Al día siguiente nadie habló del extraño chico que estuvo en el parque. Las señoras se reunieron y nada dijeron de la imprudencia de la hija de los Ferner, al entablar amistad con semejante clase de persona. Ni la misma Laura dijo nada respecto a Lored, y tampoco lo habría hecho de haberlo recordado. Todo era como si Lored nunca hubiera existido, absolutamente nadie lo recordaba. Y si además las mismísimas vecinas del lugar lo habían olvidado, podemos estar seguros de que no había ni rastro del chico de negro que estuvo rondando por ahí el día anterior.
Pero Laura sabía que algo había sucedido, algo que por alguna razón no podía recordar, pero que al mismo tiempo no podía olvidar. Una débil luz en su mente le decía que algo le había sucedido. Se encendía en todo momento; antes de irse a dormir, al regresar sola del colegio, mientras se quedaba callada en muchos momentos del día. En cada oportunidad, esa luz titilaba y le pedía que recordara. Y como era usual en ella, cuando alguna idea se le metía en la cabeza, no podía dejarla así como así.
Y como no tenía más pruebas de lo que creía más que su propia intuición, no tenía ni idea de qué podía hacer para hallar lo que sea que estuviera buscando, y por más vueltas que le diera, no encontró otra solución más que la de volver al mismo lugar que el día anterior. Era una idea sin lógica, sin fundamento, sin sentido. Pero era lo único que podía hacer.
Por semanas, Laura regresó al mismo parque, a la misma banca, el mismo período de tiempo, hasta que el cielo se teñía con el color del atardecer, y mientras el sol se ocultaba, ella regresa a casa. De vez en cuando, llevaba consigo un libro, una tarea, o mayormente, su bloc de dibujo. Se dedicaba a dibujar lo que le viniera a la mente, o lo que fuera que estuviera viendo. Mientras se quedaba allí sentada, coloreando, la constante sensación de que la estaban mirando no se desvanecía. Y sin embargo durante todo ese tiempo, nada pasó, y Laura comenzaba a perder las esperanzas de conseguir la respuesta a la pregunta que no había formulado. Pero no se alteró. Habría odiado que alguien notara que últimamente ella no estaba del todo con los pies sobre la tierra. Aún más, estuvo más tranquila, más callada, más reservada. Creyó haber encontrado la paz que tanto se proclamaba que reinaba en Staiville, pero que Laura nunca había tenido.
—Has estado muy extraña últimamente, cariño —le dijo un día su padre— ¿Te sientes bien? —Laura le había mirado. Habría querido decirle lo que de verdad le sucedía, le habría gustado admitir que se sentía inquieta, que algo faltaba, pero que no conocía a ese algo. Pero de nada serviría, él no sabría de lo que Laura estaba hablando. Era mejor no decir nada.
—Estoy bien —dijo sonriendo— No pasa nada.
Su padre se dio por satisfecho, y se fue. Lo que le demostró a Laura, lo poco que su mismísimo padre la conocía. Quizá eso hizo que se sintiera sola. Y quizá eso fue, principalmente, culpa de ella.
Aquél día, cumpliendo con su rutina, se encaminaba a la banca sin prestar atención a nada más que a la estridente música que resonaba en sus audífonos. No se sorprendió ver que su acostumbrado lugar estaba vacío, pero sin duda resultó extraño que no hubieran muchas personas en el parque pero ¿qué podía importarle a ella?
Laura se instaló en el asiento y cruzó las piernas, apoyando su bloc de dibujo en ellas. La sensación de que la observaban estaba ahí de nuevo, y parecía que se intensificaba cuando estaba en aquél lugar. Y a pesar de que pudiera resultar aterrador, a Laura le resultaba algo realmente familiar, así que no le daba importancia alguna. Quizá sólo se lo estuviera imaginando.
Se preparó para dibujar. Su mano quedó suspendida unos pocos segundos sobre el papel, y cuando el lapso de tiempo en el que mentalmente medía la hoja y el espacio que debía tomarle, comenzó a dibujar. Líneas sin ningún sentido ni orden al principio, pero poco a poco comenzó a tomar forma. Laura se descubrió a si misma dibujando el mismo banco en el que estaba sentada, y dos personas sobre ella. Se dibujó a si misma sonriendo, mirando a la izquierda, pero allí no había nada concreto, solo era una silueta borrosa, con el grafito difuminado sobre quien quiera que fuera. No había más que pudiera indicarle a Laura quién era. Laura frunció el ceño, sin entender por qué había dibujado algo así.
—Es muy bueno —dijo una voz grave, suave y profunda, que hizo a Laura sobresaltarse. Pareció accionar un interruptor en la mente de Laura, lo que le dio un hilo conductor que ella pudo seguir.
Lored estaba frente a ella.
De repente todo regresó con una fuerza y brutalidad que le provocaron un fuerte mareo. Las imágenes de aquél día, los sucesos, pensamientos, todo regresó a ella como si lo estuviera viendo en una película. Pero todo esto la golpeó tan fuerte, que perdió fuerzas y sus materiales de dibujo cayeron de sus manos y fueron a para al piso, cuando ella se llevaba las manos a la cabeza.