Los girasoles también lloran

Capítulo veinticinco. Janeth.

 

 

JANETH

El ruido de los carros que pasan por la carretera se vuelve insoportable en cierto punto; soy muy sensible a ciertos sonidos y mi sueño se espanta con bastante facilidad, por eso, cuando abro los ojos, estoy más o menos consciente de la hora que es. Es cuando me decido por que inicie el día, entre labores de hogar que hago con todo gusto como un intento de al menos no sentirme tan parásito en una casa ajena.

Ha pasado una semana… con un día más, con horas extras o cosas por el estilo; pero es una semana. Han pasado cosas y esas cosas han sido tan vanas y diferentes a mi antigua rutina que ya muchas cosas en mí comienzan a cambiarse. Claro que son superficiales por el momento; pero de todas formas es… es especial para mí.

Una semana desde que Mateo vino aquel día a dejar las cosas que ha pedido Kiareth, una semana desde que, bueno no hemos tocado el tema por el que ella ha estado molesta con su hermano. Para mi gusto pudimos habernos dicho más cosas, aunque también sé que ella tiene razón, sé que hacerlo hubiese sido presionar y obligar ciertas cosas que no funcionan de ese modo y que no pueden tomarse a la ligera.

Ha sido una semana de ambas dentro de una rutina hogareña en la que no hacemos nada más allá de comer, ver películas; también en medio de pastillas para Kiareth, de dolores alrededor de todo su cuerpo y debilidad. La tos no se pierde tampoco y me he quedado con ella en todo momento porque se le ve bastante debilitada.

Lo único que se ha salido de esto es que, en una de tantas, me ha cortado el pelo; al menos los costados de este, hasta un largo que, debo de admitir, se siente extraño porque estos los peino sobre mi pecho y hombros, y ver que no topan con mis muslos es una visión distinta a la usual.

Son distintos largos, incluso en mi frente hicimos un cambio. No es todo parejo, pero me gusta… me hace sentir diferente.

Me siento diferente y eso, para mi sorpresa, es reconfortante.

—Se supone que eres mi invitada —se ríe Kiareth mientras se acomoda mejor en la cama para darme paso con todo y tazón en mano—, no mi sirvienta o algo así. Solo te falta el delantal como mínimo.

—Pero ¿qué me estás diciendo? No me tomo esto como ser tu sirvienta, Kiareth —le respondo entre ciertas risas cargadas de diversión—. En estos días has estado toda débil, ya ni para poner atención en clase.

Su risa es derrotada. Está medio pálida y no trae sus lentes puestos, cosa que le recrimino porque gracias a eso es que anda con dolores; después de todo, significa que sus ojos están forzándose más de lo necesario. Todo en ella grita debilidad y yo solo quiero cuidarla, así como ella lo hace conmigo.  

He hecho una sopa simple, de esas en bolsa que venden en el supermercado y que pueden tardarse más o menos unos diez minutos en cocinarse. Es lo que más me ha pedido hacerle en estos dos últimos días y la verdad no sé cómo es que no ha sentido ese empacho.

—¿Sigue en pie lo de hacer hoy la llamada a ese hombre? —pregunta Kiareth entonces mientras mastica unos trozos de manzana que me he esmerado en cortarle en trozos pequeños y bonitos.

—¿Hoy?

—Hace una semana y media, creo, que estás aquí. Podemos hacerlo ya. El papel debo de tenerlo en el escritorio donde duermes.

—Oh, sí, sí, eso, sí —Cuando se me escapa una mueca se vuelve muy notable mi falta de entusiasmo. Es que eso de pensar en Darío no es algo que me emocione en lo más mínimo—. Ayer lo vi pegado en el espejo.

La frase que Darío me ha mandado, con palabras de amor más que falsas también sigue ahí.

Pese a que la destruí, volví a armar esa servilleta y transcribí en un papel al menos media nota. Lo leo de vez en cuando, mientras siento pura lástima, recuerdo tantas cosas de nosotros juntos al momento de hacernos pareja, hace muchos años antes de que todo se viniese abajo.

Lo leo, mientras el corazón se me achica, los últimos tramos de sentimientos positivos hacia él se mueren como la llamada de una vela que no es cuidada en lo más mínimo, todo en mi poco a poco cae en cuenta de lo peligroso que es ese tipo (por más que lo sepa ya) y el rechazo total hacia él se enciende.

El recuerdo de todas aquellas veces en las que su cuerpo se unió al mío, en algo que para mí fue amor antes de que llegasen los golpes; el recuerdo de sus sonrisas, de sus susurros a mi oído, de sus dedos trazando un mapa en mi piel… se vuelve insoportable cada una de esas imágenes, cada una de esas formas de decirme que todo aquello ha sido una mentira total y que… que no puedo volver.

No quiero hacerlo, no quiero encerrarme… mucho menos morir a manos de un verdugo que juega con los sentimientos de otros sin vergüenza ni remordimiento alguno por llevarse sus ilusiones en picada.

 

«Las manchas en mi pecho de tu partida queman en mi piel, queman en mis labios los recuerdos de cada beso que hemos compartido. Te quiero conmigo. Espero que estés bien allá afuera».

 

Ya hasta me la he aprendido… lo que pude rescatar, por supuesto.

«El último sueño tangible a sus dedos». Quiero reírme, reírme por la amenaza que se capta muy a lo lejos. Lo último que pueda tocar, golpear. Lo último que miren mis ojos antes de que vuelva a encerrarme y nunca dejarme salir en caso de que me atrape.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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