JANETH
Imaginar mi vida antes de que llegase Darío supone un esfuerzo a mi mente; me doy cuenta de eso cuando hago el intento de encontrar mi querido «lugar feliz» en alguno de los rincones de mi imaginación. Significa un esfuerzo pensar en mi niñez, el cual se supone es una llena de inocencia, en lo que sea que haya hecho con mis padres y que para mí sean un recuerdo melancólico de momentos donde todo era felicidad para mí, inocencia por parte de una niña que todo lo que siempre ha querido es sentirse parte de algo, ha querido una relación bella y encima formar una familia que pueda otorgarle amor a… la criatura que se forme a partir de ahí.
Pero descubro que no puedo, ya que todas esas imágenes son manchas borrosas para mi cabeza. Descubro o (más bien) siento que hubo un día en el que perdí la capacidad de imaginarme cómo fui antes de que todo esto llegase a consumirme, porque tras todo el dolor que se ha agolpado en mi corazón y que ha estado destruyendo de tanto que se mantuvo retenido, mis pensamientos fueron centrándose más en otros temas que reemplazaron a mis recuerdos, a mi felicidad, como si se hubiese olvidado de lo que esa palabra significa.
Ahora, de lo único en lo que soy capaz de procesar es: en cómo las promesas que acepté una vez, ahora la mayoría se encuentran rotas, casi consciente o inconscientemente. Porque el vuelco que ha dado mi vida me ha alejado de todos aquellos sueños a los que alguna vez aspiré, y que ahora, me he visto obligada a dejar en el olvido sin más elección, sin darme cuenta de cómo mi corazón fue privado de tantas cosas.
Se escucha estúpido el comentario de: «no darse cuenta de» cuando tus ojos lo han presenciado tantas veces.
Resoplo.
El brazo vacunado me pesa una barbaridad y las ganas de sueño me ganan; pero estoy consciente de que no debo dormirme, lo que, claro, me resulta en otra tortura más.
Tortura. La palabra baila en mi cabeza y decido despejarme.
Al cabo de unos siseos de dolor por cierto piquete en la piel, dejo el brazo recargado sobre uno de mis muslos mientras el otro tamborilea sobre el escritorio y mis ojos admiran de nuevo aquella foto impresa.
Aquellas hojas dentro de la resma de hojas de papel blanco que me llaman, como quien tuviese en frente al manjar de los manjares que no pueden ni deben de ser ignorados.
Y yo soy muy curiosa y también tengo tantas cosas guardadas que me pesa mirar y no sucumbir.
Dudo un poco; pero tomo tanto esta como un lápiz todo pequeño metido en un recipiente plástico; dentro hay más cosas; pero no curioseo demasiado, solo escribo lo primero que viene a mi mente. Me ha de servir como distracción mientras Kiareth vuelve de buscar su celular.
Cuando abro los ojos, te siento tan cerca, quizás demasiado, tan extraño e invasor en mi querido espacio personal, te aprietas contra mí y, de nuevo, ese gélido aliento choca en mi rostro con la compañía de un gruñido que me paraliza sobre mi sitio, como una orden implícita, como una advertencia burlesca de la que no hay escape; esos tintineos resuenan en mis oídos una y otra vez; no cesan y sé que la tortura ha de seguir hasta que en mi cabeza haya ese pitido donde lo único que me queda va a ser quejarme.
Sé que son risas de burla ante mi debilidad, ante mi incapacidad de defenderme y mi falta de voluntad para resistirme de aquella caída sin fondo; tan obscura y que envuelve cada célula de su víctima hasta que la asfixia.
De repente, las piernas no me responden y las manos comienzan a temblarme; mis dedos golpean sobre la superficie más cercana.
¡Oh, genial! Ahí viene.
Ahí viene con esa sonrisa que se asemeja a una mueca extraña que no puedo percibir tan bien como quisiese, sus manos extendidas hacia mi bendito cuerpo son solo un saludo antes de que llegue a mí. Tan grande, fuerte y agobiante.
El pitido en mi cabeza también saluda y la incomodidad pronto llega…
Aprieto mis ojos; pero él sigue ahí, riéndose. Risas y más risas de burla que sacuden mi cuerpo, como una tormenta que se diluye tan pronto como llega.
Arrasas, pienso mientras intento no mirarle, intento ignorar todas y cada una de las señales que me alertan de su presencia, como un huracán en cada uno de mis cimientos, y sacudes violentamente todos aquellos sentimientos que se aferran por no resquebrajarse más, que se aferran por mantener esa imagen de fuerte que ya no puede luchar ni un minuto extra.
Me siento cansada… y a la vez tan tonta.
Apenas inicio en esta vida de adulto y mi cuerpo quiere «tirar la toalla», tan débil… estúpida.
Débil. Soy débil ante tu presencia y esta misma pesa en mis hombros; me pesa mirarme al espejo y sentirme frágil, tan expuesta como los pétalos de una flor cuya fuerza mengua por el paso de un tiempo que no perdona ni al más benevolente ser.
Tu presencia sobre mis hombros me asfixia, aprieta con vehemencia cada rincón dentro de mi alma hecha añicos y apagas cada una de mis metas conforme te instalas, conforme continuas y cantas en mi oído tantas palabras que llenan de confusión cada escena que llega a mi mente.