Los grandiosos Wilford

15. La tarde de encuentros

Alguien estaba tocando la puerta. Era muy insistente y Jules se cubrió la cabeza mientras trataba de volver a dormir. Sin embargo, la persona parecía no querer parar, por lo que, reacia, Jules salió de la cama, se alisó un poco el cabello y caminó hacia la entrada del apartamento.

—¿Lady Anne Juliette? —Escuchó que la llamaban desde el lado exterior. Debía ser una criada.

—Lamento haberla hecho esperar —dijo Jules al abrir la puerta de la habitación—. ¿Sucedió algo?

La criada no parecía molesta por haber estado esperando. Ella solo sacó un papel de su bolsillo y se lo entregó a Jules. Parecía ser una carta.

—Se lo envía Su Alteza Real el Príncipe Edward.

—Gracias por el comunicado.

La criada se retiró y Jules cerró la puerta. Fue a sentarse en el pequeño escritorio de su habitación asignada. La carta estaba sellada, lo que le pareció exagerado. Edward siempre había sido así, demasiado preocupado por las formalidades. Abrió la carta y leyó lo que el papel del interior tenía escrito.

Lady Anne Juliette Wilford:

Su Majestad la Reina Victoria ha decidido dar una pequeña presentación musical para la cena de esta noche. La reina solicita a Su Alteza Real el Príncipe de Gales y, quien le escribe, Su Alteza Real el Príncipe Edward, tocar alguna pieza musical. Sería de gran agrado que usted también nos acompañase. No se preocupe por el instrumento, aquí le otorgaremos uno.

Estamos en el Salón Verde, ubicado en los Apartamentos de Estado. Si usted desea, puede unirse a nosotros desde ahora. Adjunto un pequeño mapa para que pueda ubicarse de mejor manera. La estaremos esperando.

Su Alteza Real el Príncipe Edward.

—Siempre tan formal —dijo Jules para sí.

Su tía Victoria nunca era así cuando le escribía; Louise, tampoco. Pocas veces se enviaba cartas con Albert y Beatrice, por lo que no podía opinar mucho de ellos. Sin embargo, sus cartas con Edward eran constantes y él nunca había abandonado el carácter formal en ellas. Jules no lo entendía, pues cuando hablaban frente a frente, ambos lo hacían como si fueran amigos, familia.

Dejó de pensar en el tema. Fue hacía su equipaje y tomó en sus manos el vestido que Cecily le había indicado. No era un vestido tan simple, como los que usaba en su día a día. Era de colores claros, con algunas flores detalladas en ella. Jules había estado de acuerdo con el vestido debido a que era muy fácil de ponérselo. Así lo hizo; no tuvo dificultades en alistarse. Después, se cepilló el cabello y solo se hizo una media cola, decorada con una peineta dorada, propiedad de su madre. Lo combinó con el collar de juego, también dorado, pero con una perla blanca en el centro.

Cuando se vio en el espejo, se dio cuenta que estaba muy presentable. Jules estaba orgullosa de su trabajo, aunque pareciera algo tonto. Sin demorarse más, tomó la carta en sus manos y salió de la habitación, con rumbo a la dirección indicada. Se perdió un poco, pero siempre había personal para guiarla. Uno de ellos le acompañó hasta el mismo salón.

El mayordomo tocó la gran puerta y Albert la abrió con una gran sonrisa.

—Su Alteza Real —saludó el mayordomo mientras daba una gran reverencia. Luego, simplemente se retiró.

Albert parecía querer decir algo al mayordomo, pero como se fue, dirigió su mirada a Jules. Ella le sonrió y él hizo lo mismo.

—Muchas gracias por invitarme, Albert.

—No podíamos presentar música sin que tú no estuvieras. Sería un insulto.

Jules rio ante la ocurrencia. Mientras entraban al salón, notó preciosas pinturas en las paredes y los muebles tan sofisticados. Sin embargo, eso no fue lo que llamó la atención de Jules.

—Oh, el salón realmente es verde.

—Bueno, por algo este lugar se llama “Salón Verde”.

Jules volteó de inmediato para ver a Edward, quien estaba apoyado en la pared y tenía un violín. Edward parecía estar estudiándola, juzgando su mirada que iba de arriba hacia abajo. Cuando notó que Jules hacía lo mismo, ambos apartaron sus miradas.

—Me asustaste —Jules le increpó—. ¿Qué saludo es ese?

—Edward, no seas grosero —reprendió Albert.

—¡Qué! Solo dije lo obvio.

Edward se dirigió hacia donde estaban los instrumentos y los atriles. Él tomó asiento y empezó a afinar el mismo violín. Albert y Jules también se acercaron. Albert le indicó donde sentarse, su lugar era en medio de los hermanos.

—Con este violín, todos los instrumentos ya están afinados —indicó Edward.

—¿Eligieron qué tocar? —preguntó Jules. Edward le entregó el violín que tenía en sus manos.

—¿Mozart? —sugirió Edward.

—Eh, tal vez algo menos común —trató de convencer Jules

—Mozart no es común —protestó Edward.

—¿Te opones a la persona que ha estudiado música toda su vida?

—¿Te opones a Su Alteza Real el Príncipe Edward?

Ambos se miraron por unos segundos. Aquellas pequeñas peleas eran muy comunes entre ellos, y toda la familia estaba acostumbrada. Una pequeña tos los sacó del estado.




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