Los encantos de Elijah

Capítulo 13 c.

¿No sé dice que el tiempo es el mejor método para el olvido? ¿Por qué es que con Susana no funcionaba? ¿Qué andaba mal con ella que no se le permitía algo tan simple como olvidar? Esas, no eran más que preguntas formuladas a lo largo de los meses de los cuales, una única respuesta respondía a todas: La culpa lo tiene el amor.

Ese maldito amor que se impregnaba en toda la piel y se refugiaba la mayor parte en ese órgano que te mantiene vivo; oculto, fuera del alcance de quien quiera deshacerse de él.

Luchaba por un imposible y como si tuviese vida propia parecía exigir que permanecerá ahí a la espera del otro amor que—desgraciadamente—, no parece existir aún.

Eso era, no podría olvidarle a pesar de todo, si ese amor no conseguía extinguirse de una vez por todas, ¿Qué debía hacer? ¿Verse en una lucha interior, buscando que el vencedor sea el olvido? Y la pregunta que le hacía dar vueltas en la cama sin conciliar el sueño, ¿Está preparada para dejar un amor no correspondido marchitarse?

No, no lo está.

Después de todo lo ocurrido no quiere dejarlo ir, no ha sido suyo, pero lo siente como tal, lo poco que compartieron le hace ganar su derecho como para considerarlo suyo, y aunque Elijah la viera como una desconocida más, no era así para Susana.

Su servicio social fue una distracción, sus problemas emocionales pasaban a segundo plano cuando ponía un pie en esa secundaria. Delia y Susana habían hecho nuevas amistades, cinco nuevos compañeros y amigos de trabajo. Edgardo era uno de ellos, simpático, bromista, con una sonrisa siempre en el rostro y una obsesión por mantener su cabello casi rubio en su sitio, sin despeinarse. Juana y Jaqueline son primas, opuestas en aspecto y libertinas, Juana conversa con todo mundo, mientras su prima prefiere estar en el celular fingiendo trabajar en prefectura. Alejandro era el mejor amigo de Edgardo, mucho más tranquilo, observador, él prefería vigilar los salones antes que pasar las próximas cinco horas sentado en prefectura. Y finalmente Gabriel, fue reservado los primeros días, pero conforme las conoció mostró quien es; un chico sencillo, conversador y coqueto con las estudiantes de segundo grado. Por ello es que se ganó el apodo de facilote, y en ningún momento desmintió no serlo.

Delia quedó fascinada con él desde el instante que comenzó a dirigirle palabra, lo observó en silencio y comenzó a quererlo, todo, sin mostrar nunca sus sentimientos. Después de todo, Gabriel nunca pareció notarlo, siempre se comportó como un amigo y les contaba sobre su nuevo noviazgo. Consiguió ligarse a una jovencilla de segundo grado, alta, delgada, con el cabello oscuro siempre atado a una prominente "cebolla" como solían llamarle. A Delia no le agrado, pero como buena amiga apoyó la relación de Gabriel así como Susana lo hizo.

Alguien más sufría en silencio.

[...]

Hubo encuentros fugases, simples e incomodos, donde cada uno parecía estar ajeno al otro. Era un—pensó Susana— reto, ver quien resistía más ignorando al otro, sin dejar en evidencia algún gesto de sorpresa por sus recientes coincidencias. Nadie podía hacer nada, esa era la ruta de ambos; Elijah tomaba ese camino para ir al gimnasio y Susana para volver a casa.

La única forma de no volver a verse es que uno de los dos decidiera cambiar su horario de caminata. Fue Elijah quien lo hizo, cambió su horario de entrenamiento una hora antes, así que pasaba mucho antes que Susana lo hiciera y solo de esa forma conseguía evitarla.

[...]

Al término de clases Susana se encontraba embrollada con trabajos finales, durante los pasados cuatro meses se vio dividida en tres: clases, servicio y tareas de noche. Fue un semestre pesado, creyó no lograría sobrevivir el primer mes después de que los profesores revelaran la cantidad de trabajos y proyectos por ser entregados en tiempo y forma.

Y justo ese día, un jueves por la mañana, tenía una materia pendiendo de un hilo.

Karen la miraba reprobatoriamente, jugueteando con su cabello castaño entre sus dedos delgados, negando con la cabeza cada que Susana acomodaba trabajos que se suponía debió engargolar dos días atrás, como lo planeó.

—Ya no la mires así, a todas se nos fue el rollo con la entrega de trabajos —le pidió Fanny, sentada hasta el fondo, revisando con torpeza su recopilador, buscando trabajos y ordenándolos según su fecha de elaboración.

— ¡Pero no a todas con ese! —gritó, ganándose miradas entrometidas de al menos una docena de sus compañeros que no salieron a comer por las mismas razones que ellas—. Ya conocemos como es, es capaz de reprobar si no ve todos los trabajos del semestre engargolados en sus narices. —vociferó.

—Calla, si en una de esas te escucha nos irá mal a todas —le recordó Delia, quien tenía la mitad del rostro puesto en la mesa, con los ojos ligeramente cerrados—. Tiene tiempo, ahora mismo puede salir hecha un rayo a la papelería de enfrente y ¡listo!

— ¡Eso es ser positivos! —Leslie palmeó el hombro de Delia, mostrándole que estaba de acuerdo—. Vamos panda, si quieres te acompaño —se ofreció.

Negó mientras ponía toda su concentración en el orden de los trabajos, revisaba el índice y al terminó de cada unidad según lo tenía anotado, colocaba una portada.

Cuando hubo terminado se puso de pie.

— ¿Creen que me deje salir el conserje? —preguntó nerviosa, sin dejar de ver la hora que marcaba su celular, no tardaba en sonar el timbre y las puertas serían cerradas—. Quedan menos de cuatro minutos.

—El nuevo conserje es buena onda, lo más seguro es que sí —opinó Olivia—. Tú dile lo importante que es ese trabajo y te ayudará.

— ¿Segura?

—Que sí, ve y compruébalo. —la animó.

— ¿Te acompaño? —volvió a preguntar Leslie.

Lo menos que quería es meter a alguna de sus amigas en problemas, el maestro Silvano pronto entraría por esa puerta gris, pediría sus trabajos y Leslie debía estar ahí. Susana encontraría la forma de entregárselo a tiempo, pero no quería arriesgarse a que Leslie no entregase su trabajo.




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