JANETH
El problema entre el consentimiento y la relación
es la creencia de que no existe el abuso entre dos
personas que se unieron por un mismo sentimiento
de amor.
El problema es que muchos piensan que, al tener pareja,
automáticamente le das permiso sobre tu cuerpo
cada vez que esta quiere tener relaciones.
Y eso no es correcto.
No porque estés enamorado de una persona
significa que das el permiso de acceso a tu
espacio, sobre tus decisiones y deseos…
Está algo silencioso a mi alrededor (con excepción de ladridos algo lejanos) y, principalmente, esa es la razón por la que me mantengo tranquila… o al menos un intento de ese sentimiento al que ya no estoy tan acostumbrada por culpa de mi pareja.
Pese a que estoy hecha un ovillo como mero intento de mantener un poco de calidez dentro del viejo abrigo que llevo puesto. Los dientes me castañean en un sonido apenas gracioso, cuesta que mis ojos se mantengan abiertos por el sueño, siempre en dirección al portón con candado que se alza frente a mí; pero sigo aquí, en un intento patético de mantenerme espabilada.
Cada segundo que pasa es un poco más frío y no es de sorprender que siga de esa forma incluso si el sol aparece al amanecer.
«Para mi mala suerte, sigue oscuro» susurro entre una risa que expresa mucho cansancio y sueño. Al sol todavía le faltan horas para darme claridad y los exquisitos rayos que necesito con tal de calentarme al menos un poco de ello. Sin embargo, veo nubes, alzadas y majestuosas entre los picos de aquellas montañas que se vislumbran al final de la ciudad, por lo que es posible decir que ya estamos más cerca de la mañana que de la media noche.
El silencio completo que me rodea ya no existe.
Me sorprende que a estas horas haya todo tipo de transporte pasando, encaminados a cumplir rutina diaria, donde el mundo ya fluye para ellos de una forma muy diferente a la mía. Es una realidad con la que he soñado por mucho tiempo, pues son trabajos, metas por cumplir, avances que, con suerte, han de desarrollarse de una forma grata, estresada, sí; pero feliz al fin y al cabo ya que, después de tantos días donde la rutina te atrapa, quizás al final consigues algo bueno y cumples esos sueños por los que vale la pequeña el esfuerzo.,
A todo esto, por muchas semanas he comenzado con un estúpido juego que me entretiene de mientras hago el oficio en la casa de Darío; ahora mismo enfermo, agotado y las extremidades quemándole por un cansancio al que yo llamo «fantasma» porque muy pocas veces encuentra el sitio exacto donde le atacan los dichosos retorcijones.
«Debo de admitirlo», río con pesar mientras escondo mi demacrada cara entre las rodillas, «escuchar gruñidos de incomodidad se han vuelto un enfermizo placer auditivo».
Me enferma saber que una parte de mí siente satisfacción de verlo retorcerse entre las sábanas que he arreglado día con día y en donde permitirme un descanso es uno de los gustos más peligrosos y prohibidos cuando él está en casa. Me enferma mirarlo y descubrirme encabezando tantas imágenes donde el rojo es un protagonista explícito de una escena que me paraliza y quiebra aún más.
Me enferma… lo hace, sentirme distinta en cuanto a la paz que busco, no a una violencia que tiene mi piel con magullones de los que no soy merecedora; pero, por alguna razón, están ahí. Los miro, sea de frente o en el espejo de la habitación y los siento parte de mí, como un acompañante que te da un mal consuelo con su: «estás viva. Sigues aquí».
Estoy viva; sin embargo, con los costos de lo que puede llamarse la marchitez de una flor que en cualquier momento va a doblarse, incapaz de sostenerse ya que las energías han dejado de aportarle estabilidad necesaria para continuar. Estoy viva; pero con manchones no solo en mi piel, sino también en mi alma que se siente resquebrajada por cada una de las humillaciones que se han abierto paso a través de mí, de una fragilidad que se ciñe y mancha por la negatividad de tantas cosas, sentimientos reprimidos que han de explotarme cuando menos me lo espere.
Me tiemblan las manos, y presiento eso, presiento cómo en cualquier momento he de romperme. Es más, no sé cómo es que todavía no lo he hecho, cómo es que todavía sigo aquí, lúcida, con los ojos ardiéndome en sí por el cansancio; pero también por ese calor interno advirtiéndome cuánto necesito descargar esa frustración acumulada. Y, sin embargo, no me he roto aún. La garganta se me seca y mis manos se unen en espasmos; pero… ¡Jesús!
Mantengo el cuerpo alerta; busco esconderme entre la sombra que hace alguna columna o algún bote de basura cercanos; pero siempre atenta porque, con tal de protegerme, sé que a estas alturas ya no podré apelar tanto a la oscuridad.
Darío va a encontrarme y lo toparé cuando menos me lo espere; eso siento. La ansiedad de sentirme acechada es cada vez más fuerte; como si sus pasos fueran a escucharse en cualquier momento, acercándose a mí. Los segundos avanzan tan lento y eso me llena de una maldita incertidumbre que termina conmigo en un maldito estrés sin reparo, sin poder sentirme a salvo, solo en alerta.