KIARETH
Tan turbio, maldición.
Es una broma por parte del mundo cruel en el que nos hemos desarrollado como una sociedad incapaz de vivir en paz con nadie, una sociedad que todos los días busca más de lo que ya tiene puesto aspira cada vez más alto, aspira a sentirse poderoso sobre aquellos que no han podido llegar a un nivel parecido o al menos uno donde su mayor preocupación no sea la de decidir que debe de andar con hambre por la vida porque no puede costearse uno, dos e incluso los tres alimentos mínimos que se suponen deben de tenerse a diario.
Es una broma cruel el escuchar esas palabras que no deben de ser ciertas, solo un chiste malsano que mi mente suplica se me confirme como tal, aunque sé con todo mi corazón que Jane no es alguien que bromee con algo de esa índole, así como así y menos cuando se ve su miedo, independiente de si él solo es alguien con el suficiente dinero como para controlar a otros.
—Policía —repito, incrédula.
«Una broma», me digo con asco, «debe de ser una mala broma sin gracia».
Janeth asiente, sus labios estirados en una mueca que muestran de todo menos una felicidad grata por haber sido pareja de un… policía.
Un policía que, supuestamente, debe de proteger, otorgar seguridad al pueblo, a la gente, su hogar; debe de velar contra la inseguridad, el mal de toda la gente que no tiene mejor cosa que hacer con su vida más que la de causarles molestias a otros en un punto donde las cosas ya pasan su límite. Y si muestra esa imagen de protector a la gente menos a su pareja, él…
—Un policía —gime mi abuela igual de sorprendida que yo. Sus ojos encuentran los míos, como si pudiese decirle que es mentira o algo. Le cabeceo con desgano, nada sorprendida, sino decepcionada—. ¿Un policía te ha hecho tanto daño?
—Por eso les digo, doña Alma. La verdad no es tan fácil —Janeth suspira, como quien viese sus ilusiones caerse desde la punta del Burj Khalifa—. Es complicado llegar ante una fiscalía y decirles que mi pareja es «Fulano de tal y canto», el policía modelo querido por muchos; incluso por sus compañeros porque ante ellos él es un tipo que lo que menos busca es caerles mal o algo por el estilo, en cambio, siempre los ayuda y los invita a ciertas cosas que a mí jamás me permite. Las probabilidades de que ellos me crean, bueno…
…son bajas.
No termina la frase; pero todas sabemos a qué se refiere.
No quiero darme por rendida, en lo absoluto; pero mejor me alejo de ella.
Janeth, como si nada, con la costumbre envolviéndola, come de la sopa, disfrutándola con toda gana. Come mientras yo siento arcadas por imaginarme a un policía, a ese policía, por pensar en que me he topado a muchos en estos días y que alguno de ellos sea, en patrulla, bicicleta o de pie, ese tipo abusivo.
Un monstruo en la piel de héroe.
Un monstruo que actúa dentro de un papel puro y que ha causado tanto daño a alguien que no se lo merece en absoluto.
Mi abuela me extiende la mano y yo saco de mi abrigo una pomada con olor a flores que le paso sin prisa.
La familia suele usarla demasiado para cierto tipo de heridas, quemaduras, moretones.
Intuyo que Janeth tiene demasiados moretones por la forma en que viene cubierta; faldas largas y un abrigo que no deja nada de piel a la vista más allá de su rostro; igual, se ve desgastado y apagado en colores que me rompen el alma porque soy incapaz de entender cómo alguien puede haberla tratado de esa forma.
O cómo alguien es capaz de lastimar a otro sin sentir remordimiento cada vez que la mira.
Ojalá decir que nadie es digno de sufrir dolor; pero hay personas y almas que lo que más hacen en este mundo es destruir a la gente, hacerlas sentir como menos y robarles todas y cada una de sus ilusiones solo porque encuentran placer y/o diversión detrás de ello. Esas personas cuyo corazón se encuentra tan marchito, esas son las que, a mi mal pensar, pierden la oportunidad de no ser merecedoras de un sufrimiento o un final.
Quiero decir que soy una persona apegada al perdón humano, todos son dignos de este y que, en obviedad, no soy quién para juzgarlos y otorgarles un castigo que crea conveniente; pero, al contrario, cuando escucho injusticias de ese tipo me hierve la sangre y todo en mí acoge ese calor con furia.
Todo en mí desea poder irme de frente a alguien como ese tipo y darle una lección o… o ser útil de alguna forma más allá de profesarle palabras que, pese a tener las mejores de las intenciones, se sienten como lo más básico que se le puede decir a otro.
Mis manos tiemblan y retrocedo hasta toparme con la puerta. Jane perfila mis movimientos cuando su cabeza gira hacia mí y yo me quedo quieta, tan quieta como quien viese a un fantasma, a la espera de palabras, algo.
No lo sé.
—No sé si estés de acuerdo; pero… te preparamos una mudada. Quiero regalártela —le digo, sin esperanzas de que ella quiera extenderse más con el tema. Ha dicho poco; a la vez se siente como mucha información que mi yo con nervios no puede procesar tan fácil.
—Vas a usar el baño de invitados —continúa mi abuela que se levanta de la silla y me hace señas para que salga. Me quedo en mi sitio, sin poder hacerle caso, sin atreverme a dejarla sola, no de nuevo.