JANETH
Olor a realidad. ¿Tiene sentido acaso esa oración? ¿La realidad tiene un olor aparte del que ya percibes todos los días de tu vida, en tu entorno, en los momentos donde percibes olores distintos a putrefacción o a comida? ¿Olor, aparte del que ya ni eres consciente cuando te la pasas metida tanto tiempo en una habitación?
Uno se acostumbra, sí, e ignora el resto, hasta que esta golpea tu mundo y eres consciente de la diversidad que hay en él, al momento en que sales de tu burbuja o de tu sitio habitual. Es olor a realidad, a una realidad diferente cuando ambas salimos por la puerta trasera y me quedo en ese sitio, a la espera de su regreso.
El restaurante de su familia está a un lado, conectado por un pequeño sendero a una puerta trasera; pero esas paredes se encuentran cubiertas por árboles, por una cerca alta y muchas plantas de diferentes tipos de los cuales no me sé el nombre de ninguno. El jardín trasero es grande, reconozco, lo suficiente como para que pueda relajarme, porque incluso es cerrado a vistas de otras casas, de transeúntes; por donde mire hay una vegetación, dentro de macetas o arbolitos ordenados para no interrumpir el paso de otras cosas o que disminuyan espacio. Es hermoso, me digo, mientras admiro los adornos tan bonitos de este jardín repleto con bastantes plantas, flores y creo que hasta un mini arbolito al que apenas, a juzgar por su color, empiezan a crecerle papayas cuyo sabor significa darse un jugoso festín que quisiese probar.
Todo eso mezclado me otorga un olor a realidad. Una realidad sana, llena de paz con sonidos naturales de animales y el viento que me otorgan calma. ¿Qué es el olor a realidad? En mi caso es todo; todo aquello que me otorga paz, sentimiento de vida; todo aquello que, al tocarlo, se siente hermoso, no dentro de rasguños intencionales cuya única finalidad es recordarme que esta vida no es del todo mía.
O nada mía.
El olor a la realidad no me ata a algo que me destruye ni me desea ningún tipo de mala suerte o destino, al contrario, me otorga una inmensurable paz. Y aunque puede sentirse como algo momentáneo, también despeja a mi mente de todo ese estrés diario al que se somete por sí solo; cosa que… es extraña y sensacional a la vez.
Ya desde hace mucho he querido esto: la libertad abrazándome; no sentir miedo irracional al hecho de que en cualquier momento habrá un grito proveniente de alguna de las habitaciones en la casa; un sitio de cuatro horribles paredes carente de un mínimo calor hogareño, sino de gélidos vientos que congelan toda mi vida, mis pasos.
Tengo miedo de sentirme envuelta de nuevo con cadenas, miedo de volver a un lugar donde he sentido tantas cosas, menos felicidad.
Cuando me miro las muñecas, la sensación repleta de susto se agolpa en mí.
Si vuelvo con Darío va a encerrarme… va a matarme. ¡Por supuesto que no quiero volver con él!
—Tengo la moto, un bolso con varias cosas y los cascos. ¿Nos vamos?
Kiareth…
🌻🌻🌻
—¿Has traído un cuaderno con lápices para mí? ¿Qué soy? ¿Piensas en mí como una niña que no puede quedarse quieta? —Me río por sus ocurrencias mientras me siento a su lado, en la manta que ha extendido de repente sobre el pasto. Kiareth se encuentra acostada y esas cosas las ha dejado a su costado, a entero alcance de mis manos.
Me tienta tomarlos; pero primero quiero acomodarme, hablarle a ella sin la interrupción de mi mente que en estos momentos no tiene espacio para concentrarse en dos cosas a la vez.
Necesito mirarla, convencerme de que en realidad ella sí está aquí y de que todo lo que corre en mi mente es solo mi imaginación que ha decidido jugar con mi fácil probabilidad de alteración. Aunque, por otro lado, me asusta la idea de estar tomándola a ella como un apoyo emocional del que dependo para mantenerme bien.
Aprieto los párpados un poco; no tardo en abrirlos de nuevo.
—No; pero es una forma de que estemos tranquilas, ocupadas en algo diferente de… ya sabes. Para que te entretengas en algo si no quieres dormir, comer o así. Hubiese traído un libro —Su cabeza gira en mi dirección para prestarme atención. Le retiro la mascarilla para que pueda respirar en paz, sin embargo, sus palabras pronto se contradicen cuando habla de nuevo—. Pasamos de largo el juzgado.
Hemos caminado no sé cuánto tiempo porque la moto ha tenido que quedarse atrás, en una especie de parqueo vigilado por los dueños de este sitio.
Me duele todo, incluso las piernas, soy capaz de sentir el frenesí de mi pobre corazón nada acostumbrado a agitarse, el dolor de pesadilla en mis extremidades y la verdad, admito que ha valido la pena, por mucho. Llegamos a un sitio precioso; pura vegetación, mucha belleza de esta, un clima y flores perfectas a una distancia no tan lejana de nuestra ubicación que me apetece ir a ver dentro de cualquier segundo. Por el momento, quedarme aquí, quieta, es una idea hermosa y es lo que hago cuando aparto las cosas y me acuesto a su lado, boca abajo porque mi espalda todavía resiente toques extendidos sobre las heridas.
Es una montaña, el clima es fresco, quizás demasiado.