Seguramente sería la decisión más importante de mi vida y no debía tomármela a la ligera, necesitaba pensármelo con calma, con tiempo, analizarla con cuidado y dedicación pero tanta presión solo conseguía desesperarme cada vez más.
Bastaba un solo error para que mi vida se vaya a pique, y pensar en esto solo nublaba mis pensamientos, me resultaba cada vez más difícil concentrarme, más bien, imposible.
Cada que tengo un problema de difícil solución, cierro los ojos y trato de imaginarme lo bien que me fue después de tomar una buena decisión.
Sí, me veo riendo.
Oigo las risas de gente que me acompaña.
Les he contado la anécdota de cuando no sabía que decisión tomar.
Veo que estoy tranquilo, alrededor de una fogata en la playa, con mis amigos en lo que sería un día de campo.
Las llamas bailan con el viento mientras que las sombras de todos alrededor parecen danzar junto a ellas.
Tomo una guitarra y comienzo a tocar una canción, los demás me están acompañando.
Me imagino un poco más adelante.
Soy el gerente de una multinacional.
Estoy en una oficina, satisfecho de un buen almuerzo ejecutivo y pensando en mi pasado.
Me rio de mi indecisión, me siento tan tonto por haber dudado en algo tan simple y trato de recordar que fue lo que respondí.
Empiezo a sudar.
Mis pensamientos se revuelven tratando de recordar mi respuesta y las escenas de la reunión alrededor de la fogata y el almuerzo ejecutivo se distorsionan hasta borrarse.
Agitado abro los ojos y veo frente a mí.
De las veinte preguntas que hay solo llevo catorce, si no respondo al menos una no aprobare el año, pero el profesor ya ha comenzado a recoger las hojas.