Los elegidos: La ciudad de Vampiros

1

Se mantuvo inmóvil, con ambos ojos cerrados, haciendo una perfecta actuación al fingir estar dormida.

—¿Atenea? — insistió —¿ estas despierta? — la movió un poco con su mano, esperando alguna respuesta.

La mencionada soltó un bostezo acompañado de un "Hmm" como respuesta, empezó abrir los ojos poco a poco y parpadeo por unos momentos.

— Hola mamá — fingió estar somnolienta — ¿ acabas de llegar? — actuó de forma tranquila aunque por dentro se muriese de nervios.

Bae la miro sospechosa, e incluso la analizó de pies a cabeza con la mirada.

— Si — afirmo tranquila — ¿Que haces aquí? — interrogó.

— Verriam y yo te estábamos esperando — bostezó y prosiguió entre este — Pero nos quedamos dormidos — talló con su mano uno de sus ojos para hacerlo mas creíble.

Una de las cosas a las que Atenea se había acostumbrado, era a mentir, lo hacia muy pocas veces ,es decir, solo unas veinte veces al día, era la forma de evitar todo tipo de regaño y represaría por parte de su madre.

Para la joven no eran nada mas que mentiritas piadosas que todo joven de su edad diría, lo cual había sido aprendido de las películas, las culpables de la buena actuación por parte de la chica.

— ¿y que veías? — sonrió amablemente, lo cual sorprendió a Atenea ya que jamas le sonreía.

— ¿He?...ah, era una película muy Flébin — colocó su mano en su pecho dando a entender que realmente le llegó al corazón, con una mirada triste — no te gustará, en verdad es triste — trató de convencer.

La mayor se mantuvo callada por unos minutos, dio la vuelta y camino unos cuantos pasos para después detenerse sin ni siquiera voltear.

— Ve a tu habitación, estar ahí es incómodo — la miró de reojo y siguió caminando, subió las escaleras y hasta que Atenea escucho la puerta de su habitación cerrarse soltó un suspiro.

— Casi, ¿por — colocó sus manos rápidamente en su boca, callando lo que estaba apuntó de decir, el que su madre no estuviera cercas de ella no significaba que esta no la escuchara.

>> Cállate Atenea o lo sabrá <<

Con su mano derecha se rascó la cabeza y tomó a verriam para volver de nuevo a su habitación e intentar dormir.

Al cabo de unos momentos cayó rendida ante el cansancio, con un Verriam sentado a un lado, vigilando como todo un buen perro guardián.

— Atenea despierta — una voz dulce resonó en su cabeza, todo era oscuridad y un inmenso frío le calaba los huesos — Atenea tienes que despertar — nuevamente esa voz apareció, pero esta vez mas insistente y menos dulce.

Atenea temblaba y respiraba con dificultad, abrió los ojos con lentitud, encontrándose en un lugar muy distinto al de su habitación, donde se suponía que tenia que estar.

Estaba en un bosque con árboles tan inmensos al rededor, que daban un aspecto escalofriante, Se encontraba acostada en la fría nieve blanquecina, con solo unas cuantas prendas encima.

Era de noche y la única iluminación que había ,era la que brindaba la Luz de la luna.

Se reincorporó con dificultad, manteniéndose en la fría nieve sentada, sin moverse ni un poco.

— ¿Que?, ¿que es esto? — preguntó confundida, miraba a su alrededor en busca de orientación, pero ,nada, no lograba ser capaz de ubicarse.

— Tenemos que irnos — Atenea dió un brinco por la impresión, retrocediendo un poco al escuchar esa voz y al ver a aquella mujer justo delante suyo, la cual era una completa desconocida — no hay tiempo, esta apunto de empezar — la tomó del brazo e Intentó ponerla de pie, mientras que la contraria se resistía.

— ¡¿Quien eres?! — grito asustada — ¿En donde estoy?! — volvió a mirar a su alrededor y concentró su vista en la persona que tenia en frente..

Era una mujer, con ojos de un tono verde claro, tes apiñonada y labios gruesos, cabello lacio, complexión media y parecía tener 40 años de edad. Su vestimenta tenia un estilo que ya no se usaba. Un estilo anticuado;  un vestido barroco renacentista, que la hacia ver con porte, una capucha gris que cubría parte de casi todo el vestido y cabeza, complementado por un calzado bajo.

— En casa — respondió con simpleza.

Con brusquedad levanto a la joven de la fría nieve y le cubrió con una capucha negra que le llegaba hasta los tobillos, de forma en que el frío no le calara tanto.

— ¿ Por que tengo frío? — preguntó tiritando — ¿ Por que estoy temblando? — insistió con miedo y sorpresa.

Su preocupación y miedo eran justificables, nunca antes había sentido frío, jamas sentía calor, no enfermaba y mucho menos se hería fácilmente.

— Nos perderemos la presentación — volvió a insistir, tomando de la muñeca a la menor y obligándola a caminar entre tirones.

— ¡¿De que diablos hablas?!— se detuvo de golpe y logro deshacerse del agarre de la mayor, dedicándole una mirada fulminante.

— No tenemos tiempo para esto, Atenea —  hizo énfasis en la última palabra.

La mencionada retrocedió y le miro con miedo.

—¿Como sabes mi nombre? — articuló con dificultad.




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