Otra vez sábado por la mañana. Me desperté gracias a la llamada de un número que no tenía agendado entre mis contactos.
–¿Hola...? –contesté con voz ronca mientras me frotaba los ojos.
–Hola, Archie, habla el entrenador del equipo de fútbol.
–¡Eh, hola entrenador! ¿Qué se le ofrece? –respondí dando un respingo y tratando de sonar más despierto de lo que realmente estaba.
–Necesito que vengas a una práctica de fútbol lo antes posible –exigió el entrenador ¡Como si fuera totalmente usual llamar a los muchachos a las 6 a.m. y que en 15 minutos llegaran despiertos y llenos de energía a la escuela! Y sin contar que era sábado.
–¿Ahora, entrenador? –pregunté deseando haber oído mal– Quiero decir, recién amaneció y es bastante temprano, aún estoy en la cama y...
–Las prácticas matutinas son las más gratificantes. Lo espero en 15 minutos en la escuela.
–¡Pero... entrenador! –traté de protestar pero él ya había cortado.
Dejé el celular a un lado y me levanté. Pasé por el baño y me mojé el rostro para lograr despertarme del todo. Me preparé en un abrir y cerrar de ojos y salí con una caja de cereal dentro de la mochila en dirección a la escuela. Opté por ir en bicicleta para ir entrando en calor (miren si no soy inteligente).
Llegué, los primeros rayos del sol bañaban el campo de deportes tras mi colegio, haciéndolo parecer la pintura de un paisaje. Me acerqué al entrenador, un tipo de mediana edad, bastante relleno y no mucho más alto que yo, su ropa de deporte era roja y su remera tenía el escudo de nuestra escuela. Yo era uno de los primeros en llegar. En total éramos trece estudiantes, uno con expresión más deprimente que el anterior, todos estábamos ojerosos y cansados.
Comenzamos el entrenamiento dando cinco vueltas al campo de deportes, dos trotando, una caminando, dos corriendo a máxima velocidad y otra caminando. Luego, como pudimos, seguimos con la rutina que el entrenador tenía planeada para nosotros, incluía abdominales... muchos abdominales. También pases del balón, más trotes, más ejercicios dolorosos, más pases. Los últimos trotes fueron entre una pista de obstáculos.
Al terminar, estábamos exhaustos y adoloridos (por decir poco), especialmente yo que estaba fuera de forma, bueno, como la mayoría en realidad. Y creo que el entrenador lo notó. Cuando nos enteramos de que eso solo había sido la entrada en calor... más de uno se dejó caer al suelo buscando recuperar el aliento. Fue una de las sesiones más duras de entrenamiento (en serio, creo que hasta la escuela militar es menos exigente) Luego de un descanso de pocos minutos el entrenador se acercó a nosotros, haciendo sonar su silbato para llamar nuestra atención.
–Muchachos, seguro se preguntaran por qué esta entrada en calor fue tan dura, más que las que usualmente practicamos –comentó él, pero nadie tenía fuerzas para responder nada. El muchacho de mi clase que me había invitado al equipo era el único que no estaba recostado en el suelo transpirando a mares. El entrenador continuó hablando con naturalidad– Como algunos de ustedes ya sabrán, dentro de una semana tendremos nuestra primera competencia de fútbol en el año. Si ganamos este partido contra otra escuela de la ciudad, no sólo ganarán el respeto de toda la escuela y el amor de las señoritas, también pasaremos a competir con muchas otras escuelas, la mayoría viejas rivales de la nuestra. Por ende el entrenamiento que reciban el resto de la semana debe ser duro, exhaustivo y perfecto. Debemos recuperar el honor de la escuela. ¿Alguna pregunta? –inquirió con una sonrisa, como si disfrutara vernos sufrir.
Como siempre, ¿Adivinen quién hizo una pregunta tonta?
–Sin ofender, pero somos un desastre... ¿Qué pasa si perdemos? O mejor, ¿Si no nos presentamos? –sugerí con cierto tono de súplica a pesar de saber que ya estaba todo decidido. El entrenador caminó hacia mí con expresión sombría, sin quitarme la vista de encima.
–¿Así que no tienes confianza en tu equipo? ¿Así que no confías en tu entrenador? –cuestionó acusadoramente.
–¡No me refería a eso, entrenador! Sólo... –él levantó una mano para que pare de hablar.
–Ve a traer agua –demandó.
–¿Qué...?
–Trae el agua –insistió él y así lo hice, traje un balde de agua que había detrás de él en las butacas.
El entrenador lo tomó, lo examinó y, en un abrir y cerrar de ojos, lo vació sobre mí. Quedé empapado de pies a cabeza, enojado, congelado y humillado.
–¡Oiga! –exclamé desconcertado, chorreando agua.
–Eso fue para que te despiertes. Estás en el equipo de los Gatos de Washington High, si eres parte del equipo debes confiar en tus compañeros y en ti –dijo el entrenador, golpeándome el pecho con su dedo índice (Sí, realmente se llamaba así el equipo, como les dije aquí están obsesionados con los gatos). Luego él se dio vuelta y lanzó el balón a las manos de mi compañero de clase, el chico atleta y aficionado del fútbol, su nombre era Max– Comiencen el partido –ordenó mientras se alejaba. La expresión de Max era una mezcla entre sorpresa y amor al poder.