Por casi diez años alimenté ese sueño, era un repetir constante “Quiero crear mi propio imperio” algo que siempre exclamaba a viva voz a quien sea que me cruzase, porque si lo expresaba afuera seguramente no quedarían dudas, una promesa hecha al aire de que nunca bajaría los brazos, con aquel local de la calle Triunvirato como una piedra fundante. Por suerte algunas promesas no se cumplen.
Me costó mucho abandonar el sueño y la mentira, mucho mas me costo admitir saberme engañado, ¿Cómo crear un imperio? Es imposible y mas siendo “cable conductor” y no generador. Hoy en la escritura encuentro ese impulso creativo, el ayudarme a trasmitir ideas, no seré imperio pero al menos soy propio.
Creo a fin de cuentas que esa transición de joven iluso fue solo un paso, una ayuda a salir de la niñez y dejarme caminar por los pasos de una adolescencia que llegó tarde. Dejarme conocer el mundo y elegir de una manera mas realista mi camino, alejado de los tentadores logros en promesas vacías, dejando de alienar mi mente y volverme poseedor de una consciencia. Tal vez todo no sea más que un estadío del crecimiento, y nada del melodrama barato al que me expuse cuando decidí abandonar esos pasos.
Aún así no culpo, mas bien felicito, a los que siguieron esos pasos, hayan o no triunfado. Yo también guardo bellos recuerdos del tatami que a veces me llenan el alma. Esto solo es un descargo personal, algo expresado en letras que nunca pudo volcar en palabras en su momento, una pagina de un diario personal si es que se quiere. Una forma de admitir a mi manera que al encontrarme solo ante la incertidumbre y la depresión, en aquel momento que decidi alejarme, también: me supe libre.
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Editado: 17.09.2020