Los cuentos de mi abuelo Chucho

EL BAILE DE LA HORMIGA PICA

Arturo era hijo del prefecto de la parroquia donde él vivía, pertenecía a una familia muy respetada en la región, por lo cual, este muchacho era apreciado por los miembros de su comunidad; sin embargo, Arturo era un joven tímido, callado y antipático; siempre vivía malhumorado e indispuesto a compartir con sus compañeros. Los jóvenes contemporáneos a él, trataban de acercársele para ofrecerle su amistad, pero siempre eran rechazados.

—¿Qué difícil es sacarle una sonrisa a Arturo?, — decían los jóvenes del pueblo, quienes hacían apuestas para ver quien le sacaba una sonrisa y nunca había un ganador; ya que, esas acciones enfurecían más a Arturo. Así, este muchacho se fue alejando de todo grupo de convivencia; situación que a él no le importaba, pues, era feliz estando solo.

«¿Para qué necesito un amigo, si siempre vienen a dañarme mis juguetes?, o ¿Tener a alguien cerca para que le chismosee a mis padres por las travesuras que hago?, ¡solo estoy mejor!», pensaba Arturo.

Cuando se hallaba en la escuela, Arturo recibía las clases en el lugar más alejado del salón y acostumbraba a hacer alguna travesura para que lo mandaran al rincón de castigo (el rincón de pensar) o  a la dirección del plantel; en el recreo, este joven se sentaba solo al pie de algún árbol para dibujar, leer algún libro o distraerse con algunos juguetes que traía de su casa.

Muchas veces, los otros estudiantes sorprendían a Arturo hablando solo, como si sus amigos solamente existieran en su imaginación; en otras ocasiones, lo atrapaban ideando alguna trampa para atemorizar a las muchachas o para crear algún momento incomodo a los estudiantes, pero nadie se atrevía a denunciarlo por el temor a enemistarlo; todo lo contrario, los compañeros de estudio de Arturo deseaban que este se integrara a los grupos de trabajo ya que así podrían contar con el apoyo de  los amigos de su padre quienes eran políticos de gran prestigio, poder  e influencia entre los gobernantes de la región.

En aquel pueblo los jóvenes acostumbraban a reunirse, todas las tardes y los fines de semana, en un local llamado “La casa de la cultura”, allí tenían la oportunidad de bailar todos los ritmos y géneros musicales, incluyendo aquellos cuestionados por sus padres, quienes comentaban al respecto:

—No me gusta nada, nadita esos bailes  donde los muchachos desatan a los demonios que llevan por dentro cuando rozan sus vientres y mueven sus caderas de manera obscena. —Sin embargo, los padres de los jóvenes les permitían asistir a esas prácticas. —¡bueno!, es mejor que estén allí, aprendiendo algo útil que sin hacer nada en la casa.

La intención de esos jóvenes era prepararse para ser los mejores como pareja de baile, ya que en aquel pueblo, casi todos los días, alguien celebraba sus cumpleaños o alguna muchacha, sus quince primaveras; además de las fiestas patronales donde se realizaban concursos de baile; al igual que en la región, donde a ese pueblo lo consideraban como “el paraíso del baile, la danza y el folclor”.

Todos en aquel pueblo sabían mover bien el esqueleto, excepto Arturo, quien algunas tardes se aproximaba a la casa de la cultura para quedarse recostado de la puerta de entrada mirando atento hacia el salón de baile y si alguna joven se le acercaba y le invitaba a entrar, se enrojecía su rostro, reía, tartamudeaba al hablar y con la excusa de “no sé bailar”  se alejaba del allí sin despedirse de la persona.

Como excusa a no querer aprender a bailar, Arturo pensaba: «Si un extraterrestre viniera a conocer de nuestra gente diría: “son una cuerda de locos, que saltan y brincan como unos ridículos sin sentido alguno”».

(…) Pasado el tiempo, Arturo llegó a la adolescencia y siente la necesidad de relacionarse con los jóvenes de su edad, especialmente con las muchachas más bonitas; pero su malhumor,  su timidez y su fama de asocial eran sus principales obstáculos para hacerlo.

Arturo, estaba muy seguro que si aprendía a bailar y formaba parte del grupo de baile, vencería su timidez y podría acercarse a la muchacha más bonita; por esta razón, todas las tardes, luego de sus quehaceres del hogar, se acercaba a La casa de la cultura. La  intención de Arturo era estudiar los movimientos de los chicos asistentes. Algunas veces Arturo entraba a la cabina de música para ayudar al disc-jockey​ en la ubicación de los discos musicales. Así, el muchacho se podía acercar más a los jóvenes que asistían y tomar nota de los pasos de baile.

—¿T-t-te  gus-sta bailar?, yo so-so-soy quien pone la música, ¿Qué d-d-deseas escuchar? — siempre hacia la misma pregunta a la muchacha que se le acercara. A estas jóvenes no les interesaba conversar con un tartamudo; pues, lo que deseaban era bailar y si lo invitaban  este se negaba.  

Aconteció una tarde que una joven muy bonita, de quien Arturo estaba interesado, lo invitó a bailar, pero este se negó por el temor a que  lo vieran los guardias del local; ya que, si llegaba a dar un mal paso o mover su cuerpo de forma disparatada sin sentido a la música, correría el riesgo de ser expulsado del local por no saber bailar. Bien claro lo señalaba un gran cartel en la entrada del salón de baile:

«Si no sabes bailar o no tiene oído para encontrar el ritmos; ¡no entres, quédate afuera!,  o vete con tus brincos a otra parte».

Aunque el interés de Arturo era acercarse a la muchacha más bonita, no podía bailar con ella; ya que ella (la muchacha más bonita) era la más versada en  los pasos de baile, ritmos y melodías, quien siempre decía:



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En el texto hay: amor, temores, valientes caballeros

Editado: 26.09.2021

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