Los girasoles también lloran

Capítulo dieciséis. Kiareth.

 

 

KIARETH

Odio tener que admitirlo (incluso para mí misma, no para otros); pero el turno de la mañana en el restaurante es precioso, y más si mis tareas asignadas son en la parte trasera del restaurante donde no llegan los clientes por ser un área restringida.

Una vez estuvo abierta y cada cierto día encontraba las plantas maltratadas, hojas arrancadas o dobladas por una persona que al parecer estaba aburrida y no encontró otra manera de entretenerse; macetas robadas y de las que no nos percatábamos porque los más astutos en ello (los ladrones) se encargaron de llevarse las más pequeñas; aquellas que entran en un bolso de hombro y no se nota en lo más mínimo porque no hacen ni tumulto ni peso alguno entre el resto de las cosas.

En la actualidad esta zona tiene una cámara que capta justo la cara de quien entra y sale; por ese lado, está mejor; pero es triste que haya personas así de malvivientes que no pueden ver un jardín bonito o algo bonito en toda su naturaleza porque ya desean aprovecharse de ello; es triste haber cerrado ese jardín para quienes nada más querían disfrutar. Sí, guardo rencor a todas las veces en las que incluso encontré plantas destrozadas o con alguna parte faltante, porque lleva tiempo, uno muy valioso del que te rompe el corazón cuando vez a alguien aprovechándose de tu generosidad para llevarse algo sin permiso. ¡Encima hay unas que ni son caras! ¿Qué cuesta preguntar? ¿O cuesta pedir como mínimo?

Tengo que apoyarme un poco de espalda a una de las paredes lejanas a las mesas para relajarme. Tomo aire y busco rápido concentrarme en otra cosa. ¿Cuál fue mi primer pensamiento? ¿El turno de la mañana

Me incorporo rápido, ya más tranquila, aunque me sienta frustrada todavía.

El turno de la mañana, a ver.

Agarro la escoba y el rastrillo, un par de guantes que me pongo de inmediato y avanzo.

Ah, sí. Es precioso.

Aunque claro, a mí no me gusta mucho eso de escuchar una alarma a cierta hora donde deseo seguir con los ojos cubiertos y cerrados para un descanso extra, tampoco me gusta tener que levantarme temprano y mucho menos la de bañarme, sin importar si hay o no una ducha; pero, por otro lado, el resto de ello, la bonita mañana, los clientes que ya conoces y te caen bien, el ruido de la llovizna (que, por supuesto, no es todo el tiempo), el olor del desayuno, la rica esencia del café recién chorreado y las risas de ciertos comensales, todo ese ambiente es como un regalo, un canto para mis oídos.

Ni hablar de los pájaros a los que les gusta ponerse entre los árboles que rodean el terreno del restaurante; estos cantan de una forma melodiosa que despejan mi mente. Eso es lo bonito, salirse, recibir un poco de la brisa y seguir el día sin contratiempo alguno.

Creo que ha sido esa misma belleza la que me ha impedido concentrarme en Janeth y en los posibles resultados de aquella llamada, de sus intentos por contactarse con su familia; padres, hermanos o incluso tíos. No sé si lo ha logrado, no sé siquiera si la búsqueda ha dado frutos o si todo ha sido un fracaso y ella se encuentra allá, sola y con los ojos llenos de lágrimas.

Siquiera he podido preguntarle a mi amadísima abuela porque ella anda por aquí, siendo la encargada de la caja. Está muy concentrada como para prestarle atención a nuestra invitada en la habitación que ahora usa de resguardo y al que va a volver en este tiempo porque opina que ya se ha expuesto demasiado al convivir con ella y eso ha sido bastante irresponsable de su parte.

—Hoy es tu último día aquí, Kiareth. Ya encontré suplente para el resto de tus turnos… —Mi abuela me detiene para hablar cuando me atrapa pasando por la zona de caja, con todo y artefactos de limpieza repartidos entre las manos. Limpiar los baños y la parte trasera donde los clientes siquiera llegan no son mis tareas habituales; pero todo con tal de reducir el contacto; no ando con una fea tos, ni con ningún tipo de flemas, o cosas así de parecidas, nada más esa falta de gusto que he aprovechado para comerme cosas raras que en mi vida probaría por mero gusto, como cebolla, por ejemplo.

Pero se ha insistido en que yo haga algo. O yo he insistido algo.

Las plantas han sido una opción porque todos los días se riegan, ninguna es de consumo humano y las que sí entran en ese uso están por una esquina donde no me atrevo a ir por si acaso. Entonces al menos sigo ayudando en algo.

Continúo hasta que estoy segura de que mis pensamientos no bailan alrededor de una marmota, siempre cargo alcohol conmigo… y jabón con cloro mezclados en una botella para ciertas partes de las paredes allá atrás en el vivero.

Me cuido… hago lo posible,

…porque con Janeth he sido imprudente.

—¿Kiareth? Mira, por mientras a ustedes les llegan esos resultados quiero que tengas puestos esa mascarilla y esos guantes. Te pido que tampoco te toques la cara, cariño.

—Yo vivía con ustedes, ¿por qué ustedes andan normal?

—Porque yo, querida niña, no ando repartiendo comidas, tengo este cristal que me separa de los clientes. Y sí ando con mascarilla —Con la punta de su uña pica el vidrio—, tampoco me toco la cara, no toco las tarjetas de los clientes, ellos mismos pagan… y el resto son personas ajenas a nosotros, con las vacunas y pruebas negativas ya certificadas. ¿Qué no ves que aquí no están ni tu hermano, ni nadie más? El resto sí ya manipula lo importante. Ahora, tú, tienes que ir atrás. Ve.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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