Los giros del destino

Capítulo 11: Reminiscencia

El tiempo marcha veloz y en un parpadeo me veo parada frente a un cuerpo de espejo entero mientras Joseph Sinclair me dedica una mirada llena de ternura y emoción que me eriza la piel y acelera mis latidos.

La sensación de encontrarme en una dimensión desconocida se hace presente al confrontar las atenciones de Sinclair con el recuerdo de nuestras discusiones semanales.

No se trata de la invitación a desayunar o la forma en que me habla es la profundidad de las emociones que se esconden tras sus acciones y el esmero o cuidado que expresan como si fuese un vaso frágil de cristal que el atesora.

La aprensión corre por mis venas con el extraño palpito que arroja en medio de mi conciencia la certeza de que algo permanente e irrefutable se teje entre nosotros como las raíces de esos viejos árboles que a pesar del paso del tiempo se yergue imbatibles y cuyas ramas y tallo crecen inexorablemente tratando de tocar el cielo sin importarle el peso del follaje, o el golpe del viento sobre sí.

El vestido vintage se amolda a mi figura como si hubiese sido creado para mí mientras Sinclair camina hacia mí, la naturalidad de sus movimientos y el perfume que emana de él me sustrae nuevamente de la realidad a la que vuelvo segundo después de luchar contra el arrobamiento que produce en mí.

Joseph Sinclair no hace gala de posturas sobreactuadas dirigidas a seducirme, se muestra tal y como es, seguro, sin un atisbo de duda, es un hombre que se acepta tal y como es y no duda en demostrar su interés por aquello que desea, que en este caso soy yo, aunque aún no pueda afirmar si es para mí buena o mala suerte.

De repente vienen a mi los recuerdos de mi adolescencia que viví sin pena y sin gloria, donde no era la más fea del curso ni la más popular, oscilaba en un punto intermedio del cual no me esforcé en salir debido al poco interés que generaba en mi el mundo que desfilaba frente a mis ojos, su superficialidad me dejaba indiferente especialmente cuando conocía el horror y la miseria que había más  allá de nuestra cómoda existencia.

Mis abuelos maternos habían dedicado parte de su juventud a ejercer su carrera dentro de la organización Médicos sin fronteras hasta que decidieron radicarse nuevamente en USA ante el deseo de tener hijos y aunque su periplo por el mundo se detuvo jamás olvidaron las causas sociales abriendo un consultorio médico donde proporcionaban atención gratuita en uno de los barrios más pobres y marginales de la ciudad con la ayuda de los altos ingresos que obtenían de sus consultas privadas.

Mis abuelos atendían con igual esmero a ricos y a pobres, no había en ellos más que un deseo genuino de ayudar al otro y una verdadera pasión por su profesión. Su ejemplo modelo mi carácter, las charlas profundas cargadas de fe y espiritualidad despertaron en mi el desprecio por el comportamiento vano y superficial de mi generación donde los chismes de cama, la crítica y el matones eran el pan de cada día. Tampoco encajaba con el aire intelectual y el egocentrismo de mi padre quien se ufanaba de la cultura y la preparación académica que poseía y que ponía única y exclusivamente al servicio de su bolsillo.

Las manos de Joseph Sinclair en mis hombros me sacan de mis elucubraciones, observo con detenimiento su rostro en busca de cualquier señal que tire por abajo sus afirmaciones pero solo hallo la rotundidad de sus palabras y una honestidad apabullante que erosiona los cimientos de los prejuicios que forme  sobre  Joseph al punto de admitir con vergüenza que gran parte de ellos estaban fundamentados en cierta envidia por que a pesar de que se mostraba tal y como es, con un desparpajo natural lograba encajar y ser el centro de atención sin ningún esfuerzo. 

—Te ves fantástica.

  —¿De verdad, lo crees? 

—Si, pero la opinión  más importante no es la mía sino la tuya. Tienes que sentirte a gusto en tu piel, aceptarte con tus errores y aciertos, ver cada cicatriz como la evidencia de que estas viva y que a pesar de los golpes te has levantado una y otra vez. Ojalá vieras lo que yo veo cada vez que te miro. 

—No creo que pudiera observarme a mi misma con tanta hambre —digo juguetonamente— perdón, creo que fui muy osada— pronuncio apenada al notar su expresión seria. 

—No tienes por qué disculparte.  No estás mintiendo y no es necesario que mantengas un trato formal conmigo, a estas alturas ambos sabemos que lo que menos quiero contigo es una relación superficial —susurra recorriendo con sus manos mi rostros—, podría pasarme una vida entera mirando tu rostro, Jacky. 

—¿Jacky?— pregunto con las pocas neuronas que aún atinan a funcionar mientras el resto de mi cerebro se recrea en la suavidad y la delicadeza de sus manos al tocarme.

—Si, mi dulce, terca y obstinada, Jacky.

—Perdonen, la interrupción, ¿desean ver algún otro vestido? —nos pregunta  la dueña de la boutique, quien nos toma por sorpresa.

—No, nos llevaremos este vestido, Isabela, podrías mostrarnos accesorios y calzado a juego con el vestido.

—Claro que sí, Joseph.

Cincuenta minutos después abandonamos el local, Joseph me conduce a una heladería donde ridículamente protagonizamos un interludio cursi, más acorde con un par de adolescente y no con un par de treintañeros.

Me extraña y al mismo tiempo me causa curiosidad la sutileza de los movimientos de Joseph, no muestran ninguna prisa a pesar de la fuerza y la franqueza de sus comentarios, como si no hubiese necesidad de correr a pesar de insistir en pasar tiempo conmigo y lo agradezco, me encuentro confundida, hace dos días estaba decidida a conquistar a .... y ahora estoy a puertas de un romance con mi odioso vecino.

Llevo tiempo anhelando aunque fuera una pequeña oportunidad con Bratt y ahora me encuentro vuelta un mar de nervios con otro hombre. Tendría razón mi  abuela cuando me decía que Bratt era solo un capricho por mi falta de experiencia con los hombres. 

Una fantasía romántica que había creado mi subconsciente ante la falta de oportunidades de vivir un romance real. Soy exigente lo admito, porque a pesar de no ser una belleza excepcional reconozco mi valor y no veo porque he de conformarme con un tipo mujeriego, vano, irresponsable y mentiroso.




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