Advertencia; La historia que estás por leer se clasifica Shounen Ai.(contenido leve ChicoxChico) sino te gusta, favor de no leer.
Esa tarde miraba el lúgubre lugar. Aquel lugar donde marqué mi infancia junto a mi hermana menor, y donde mismo terminó mi vida.
¿Si estoy muerto? probablemente, me gustaría estarlo.
Las ruinas de lo que una vez fue mi casa, permanecian ahí. Y eso que habian pasado años desde entonces. Al ver tan triste escena, el dolor resonaba en mi brazo derecho.
La imagen viva de unas llamas consumiendo mi casa golpearon mi mente; Mi madre tirada en el suelo y su cuerpo siendo carcomido por las llamas, mi padre desaparecido, y mi hermana gritando mi nombre, pidiendome auxilio.
—¡Hermano! — La voz temblorosa de Alina hizo que mi cuerpo se tensara. Giré la cabeza, y unos metros atrás de las llamas, la encontré. Estaba abrazándose a si misma en una esquina, quería evitar que las llamas la alcanzaran, pero estas se acercaban cada vez más.
—¡Alina! — Grité al intentar acercarme, pero el calor de las llamas me advirtió que no lo hiciera. Ambos eramos separados por unas enormes llamas que cada vez, crecían más. Sus ojos ámbar estaban llorosos, y su carita reflejaba horror. Su cuerpo temblaba, y el mío igual.
Eso hizo que me llenase de temor, y que mis piernas perdieran fuerza y voluntad de moverse. Odiaba imaginar como sería mi vida sin mi familia, sin mi preciada hermana menor.
—¡Busca a Papá! — Me pidió entre lágrimas. Esa vez no pude hacer más que negarme a que realmente decía esas palabras. ¿Cómo podía preocuparse con un hombre como ese viejo?. A pesar de su agonía, continuaba siendo tan bondadosa, ojala un día sea como ella.
—¡No te dejaré morir a ti también! — Le grité. Unos trozos empezaban a caer sobre nosotros; Pequeñas piedras que cada vez se volvían más grandes, pequeñas piedras que al golpear provocaban un fuerte ruido y que la casa se estremeciera. El Oxigeno empezaba a faltar y yo solo tenia una oportunidad.
—Ethan...—Murmuró. Eso me quebró, Alina ya casi no podía hablar por la intoxicación, por la tos, y una piedra había golpeado su frente, y la había hecho sangrar.
—¡A ti no te dejaré! , ¡A ella no te la lleves! — Dije con todas mis fuerzas, y en un impulso estiré mi brazo derecho para intentar alcanzarla. ignoré por completo las llamas que por segundos desaparecieron de mi vista y eso me hizo sentirme seguro, que lo lograría pero entonces sentí un enorme ardor en todo mi brazo.
Una silueta blanca apareció de golpe frente a mis ojos, literalmente en un abrir y cerrar de ojos desapareció. Pero pude percibir una sonrisa, una sonrisa que me traía malos presentimientos.
Entonces, mi vista se volvió negra y el dolor cesó. El fuego había marcado en mi brazo el estigma de los Elegidos.
Cuando desperté, lo primero que vi fue mi casa hecha cenizas, y los cuerpos de mi madre y hermana...Quemados a tal grado que no se les podría reconocer. Y en ese momento, mi corazón quería salirse de mi pecho, quería despertar e ignorar ese día. Pero jamás volvería a tener a mi madre, menos a mi hermana..
Al recordar mi brazo, con horror bajé la vista, esperaba encontrarme lo peor. Mi brazo hecho pedazos, quemado o hasta amputado. Pero cuando bajé la mirada que se tornó llorosa a mi brazo derecho, lo vi entero.
Completamente sano, pero al voltearlo un poco, para quedar viendo a la palma de mi mano, Mi brazo tenia tatuada una cruz con una curva entrelazada, y dentro de una estrella de múltiples picos. Estaba tatuada de un rojo intenso. Lo curioso es que no era sangre, sino una cicatriz que había tomado ese color.
Esa marca ocupaba casi todo mi brazo.
—¿Estas vivo?. — una voz masculina que me hablaba con suavidad me espantó. Me giré lentamente, y justo detrás de mí, estaba. ¿Un Ángel?. No tenia alas, no flotaba y menos traía una túnica.
Un chico de cabellera blanca y con el cabello atado en una coleta me observaba. La neblina parecía rodearlo, pero justo donde él estaba parado la neblina no estaba. Era como si la ahuyentase.
Con cuidado se acercó a mi y tomó mi mano, lo volteó y su mirada se dilató al ver la marca de mi brazo.
—Eso lo explica todo.
—¿Sabes algo de esto?. ¿O el porque de que mi brazo no se haya vuelto cenizas en el fuego?.
—Si...
—Este estigma, ¿me salvó?.
—Ese Estigma te condenó— Con cuidado, el chico empezó a subir su manga y mostró su brazo izquierdo. El mismo símbolo se posaba en él.
Pero en su clávicula, descansaba una marca roja en forma de una Z.
—¿Eres un demonio?.
—Preferiría no responder a eso.