Doce de la noche, no he podido llegar más temprano, a pesar de todo, me esfuerzo para que nada le falte a mi hijo. Me gustaría llegar más temprano, abrazarlo, cuidarlo, atender a sus necesidades, pero realmente no puedo.
Llego a la puerta, busco mis llaves para entrar, pero parece no ser necesario, la puerta no está asegurada. La puerta cede fácilmente al empuje de mis manos y mi corazón se estremece.
¿Habrán olvidado cerrar la puerta?
¿Habrá entrado un ladrón?
Temiendo lo peor, entro lentamente a la casa, con cautela, tratando de observar todo, buscando señales de saqueo o algo por lo que llamar a la policía, pero todo está muy oscuro.
De fondo, oigo sollozos, que lentamente se van apagando, no los reconozco.
A medida que me acerco, voy encontrando muchas cosas tiradas por el suelo, tropezando de vez en cuando por a la oscuridad. La sala, tenuemente iluminada por las imágenes del televisor, muestra extrañas sombras alargadas y temblorosas, como si alguien estuviera frente a este.
Me acerco, despacio, tragando difícilmente debido al extraño temor que va surgiendo en mi pecho.
Frente a la televisión, mi hijo solo mira la pantalla sin señal mientras repite continuamente.
- Cinco horas al día, todos los días, cada semana, cada mes. Cinco horas al día, todos los días, cada semana, cada mes. Cinco horas al día, todos los días, cada semana, cada mes. Cinco horas al día, todos los días, cada semana, cada mes.
Sobre sus piernas, la niñera.
Tiene la cara cubierta de una funda plástica, creo que no respira.
La escena es demasiado para mí, y un grito de horror se escapa, pero trato inmediatamente de apagarlo con mis manos.
Mi hijo se da cuenta de que estoy allí, observándolo, viendo también a la niñera, inconsciente o muerta, no sé.
El gira su cabeza hacia mí, y sigue repitiendo lo mismo
- Cinco horas al día, todos los días, cada semana, cada mes. Cinco horas al día, todos los días, cada semana, cada mes.
Finalmente acaricia la cabeza de la niñera.
- Cinco horas al día, todos los días, cada semana, cada mes, doce y treinta de la noche, te extrañe tanto...
Mira lo que he aprendido, la televisión enseña mucho.
Se levanta, tirando a la niñera como si fuera un trapo.
Tiene la mirada perdida.
Retrocedo dos pasos, lentamente, pero finalmente se abalanza sobre mí y dándome un abrazo, dice:
- Tras verte cinco horas al día, todos los días, cada semana, cada mes en la televisión, al fin te puedo abrazar.
Te extrañe tanto...