El corazón golpeaba mi pecho con un ritmo desbocado, sus palabras tenían el poder sobre mí una vez más, y me hacían sentir muy pequeño ahora mismo, me quedé parado en medio de esta habitación tan vacía, la sangre fluye hasta mis pies en un instante y mis ojos se cristalizan.
Las escenas de aquella noche de cuando mi madre fue asesinada vuelven a mi cabeza, mis labios se abren, pero inmediatamente se cierran en segundos, el aire me falta y sigo estático. —¿J-Jackson, estás bien? —Las manos de Joanne llegan hasta mis mejillas y me hacen mirarla, la miro, y no puedo evitar que un par de lágrimas escurran, las limpio rápidamente.
El ceño de Joanne por primera vez desde que la conozco se frunce y mira a mi padre con resentimiento.
—Vámonos de aquí, Joanne. —Le susurré con un nudo en mi garganta.
El trayecto a la casa de Joanne había sido silencioso por lo menos entre nosotros dos, porque mi cabeza se mantiene pensando y recordando una y otra vez esa escena en mi cabeza, los gritos de mi madre llegan a mi cabeza como cual canción y me mantienen en un agonizante dolor. El agarre cálido de Joanne me guía por la calle sin decir nada, por fin en todo este tramo me atrevo a mirarle, ella me sonríe haciéndome sentir protegido y querido de alguna manera, la miro un par de segundos y las comisuras de mis labios se elevan un poco.
La puerta se abre y su abuelo nos mira, tomó el periódico que ya hacía en el tapete y nos asintió. —Buenos días. —Me mira y por educación le sonrío.
—B-Buenos días, señor Lean. —Sin más los tres entramos a su casa y me piden que me siente en la sala, los abuelos de Joanne se mantienen en la cocina.
—¿Jackson? —Susurra, mirándome aún preocupada, debido a que me he mantenido callado y la miro, juntos en el sillón, sus manos llegan de nuevo a mis mejillas y me hacen sentir en paz, me hacen sentir que alguien se preocupa por mí. —¿Estás bien?
Le sonrío, tratando de que viera que estaba bien, no quería preocuparle más. —Estoy bien, sólo que me acordé de algo. —Le susurro y ella me mira con ese par de ojos color miel, su brillo apagado por la preocupación me hace saber que de verdad no me ha creído. —¿P-Por qué no vas a bañarte? —Miré el reloj en la pared y me di cuenta que faltaba media hora para entrar. Ella sin más asiente. —En verdad apestas demasiado. —Solté una pequeña risa, y una broma para convencerle que estaba bien. Sus ojos vuelven a brillar como siempre lo hacen, junto con esa gran sonrisa.
Su codo llega a mis costillas. —Oye.
Reí y ella se pone de pie. —Sólo bromeo, sólo apestas un poco. —Seguí bromeando y ella niega.
—Ya regreso. —Le asentí y siguió caminando, se detiene antes de salir de la sala y me mira, sus ojos emanaban seguridad y comienza. —Sólo quiero que sepas que nada de lo que haya dicho tu padre me ha convencido. —Me mira y se sume de hombros. —Él nunca se ha dado la oportunidad de verte florecer y brillar en la manera en que lo haces, de una manera espectacular, soy prueba de ello. Y con todo respeto, puede joderse. —Emití una risa por las palabras de Joanne, por las últimas, asentí.
—Gracias Joanne, por confiar en mí. —Le susurre. Y ella me asintió para después irse.
—Joanne, esa boquita, hijita. —Le regaña su abuela, haciéndonos reír a ambos, ella la había escuchado desde la cocina.
—¡No me arrepiento de nada abuela! —Le dice y me mira con una sonrisa. Sus ojos se abren al tope al escuchar que su abuela se dirigía a ella. —Me voy o me dará un sartenazo. —Me susurra y sube las escaleras tan rápido como puede, yo… sólo no puedo evitar reírme.
Las horas transcurren por el reloj que colgaba en la pared, mi uniforme apestaba a café y azúcar, con una sonrisa atendía a las personas que estaban sentadas en mi zona, caminaba de un lado a otro trayendo bandejas repletas de postres y tazas de café y sus derivados.
Había pasado una semana desde ese fin de semana en el que había besado a Joanne y me he dado cuenta que no he dejado de pensar en ella.
Ella se mantenía corriendo de un lado a otro con esa sonrisa blanca y derecha, que hacía que mi estómago experimentara por nuevos sentimientos. Me preguntaba si existía alguien más en la vida de Joanne que la viera con ese brillo, que la viera como lo más extraordinario que hay en su vida, porque nunca me cansaría de repetirlo, ella era luz. Y podía apostar todo lo que tengo que hay alguien más que la ve así, ella cautivaba a cualquiera que la tuviera enfrente.
—¿Piensas atenderme o seguirás babeando por Joanne? —Una voz divertida dice detrás de mí y me giro. Lo miro y siento como mis mejillas se tornan rojizas. —¡Vaya! —Tira una carcajada— Parece que hubieras visto a un fantasma, muchacho.
Cubrí mi rostro con una mano en pena y le sonreí. —Hola, señor Lean. —Digo en pena y me acerco. —¿Puedo tomar su orden? —Él sonríe y tira una pequeña carcajada.
—Un café negro solamente. —Me sonríe. Asentí y me dirigí a la barra a pedir su café, estaba sudando de los nervios y la pena, Joanne llega a mi lado y me sonríe.
—Hola, ¿Qué sucede? —Me pregunta algo curiosa. —Estás muy pálido. —Se ríe. —Creí que el maquillaje de la fiesta de Jimmy ya se había caído. —Ella bromea sobre mi tono de piel ahora mismo y sus mejillas rojizas se hacen ver, me veo impresionado por su sonrisa…ahora mis mejillas estaban rojizas y estaba paralizado.