Los cuervos

Los cuervos

Sí, estuvo embarazada. Sin embargo, ella no lo supo, o seguramente no se habría suicidado. Arturo tampoco lo sabe, creo que de saberlo no estaría ya con nosotros. Lo más probable es que hubiera elegido por irse con ellas. De hecho, me pregunto porque aún no decide quitarse la vida.

Así que, es mejor no decírselo, por su bien.

¿Qué cómo me enteré yo? Bueno, hay ciertas cosas que un narrador debe saber para contar una historia. Por ejemplo, sé que era niña, y que de haber nacido se llamaría Catalina; tendría unos ojos verdes y vivos, y un cabello rubio, como los abuelos de Vidya; sería también muy inteligente, y heredaría de ambos la pasión por la lectura, además sería una gran escritora; aunque creo que es más apropiado decir que "hubiera sido" una gran escritora. La esperaron durante mucho tiempo.

Volvemos al salón con los cuervos.

Ambos lo miran desconcertados. Terminan su marcha y colocan sus ojos en el maltrecho. Tienen algo importante que decirle, pero el muy tonto nos les presta atención.

Hasta que el ave color azabache toma la iniciativa, abre las alas y planea hasta su hombro; es un hombro antes de roble y ahora de helecho, producto de la austeridad en sus alimentos. Aún no entiende quien lo ha llamado por detrás, cuando el pájaro empieza a picotear su cabeza hasta le abre una herida en el cráneo.

Solo así despierta del letargo.

El pajarraco suelta un graznido en su oído y regresa a su posición de antes. Arturo levanta la mirada y no puede salir de su asombro. Eran dos especies hermosas y raras, no solos por las alas de uno sino por los ojos, de esa clase de ojos que desnudan el alma.

El protagonista aprendió con creces la belleza de estas aves. Son las más inteligentes, las más cariñosas, y las peor juzgadas.

Eran las aves favoritas de Vidya.

Es irónico como el amor te puede cambiar a tal punto que eres capaz de tolerar lo que de niño te causaba tanto miedo, para luego profesar empatía y ahora, en el punto en el cual tu vida se ha reducido a cuatro paredes y un recuerdo, tener la más cruel animadversión. Eso sentía Arturo en esos momentos por los cuervos.

De niño, en un intento por escapar de casa corrió por las callejuelas de su ciudad, pasó por el cadáver de un perro, del cual un cuervo estaba dándose un festín. Como se esperarán, al ver la escena, aparte del asco que debió sentir, se desmayó. Cuando volvió en sí tenía a tres de los voladores posados a su alrededor, quizá a la espera de que muriera para despedazarlo.

Su reacción, y creo que la de cualquier persona fue salir corriendo. Desde ese día tenía la sensación de que esos pájaros de mal agüero lo perseguían para arrancarle las entrañas a picotazos.

Todo cambió cuando Vidya apareció en su vida. No conoció su afición hasta que estuvieron en el caserón que ahora usa de refugio, sin embargo, debió intuirlo por las plumas negras que tanto le gustaban dibujar en sus cuadernos. Una vez que estuvieron en su nuevo hogar de temporada, los vieron por todos lados, a pesar de ser escasos en los campos adyacentes. Esto él no lo sabía, ella sí. Un día, mientras estaban juntos en el atardecer del pueblo, uno de estos amigos se acercó lo suficiente para que lanzara un grito.

―¡Mierda! ―gritó Arturo.

―¿Qué pasa amor, acaso le tienes miedo a una simple ave?

Arturo descubrió sus ojos su mirada cómplice.

―¿Sabías desde un primer momento que esto pasaría verdad? ―preguntó, un tanto molesto.

―Bueno, tal vez sí ―respondió ella, y una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios.

Silencio.

―Oh, vamos, no puedes culparme por querer liberar al amor de mi vida de un miedo un tanto tonto.

―Dime una cosa buena que tengan esos animales ―habló con actitud desafiante.

Y Vidya en vez de dar una excusa, dio una infinidad de argumentos. Con el tiempo los amó casi tanto como ella los amaba. Desde que murió no había visto ninguno, pero eso no impedía que los aborreciera, sin motivo aparente.

Por ello, al mirarlos en su santuario, en el espacio sagrado de ella y él, se levanta de su sillón y los intenta ahuyentar.

Sin fuerzas, camina hasta la puerta y los corre. Ellos alzan vuelo, revolotean por la sala y una vez más se posan en la entrada. Ya iba a repetir Arturo la operación cuando uno de ellos abre el pico, va a lanzar un graznido, pero lo que sale es algo más. El cuervo de alas blancas no grazna; es un sonido humano, palabras concretas. El cuervo de alas blancas dice: "Nunca más".



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En el texto hay: amor, muerte, cuervo

Editado: 28.02.2019

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