Los Gatos Negros

Capítulo 15 - Hallazgos

 

Era casi la medianoche. El "supuesto Luca" y sus dos amigos habían desaparecido al igual que Kevin. Nos encontrabamos seriamente preocupados, decidiendo cuál sería la mejor manera de proceder. Pensamos que alguien debía quedarse cuidando en la planta baja por si alguien volvía, pero que alguien también debía revisar los otros pisos. Éramos tres adolescentes y no iba a dejar sola en ninguna parte a las dos muchachas de ojos atentos. Dilemas de un caballero. 

Terminamos concordando en que lo más seguro sería que Clear y Bárbara permanecieran en la sala de estar y que no subieran a menos que pasara algo que requiriera mi presencia, y que si yo encontraba algo, bajaría y les avisaría... o las llamaría... o gritara. Lo que se diera primero. Lo que me gano por ser caballero...

 

Dejé a Bárbara al cuidado de Clear, se quedaron jugando inocentemente a las cartas, haciendo de cuenta que todo marcaba bien, mientras que iba escaleras arriba con celular en mano y  linterna como arma, porque, misteriosamente (y excesivamente cliché), las luces de arriba no encendían como deberían hacerlo.

 

Subí con el corazón acelerado, por las escaleras hacia el primer piso. No se escuchaba absolutamente nada, un silencio sepulcral bastante aterrador reinaba en la mansión. Me moví pegado a las paredes, cuidando de no hacer ruido al caminar, frente a los cuartos. 

Abrí la primera puerta, el cuarto de limpieza. Todo en orden y perfumado. Siguiente puerta, el dormitorio de mis padres. Nada anormal, una cama bien ordenada, paredes color beige, un ropero (y nadie escondido por allí). Siguiente cuarto, el baño. Nada más aterrador que entrar a un gran baño contando sólo con la luz de la linterna. Enfoqué el espejo y quedé inmediatamente enceguecido, luego corrí la cortina de la ducha, recordando todas las películas de terror en las que justo en ese momento saltaba un asesino... Tras un escalofrío me percaté de que definitivamente allí no había nada ni nadie, salvo gotas de agua cayendo delicadamente desde la ducha. El siguiente cuarto pertenecía a mi hermano menor, Henry. El piso estaba lleno de juguetes, lápices de colores y cuentos. Tropecé torpemente con una pista de carreras. Me alejé dando saltos en un pie con una clara expresión de dolor. Ni bajo la cama ni en el ropero había nada fuera de lo común, solo el cuarto de un niño. 

Seguí subiendo las escaleras, hacia el piso dos. Enfocado en los escalones, perdido en mis pensamientos, de soslayo percibí algo que sobresalía de la pared, además del tapiz mal acomodado (Mi culpa). Me agaché y pasé la mano sobre la superficie. Esta vez sobresalía más que la primera. Volví a arrancar el tapiz de la pared con un movimiento rudo, rogando en mi interior que mi madre no lo descubriera más tarde (en caso de seguir vivos hasta ese momento). 

Una vez más, frente a mis ojos se erguía aquella placa metálica, posiblemente una puerta, algo que cubría algo o una entrada, pero no lo sabía. Abrí los ojos de par en par al verificar que sobresalía más en comparación a la anterior vez, hecho un tanto preocupante para alguien que solo portaba una linterna y un resquicio de valor quijotesco. 

 

Puse mis dedos a un costado y tiré con fuerza hacia fuera. Sorprendentemente, aquella tapa metálica cedió de a poco. Logré desajustarla, pero aún no podía ver ni una ranura dentro. Estudié un poco más la situación de la intrigante puerta. Estaba atorada por los años de desuso, o eso pensé yo a principio.

 

Volví a intentar, y para mi sorpresa, conseguí abrirla por completo, cayendo hacia atrás por el impulso, y dándome la cabeza contra el pasamanos de la escalera de madera. Me incorporé entre sacudidas y dirigí la mirada dentro, sin soportar más la intriga que me carcomía. Abrí los ojos del todo y contuve la respiración, no me esperaba lo que encontré. O...  tal vez sí.

 

Entré dubitativo, alumbrando con la débil luz de mi linterna. Me detuve frente a algo similar a un altar finamente tallado, rodeado con velas. Pero lo más extraño de todo, fue cuando se prendieron de pronto y la puerta se selló tras mí. Dentro, la luz de las velas reveló una decoración poco usual pero digna de la casa de un viejo brujo. 

 

De las paredes colgaban extrañas decoraciones colgantes, todas decoradas con distintas clases de runas. También había algunos papiros detrás de una vitrina, junto con algunas pequeñas cajas metálicas. Junto a las paredes también había algunos muebles llenos de libros y figuras apiladas. Y perturbado descubrí, para mal de mi débil corazón, que no estaba sólo allí dentro. 

A mi derecha me topé con un bulto oscuro reposando sobre el piso. Con espantó, noté que estaba moviéndose y emitiendo vagos quejidos. Lo apunté con la linterna, que temblaba junto a mi mano, y me percaté de que era un cuerpo. Me acerqué, reuniendo valor, y lo rodeé con la luz. 

Al agacharme a su lado y alumbrarle el rostro me encontré con un rostro conocido.



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En el texto hay: adolescentes, brujos, brujos de salem

Editado: 11.05.2018

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