Los girasoles también lloran

Capítulo once. Kiareth.

 

 

KIARETH

 

Quiero que cuando me mires a los ojos no veas en mí una salvación, sino un apoyo; donde salgas adelante, disfrutes tu vida, sepas quién eres y serás.

Estaré a tu lado, queriéndote, mientras que tú avanzarás tu vida, intentando dejar atrás la sombra que aquellos monstruos significan para ti.

Ya lo sé.

Ella es valiosa, como un regalo cedido desde el cielo, la forma en que mis brazos la toman entre ellos en sitios donde sus moretones no son tan visibles, con un fino tacto y un delicado apretón a mi pecho que de todos modos duele en lo más profundo de mi alma. Valiosa, como un tesoro de miles de años al que hay que cuidar bien para que no se destruya o haga polvo después de tanta manipulación a la que no ha debido de ser sometida.

Valiosa, como toda persona debería de ser considerada por aquellos a quienes aprecia, la miran y tienen la dicha de tenerla a su lado. Como amiga resulta una persona preciosa; cede mucho de sí misma para que los demás estén bien, no causar incomodidades y… para que la puñetera gente (incluso la que no la merece) la quiera como a una amiga.

Valiosa como el mismo oxígeno que respiramos y nos mantiene aquí, vivas; sonrisas que recuerdo vienen añadidos con un par de colmillos peculiarmente largos y que adoraba ver porque me recordaban (recuerdan) a un gato tierno.  

Puedo enumerar todas y cada una de las cosas valiosas que existen en este mundo; pero duele siquiera el pensarlo, buscar razones por las cuales alguien, un ser puro y bondadoso debe de ser tratado de la misma forma en que tratas a quienes más amas en la vida; esos a quienes miras y no quieres verle un solo rasguño porque eso significaría tantas cosas negativas que luego han de rondarte en la mente a diario.

¿Por qué debes de pedir razones? ¿Por qué para ser tratado con amor o un mínimo de decencia humana, tienes que enumerar una lista a modo de excusas en vez de simplemente valorar como tal?

Cada cicatriz se ve asquerosa, en el sentido de cuánto rompe mi corazón el pensar que, su espalda, si hace mucho tuvo una cicatriz no fue de esa índole, no fue porque un desgraciado la retuvo a su lado mediante quién sabe qué promesas o amenazas, no fue por un «bien» falso.

Cada cicatriz me rompe, crea imágenes en mi cabeza, de ella acostada o arrodillada, siempre, en silencio o quizás con gemidos agónicos, recibiendo todos y cada uno de los posibles azotes hasta que su mente se agotaba, hasta que el dolor insoportable quizás la dejaba desmayada en cualquier superficie en el que pudiese caer.

Y el tipo ahí, tranquilo, con un cargo de policía, con la hipocresía más que tatuada en la frente con tinta invisible para quienes caen en sus mentiras, en su imagen de persona buena que vela por un bienestar hacia aquellos que lo miran, no le temen y le tienen respecto.

Escondo el rostro en su cabello, la abrazo y algo en mí, que se quiebra por esta imagen, también lo hace por fuera cuando ya no tengo más las lágrimas. Romperme es mi reacción genuina; me destroza el pensamiento acerca de todo el dolor que ha sufrido en este tiempo, el dolor al que ha sido sometida nomás porque alguien más se ha sentido con la dicha y la autoridad de mirarla y destrozarla de tantas formas.

Me destroza sentirla en mis brazos, tan pequeña, como quien se siente rendida, solo aspira a una pequeña esperanza pese al miedo que gana y cruza cada frontera en sus pensamientos, los rincones sensibles de su magullado cuerpo.

Tengo que abrazarla, no porque no quiera ver todas esas muestras de violencia, no porque hay una parte de mí que todavía se culpa por algo que, como ella dijo, no tengo culpa; pero que se pudo haber evitado desde un principio si hubiese intervenido.  

Cada cicatriz, tan imponente como la que tiene a su lado, como la que se cruza entre sí, como la que… la que marca el paso de un mundo oscuro, de un hogar falso donde las lágrimas y la decepción pueden haber sido el pan de cada día.

Tengo que abrazarla, fuerte y cuidadosa, porque me rompe el solo pensar que ella ha entregado su amor a alguien que no supo ver cuán importante es, no supo encontrar ni enumerar todas y cada una de sus perfecciones e imperfecciones que la conforman como ser humano, un ser que sabe y quiere dar todo de sí a otros. Y me rompe, por eso la abrazo, entre la culpa de no haber podido ayudarla cuando antes era más que obvio que algo andaba mal, entre esa sensación de impotencia que me llena de pies a cabeza.

Ella me corresponde al cabo de un par de segundos donde se ha volteado lentamente, con cansancio y pesadez; cada parte de su cuerpo se siente incómodo, como quien resiente el contacto físico después de todo lo pasado.

Me animo a bajarme la mascarilla para dejar un dulce beso en su frente. Ella no me mira en ningún momento; pero eso no importa, no quiero que se sienta más exhibida a ojos ajenos de una situación del que es consciente.

Quiero hacerle tantas preguntas y el enojo me hace hervir la sangre, preguntarle cómo no vio señales, preguntarle si ese tipo no hizo algo en un principio del que ella viese como una señal negativa, saber si algo en ese tipo era tan especial como para cegarla por todos estos meses donde ella no ha terminado de las mejores maneras; pero no quiero atacarla con preguntas, con juicios en los que no debo de inmiscuirme, con acusaciones que probablemente ella ya lleve dentro de su cabeza.



#10253 en Novela romántica
#1552 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.