Laura se recogió el cabello en una coleta alta y se enfundó en un suéter que encontró por pura suerte, y mientras se terminaba de arreglar el cabello, se miraba al espejo que estaba cerca de la puerta de su casa, asegurándose de estar presentable si es que quería salir, cosa que no le apetecía del todo, pero si no quería pillar del todo un agudo dolor de cabeza debía irse pitando de la casa durante unas cuantas horas. El problema era que a su hermano menor se le había ocurrido la fantástica idea de traer a dos de sus amigos para jugar videojuegos. Claro que, eso no era un gran problema, pero tratándose de Hector, podían hacer tanto ruido como Skrillex con una licuadora. Salió al jardín en medio del alboroto que se generó por el gol del equipo contrario. Qué ruidosos podían llegar a ser. A pesar de todo, Laura no terminaba de odiar el lado ruidoso de su hermano. La hacía saber que la casa no estaba sola.
Laura caminaba sin ningún apuro por la acera, en frente de todas aquellas humildes y bonitas casas de cuidados jardines. En un pequeño pueblo como aquél, no era muy sencillo encontrar algo entusiasmante para hacer y tampoco es que algo como eso fuera una perspectiva muy atractiva para la muy tranquila Laura, que se conformaba con algo calmado.
Así pues, revisó el bolso que se había colgado sin ningún cuidado al hombro, preguntándose si algo que había llevado la pudiera entretener hasta que cayera el sol, que era la hora a la que le gustaba volver a casa, y la hora en la que ella suponía, Martín y Daniel (amigos de Hector) regresarían a casa.
Laura era una chica callada, tímida y gentil a los ojos de muchas personas, y si bien era callada, muy amable, servicial y pensativa, no era tímida en absoluto. Eso estaba claro para ella, pero, aunque muchas veces podían confundirla, Laura no los culpaba por creer lo que se veía a simple vista. Era lo más lógico.
Había encontrado un libro en su bolso, así que decidió que encontraría un agradable lugar para leer tranquilamente. Estrechó el libro entre sus brazos y dejó que sus pies la llevaran a donde quisiera, pues para ella era imposible perderse en aquél lugar, en donde había vivido desde siempre. Lo había recorrido tantas veces de pies a cabeza, que ya solo se preocupaba por poner un pie delante del otro y ellos lo llevaban a donde necesitara.
Esta vez se vio dirigida al parque. Era un buen lugar, lleno de árboles, conocidos y mascotas, en donde se podía estar sin preocuparse por muchas cosas. Laura, complacida, se dejó llevar por los serpenteantes caminos de piedra, que llevaban a lugares estratégicos, como la heladería, la panadería o la dulcería, pero Laura caminaba por allí simplemente porque apreciaba aquellos senderos le recordaban a los tiempos de antaño de las calles empedradas, sin embargo, también prestaba atención. Si buscaba una banca, la mayoría estaban ocupadas, o sucias, o tenían demasiado cerca una situación amorosa en la que Laura no quería verse envuelta, por lo que seguía caminando.
Finalmente, consiguió un lugar. Estaba ocupado, pero el chico estaba solo y miraba tranquilamente a su alrededor, por lo que Laura se decidió a sentarse allí. No le pasó por alto, sin embargo, que quien sea que fuere vestía de manera muy diferente a la acostumbrada (o aceptada) por las personas en Staiville, botas negras, pantalones negros, quizá podía ver una pequeña cadena enganchada a su cinturón, llevaba una camiseta gris con algunas frases en blanco que Laura no se detuvo a leer. Y un suéter negro. Parecía que el único accesorio que no era de colores oscuros, era el collar plateado que llevaba. Por toda su aura de chico gótico, no le sorprendió en absoluto ver que los demás transeúntes o se le apartaban, o lo miraban con odio, o fingían que no estaba allí. No es que Laura apoyara el comportamiento de su comunidad, pero al fin y al cabo, ya se había resignado al comportamiento de sus vecinos. Así serían siempre.
—¿Puedo sentarme aquí? —Fuera quien fuese, estaba embelesado mirando y pensando en otro lado, porque pareció volver a la realidad en la que había olvidado que estaba en tanto Laura le habló.
—¿Perdona? —preguntó, mirando con unos ojos azules eléctricos directo Laura, con una expresión de confusión. Parecía incrédulo, quizá sorprendido.
—Que si puedo sentarme aquí —repitió Laura, señalando el espacio vacío del banco.
—Si no te molesta que te miren como si quisieran que desaparecieras, adelante —respondió, encogiéndose de hombros. Laura ya estaba sentándose.
—No me molesta —susurró Laura— Suelen mirarme igual de feo muy seguido —respondió, forzando una sonrisa que esperaba, no se viera tan falsa. Laura, no era tan cerrada en general, pero eso se lo atribuía a que conocía, al menos de vista, a la mayoría de las personas que se encontraba diariamente. El chico junto a ella era un completo desconocido y sin duda un extranjero.
Laura miraba directamente a sus zapatos. Incluso sentada, el chico junto a ella era al menos unos cinco centímetros más alto que ella. Por el rabillo del ojo, pudo ver que su acompañante la miraba detenidamente durante unos segundos, esperando quién sabe qué. Toda su postura expresaba su despreocupación, la espalda apoyaba en el espaldar del banco, su brazo izquierdo apoyado en el borde del espaldar, su tobillo derecho descansando en su rodilla izquierda. Todo lo contrario a Laura, que a la derecha de él, estaba sentada con la espalda recta, la cabeza gacha y las manos agarradas al borde del asiento. Finalmente, parecía como si aquella persona reprimiera un suspiro, y miraba hacia otro lado. A Laura le pareció que había sufrido una decepción, aunque no sabía de qué tipo. Además, se reprochaba a sí misma, pues se consideraba una chica un poco más madura de lo que era antes, pero si ante alguien diferente se negaba a entablar conversación, podía suponer que no había hecho muchos progresos.