Todo era negro a su alrededor. Sus sentidos no eran capaces de percibir nada, y sin embargo, tenía conciencia de sí mismo, sabía que existía y sabía quién era. Podía incluso recordar, pero sus recuerdos no le causaban emoción alguna. Eran simplemente imágenes de las que estaba completamente despegado. Lug observó sus propios recuerdos con el ojo clínico con el que un cirujano estudia a su paciente, sin involucrarse emocionalmente. Su mente le presentó el acto más atroz que había cometido en su vida: la decapitación furiosa de su propio padre. Recordó la tensión en sus músculos al levantar la espada, recordó sus dientes apretados, el movimiento rápido, certero y letal de la espada, el sonido apagado del golpe que cortó limpiamente la cabeza de su padre, el olor y la humedad de la sangre tibia salpicándolo… Escuchó el grito feroz escapando de sus labios. Sintió sus piernas cediendo, haciéndolo caer de rodillas. Percibió sus lágrimas rodando desesperadas por sus mejillas en su amargo llanto. Sintió en la piel el frío vacío, abriéndose a sus espaldas para engullirlo, escupiéndolo más tarde en otro mundo. Era extraño que ahora, las escenas no significaran nada para él, no le causaran nada. La decapitación no le pareció cruel ni despiadada, no le pareció que fuera fruto de una ira sin control. Tampoco le pareció que debía explicarla o justificarla. Era solo un evento frío y distante. El hecho de que una vez hubiese sentido una culpa insoportable que lo había llevado a múltiples formas de castigo parecía ahora incoherente, sin sentido. Y al sentirse redimido de la culpa, lo invadió una sensación nueva de total liberación.
No más culpa, no más miedo. Voluntad sin ataduras. Esto era el verdadero ser. Ahora podía por fin comprenderlo. Todos los hechos eran neutros y por lo tanto igualmente válidos. El significado que podían tomar era el que él mismo creaba, nada más. Esa íntima epifanía lo llevó a entender su verdadero poder. Flotar en la nada, rodeado de posibilidades infinitas, lo condujo a un estado de éxtasis sin precedentes, un estado de comprensión de la existencia más acabado de lo que nunca había creído posible.
En ese estado de confianza plena, de independencia verdadera, escuchó una voz que lo llamaba por su nombre:
—Lug.
Era una voz que conocía. Era un llamado que lo había enfocado hacia parámetros físicamente determinados y puntuales antes.
—Lug, vuelve. Vuelve a mí —dijo la voz, evocando una promesa que él había hecho hacía mucho tiempo.
Pero sus promesas no importaban, pues ya no tenía atadura alguna con los mundos en los que había vivido. Nada ni nadie lo sacaría de esta abstracción sublime y liberada de su ser. Aquí era donde quería estar.
—Lug, vuelve a mí —insistía la voz una y otra vez.
—NO —respondió Lug a la obstinada voz.
Pero al responder, se dio cuenta de que había elegido una posibilidad de las infinitas que lo rodeaban, se había enfocado en una realidad específica. Había establecido un vínculo con la voz, aun negándolo.
—¡Lug! ¡Gracias al Círculo! ¿Estás bien? —dijo la voz, conmocionada por el alivio de la respuesta.
—Vete. Déjame —dijo Lug.
—Sabes bien que no puedo hacer eso. Te prometí estar siempre contigo. No voy a abandonarte, nunca —le dijo la voz con ternura.
—No te necesito —declaró Lug.
La emoción de profundo dolor de ella lo azotó inesperadamente.
—¿Por qué…? —murmuró él.
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué siento tu dolor? Aquí no hay dolor.
—Es el dolor provocado por nuestra separación —explicó ella.
—No hay separación —la contradijo él.
—No la hay para ti, pero sí para mí —le respondió ella.
—Ven conmigo, entonces. Aquí no hay sufrimiento —la invitó él.
—No puedo, Lug. Aun quedan cosas que deben resolverse en el mundo físico. Te necesitamos, Lug. Necesitamos tu ayuda —rogó ella.
—Sus necesidades ya no me atan —contestó él—. Soy libre de todo vínculo.
—Si piensas que ya no tienes vínculos conmigo —porfió ella—, ¿por qué estás hablándome?
Lug permaneció en silencio por un momento, reflexionando:
—No quiero que sufras —dijo.
—¿Por qué te importa mi dolor?
—No hay razón —negó él con fría calma.
—Sí la hay —insistió ella—. Dímela.
Lug no contestó.
—¡Dilo, Lug! ¿Por qué estamos teniendo esta conversación?¿Por qué te importo?
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Editado: 11.12.2019