Los planes de la división se pusieron en marcha dos días luego de finalizarse el comité en el castillo. Mientras se realizaba el hechizo Neblinummus, el suelo tembló por completo, y se oyeron estruendos en todos los alrededores de Heluxur. La neblina se resistía a desaparecer, haciendo que los brujos y hechiceros terminen exhaustos y tengan que pedir refuerzos en la ciudad. En el mundo de la magia, cualquier hechizo de protección de gran magnitud era difícil de deshacer tanto para enemigos como para aquellos mismos que lo habían convocado.
Los temblores se volvieron más intensos con el transcurso de los minutos y las aves sobrevolaron en grandes bandadas por encima del techo del bosque Corteza de Plata. Parecía que todo se había salido de control. En el mercado de Esgolia, muchos se detuvieron a contemplar el nuevo acontecimiento que se avistaba cada vez más cercano y amenazador: extraños nubarrones negros se apoderaron del cielo con rapidez, como si presagiaran el fin del mundo. El día se hizo noche, como si hubiera llegado de repente la peor de las tormentas que se haya presenciado jamás; sólo que aquellas no eran nubes de lluvia, ni se desataron ventarrones, ni mucho menos se divisaron refucilos. Algo completamente desconocido estaba sucediendo o aún no había sucedido; un evento inusual y sin dudas aterrador, que ni siquiera los más ancianos habían presenciado a lo largo de sus vidas.
Muchos individuos se resguardaron debajo de los tablones de sus puestos de trabajo, presas del pánico, incapaces de arriesgarse siquiera a retornar a sus viviendas. Aquellos que vivían en las zonas linderas al gran bosque, también salieron a sus patios para contemplar el acontecimiento en el cielo, luego de percibir la repentina oscuridad. Los aldeanos resguardaron los animales en los establos y luego regresaron hacia sus viviendas con prisa para cerrar las ventanas y colocar barrotes en las puertas. A muchos aquel suceso los sorprendió en la calle, lejos de sus hogares, por lo que se percibieron alborotos y gritos desesperados.
Algunos sujetos pudieron encender los faroles que se hallaban en la vereda de la calle más concurrida, donde cada día se concentraban cientos de personas. Aquel sitio que hasta hacía algunas horas había sido frecuentado con normalidad, ahora lucía irreconocible: el suelo se encontraba repleto de todo tipo de objetos que se habían esparcido por toda la calle luego de tumbarse los tablones. El gentío había entrado en crisis; desesperados por aquella oscuridad que se volvía cada vez más intensa con el correr de los segundos. Algunos habían logrado acercarse a tiempo hacía las tabernas y negocios de la calle, disponiendo de al menos un techo, pero otros quedaron varados a su suerte, mientras continuaban gritando y se escabullían.
— ¡Dragones! ¡Corran por sus vidas! ¡Dragones!
Cuando aún quedaba cierta visibilidad, Madox corrió hacia el puesto de trabajo de Mery y subió a la mujer a sus hombros. La bruja llevaba el vocero de oro en una de sus manos, y en la otra sostenía una lámpara, ya que sabía que era cuestión de tiempo para que el cielo se termine de oscurecer. La mujer intentó hablarle a la multitud descontrolada.
—Damas, caballeros y niños ¡Atención por favor! —Su voz retumbaba por todo el lugar—. ¡No entren en pánico! ¡Por favor! ¡Escúchenme! ¡No se trata de Dragones! Repito: ¡¡¡NO SE TRATA DE DRAGONES!!! ¡Algo sorprendente está a punto de suceder! ¡Por favor, necesito que todo el mundo se tranquilice! ¡Crean en mí!
— ¿Creer en ti? ¿Acaso eres ciega? —le gritó un sujeto que tenía algunas heridas cortantes en la cabeza producto de golpes ocasionados por caídas culpa del suelo cubierto de obstáculos.
A pesar de los esfuerzos que hizo la mujer, nadie le prestó atención. Cada intento parecía alterar más a la multitud de individuos. La gente corría en todas direcciones, se oían gritos y sollozos.
— ¡Debemos avisarle a Remus, todo se ha salido fuera de control! —gritó la mujer a Madox. El hombre asintió, la bajó de sus hombros y luego ambos se dirigieron hacia la vivienda de la mujer a toda prisa.
Desde hacía varios días, un ejemplar de águila merodeaba la vivienda junto al mar. Aquella era una de las medidas que había tomado el Rey para comunicarse con la bruja ante cualquier emergencia. La mujer escribió una nota apresurada, y luego llamó al águila utilizando un artefacto de plata. La enorme ave llegó inmediatamente desde las alturas y se posó imponente sobre la cerca de troncos gruesos junto a la cabaña. Era un ejemplar blanco y esplendoroso. Mery colocó la nota dentro del saco de cuero, y el ave emprendió su vuelo. El enorme animal no tardó mucho tiempo en sobrevolar la región y llegar directo al castillo, donde Alfred recibió el mensaje y corrió en busca del Rey.
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Editado: 23.11.2019