Los Fragmentos de la Reina

Verde y Amarillo

  Se encontraba otra vez allí, parada frente al enorme balcón dorado mientras le temblaban las piernas debajo de su delicado y largo vestido. Su garganta se encontraba seca, sentía una angustia muy particular dentro suyo, casi indescriptible, junto con el sentimiento de soledad que la había acompañado durante toda su vida. A pesar de lo incomodo que resultaba llevarlo puesto, su vestido era imponente y hermoso. Ella lo sabía, pero no podía dejar de pensar en cuantas personas habían sufrido hostilidades e incluso la muerte solo para terminar los complicados entramados de la tela junto con sus decorados. Las abrumantes diferencias entre los dos mundos eran cuestiones que ella no lograba terminar de comprender, y es que, aunque quisiera, jamás la dejarían acercarse a ninguno de sus sirvientes.

  Tras su espalda se encontraba un gran ventanal, allí podía ver los lujos y sentir una sensación de falsa paz alrededor de la habitación. Frente a ella, en cambio, al pararse sobre la punta de sus pies e inclinarse sobre el balaustre del balcón, podía ver una realidad muy distinta. Allí se reunía la miseria y la desesperación de los condenados a muerte, personas que no tenían más esperanzas.

— Son seres repugnantes, su sacra majestad —Expresó con desprecio la solemne dama a su lado, quien estando frente al sol manchaba con su sombra a la pequeña— Si no necesitara esclavos yo misma ordenaría la ejecución de todos ellos.

  Jannyal tragó saliva. Aquella mujer de cabello castaño y mirada gélida era su madre, o al menos eso recordaba. La niña volteó a verla, aunque no le gustaba para nada hacerlo estaba claro que prefería mirar el rostro de su aterradora progenitora antes que la pronta ejecución de infortunados sirvientes. Fijó la vista en el jubón que vestía aquella mujer. Los bordados y ornamentos que decoraban las mangas de ese exquisito vestido eran un trabajo extremadamente minucioso, Jannyal se perdió en ellos con gran curiosidad. Al admirarlos comenzó a sentir que contaban una historia, una que muy dentro suyo creía conocer pero que no podía lograr recordar. Los patrones de colores en las prendas y tejidos que tanto su madre como ella traían puestos siempre eran los mismos, aquello le resultaba tan extraño como curioso. Se preguntó si estar vistiendo con amarillo y verde formaba parte de alguna oscura tradición; pues, cada vez que se encontraba con tales colores alguien moría.

  La mujer notó la mirada constante de su hija sobre ella, por lo que dejó de prestarle atención al tradicional discurso previo a las ejecuciones y tomó la mano de la niña. La joven reina se asustó. Los pensamientos en los que estaba naufragando fueron arrancados por su madre, esta apretó la mano de la niña con fuerza clavando aquellos sombríos ojos verdes en su rostro. Sin expresar ningún sentimiento la tomo de la cintura, apretó y tiró con fuerza de los listones que ajustaban el amarillo corset de Jannyal, controlando el pequeño cuerpo de ella la empujó contra la baranda, presionándola.

— ¡Madre! ¡No! —Suplicó Jannyal aterrada, esperando lo peor. Aquella mujer le causaba mucho miedo, pero no conseguía recordar el por qué, la incertidumbre sobre ello le provocaba aún más temor— ¡Perdón! ¡Madre, lo lamento!

  La dama soltó la mano de la niña, no por sus desesperados ruegos, sino, para apretar su rostro. Al tomarlo lo inclinó hacía la ejecución incitando a que Jannyal le prestara atención, la mujer quería que ella viese el momento exacto en que las cuerdas dictasen la muerte de esos esclavos.

— Usted es débil, igual que lo fue su patética abuela. —Le susurró al oído mientras clavaba sus afiladas uñas sobre el rostro de su hija, podía sentir las cálidas lágrimas de ella resbalar sobre sus dedos— ¡¿Los ve allí?! ¡Son escoria! ¡Basura! ¡Su reinado debe marcar la diferencia! ¡Tiene que ser más severa, debe aplicar castigos más fuertes! —Amagó el continuar gritando pero se contuvo, lo que menos quería era opacar con su voz la ceremonia de ejecución ante los espectadores. Cerró los ojos y prosiguió serena, aunque no disminuyó la fuerza con la que estaba hiriendo a la niña— El mundo entero le pertenece su sacra majestad, no tenga piedad.

 

— ¡Yo no quiero reinar! ¡No quiero tener el mundo! —Gritó Jannyal ahogada en lágrimas, cerró los ojos con gran ímpetu— ¡Hágalo usted madre! ¡Será mejor reina que yo!

  La mujer la soltó bruscamente y la niña cayo de rodillas al suelo. Como si lo sucedido no significase nada la dama comenzó a acomodar su vestido, sacudió el frente de este para pasar desapercibidas algunas arrugas en la tela. Volteó hacia la habitación tras su espalda para comprobar que ningún guardia la hubiese visto, hizo una mueca contemplando la soledad y tranquilidad del cuarto.

— Claro que sería mejor reina que mi tonta e inútil hija de siete años —Volteó a mirarla, arqueó las cejas y rodó los ojos al ver que Jannyal intentaba levantarse mientras secaba sus lágrimas— Pero las cosas no funcionan así, la semilla solo florece en las nietas.



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En el texto hay: academia, magia y fantasia, demonios y romance

Editado: 12.01.2019

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