos en las rocas de los costados del sendero para ayudarse a mantener el equilibrio, bajó con celeridad al encuentro de su hermana. Al llegar al pie de la empinada barranca, un último vestigio de cautela lo hizo detenerse a unos dos metros de la niña, que lo miraba con el rostro imperturbable.
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Editado: 11.12.2019