Los 21 Suicidios de la Academia Heather

Prefacio

      Pálida chica, con grandes ojos, ella era quien miraba. Miraba atónita pensando que debió haber algún error, pensando que se equivocaba, ¿alucinaba? ¿era real? ¿por qué no había nadie más que pudiese corroborar...? No importaba. Mientras Madison estaba ahogada en sus propios nervios, él se había ido. 
    «Teniendo oportunidad de agarrarle y no hice nada. ¡Por nervios! ¡Dios Santo!», pensó, y con las piernas temblorosas se levantó desde la esquina del jardín vecino en el cual se escondió. Su corazón estaba desenfrenado, pero tenía tanto miedo en ese momento, que no atinó más que a dejar caer una lágrima, mientras que con su movimiento rompía el frío estridente que la rodeaba.
    ¿Fue él el que propuso tanto sufrimiento a tantas personas? ¿Con qué motivo siquiera?.
    Madison tomó la rosa roja seca que guardaba en su bolsillo. Un rojo carmesí sangre, tan oscuro y potente, como la misma que ella había derramado por accidente al principio de ésta retorcida historia. Caminó despacio, tan despacio; hacia lo que ella imaginaba era un cadáver: otro de sus compañeros se había suicidado, y ella seguía atónita, porque a pesar de todos los esfuerzos que hacía para evitar las muertes, quién estaba detrás de todo, seguía obligando a esas tontas almas jóvenes a hacerle caso. Se encontró de bruces ante otra muerte horrible, para así alimentar con el dolor a la incesante criatura que había hecho ésto. Era el suicidio diecisiete, de los veintiún alumnos de su salón. Besó la frente de la víctima, a quien no conocía muy bien, y entonces, dejó la rosa en su pecho, aunque ya estuviese todo desgarrado.
    — Descansa en paz —le susurró al oído, mientras su garganta se sentía como si estuviese siendo cortada desde dentro, saliendo apenas las palabras.
    Ya sabía que jamás era bueno que la policía la encontrase ahí, con un cuerpo, fuera o no ella la culpable de la misma escena. Caminó otra vez, como si fuera un alma en pena, vestida completamente de negro, como en luto, hacia su casa. Congelada por la noche, mientras sus oídos se inundaban por el sonido de las ruidosas sirenas que se acercaban. Siguió su camino, dándole a la muerte la bienvenida, otra vez a su vida; mientras pensaba qué flores comprar para el funeral de mañana.  

 



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En el texto hay: muerte

Editado: 19.03.2018

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