Nada más sonar el timbre del instituto, Iris echó a correr de vuelta a casa. A pesar del enfado que había tenido con Luna, no hubiera rehusado a quedar con ella como todos los días. Por eso, no la había mentido cuando le dijo que tenía algo importante que hacer. Después de haber regresado del parque, se tiró en la cama y se puso la música a todo volumen para liberarse de sus pensamientos. Pero, por más que lo intentó, no pudo resistir que la picase el aguijón de la curiosidad. Así que no pudo dejar de preguntarse durante el resto del día qué era lo que ocultaba su madre en aquel armario. Así pues, tan pronto cómo llegó a casa al día siguiente, cruzó el recibidor como una centella, lanzando la mochila a su paso hacia el sofá, y se metió en el cuarto de invitados. Una vez allí, se recordó que disponía de tres cuartos de hora antes de que llegase su madre.
Abrió el armario e inspeccionó el interior. Había mirado alguna que otra vez en aquel mueble y ese doble fondo siempre le había pasado inadvertido. Sin embargo, ahora que sabía de su existencia, pudo localizarlo con facilidad. Lo que le resultó más difícil fue comprender la forma de abrirlo. El trozo de madera que lo escondía estaba encajado por los cuatro laterales. Tanteó la cubierta de todas las formas que se le ocurrieron, pero ninguna de ellas le dio resultado.
—Vamos —pensó en voz alta—, no puede ser tan difícil. ¡Ni que fuera una cámara acorazada!
Sin embargo, el tiempo corría en su contra, y eso hacía que la tensión no la dejase pensar con claridad. Por eso se sintió tan estúpida cuando, después de un buen rato en el que había inspeccionado cada centímetro del reborde, se dio cuenta de que había una pequeña melladura cerca de una de las esquinas. Cabría a través de ella algo no mucho más grueso que un alambre. Esa debía ser la forma de abrirlo. De modo que rebuscó por todo el armario aquello que su madre debía introducir para traccionar la madera. Estuvo segura de que no debía andar demasiado lejos. Incluso siguió pensando lo mismo después de comprobar que nada de lo que había allí le serviría. Por eso, no tardó en hurgar también en los cajones de la mesita de noche.
—¡Bingo! —exclamó, al levantar una vieja camisa que había en uno de ellos, bajo la cual encontró la varilla metálica de una percha, que había sido doblada por uno de sus extremos a modo de gancho.
Tomó aquella llave rudimentaria y se lanzó al armario, deseosa de calmar la intriga que le recorría el cuerpo. Sin embargo, sintió un repentino remordimiento que la hizo detenerse. De algún modo, estaba a punto de traicionar la confianza de su madre. Por eso dudó, hasta que un pensamiento le cruzó la mente:
«Si de verdad hubiera una confianza que traicionar, entonces no lo tendría escondido en un doble fondo.»
Fue entonces cuando las palabras de Luna resonaron en su cabeza, y se dijo que tal vez su amiga tuviera razón. Su madre siempre había guardado demasiado hermetismo con todo aquello que tuviera que ver con su padre. Apenas sabía nada sobre él, más allá de que se llamaba Cassius. Tan solo que las abandonó sin ninguna razón aparente, y su madre parecía estar más entristecida que enfadada por ello. De pronto, sintió que había demasiadas cosas que desconocía, y otras muchas que no estaba segura de saber a ciencia cierta.
«Veamos que me escondes, mamá.»
Dejando atrás todos los remordimientos, introdujo la varilla a través de la melladura. Comprobó que encajaba al milímetro, y solo tuvo que tirar con suavidad para que la madera se viniese hacia adelante. Tras de sí, tan solo reveló una pila de prendas viejas, todas rotas y desteñidas.
Iris torció la boca. No tenía ningún sentido que su madre no guardase allí otra cosa más que harapos. Aunque eso era lo que parecía a primera vista. Entonces, cayó en la cuenta de que solo podía tratarse de distracción. Así pues, la chica se apresuró a quitar los ropajes y descubrió que el doble fondo se extendía hacía abajo, en un hueco que se metía por detrás de los cajones.
Había una bolsa debajo de las prendas. Y al verla, Iris se estremeció al suponer lo que había dentro. Al fin y al cabo, era de una boutique del barrio, y la graduación estaba cada más cerca. Suspiró al tener en sus manos un vestido que oscilaba entre el azul claro y el turquesa. La tela caía en pliegues suaves que acariciaban su piel mientras lo sostenía, imaginando cómo el escote realzaría su cuello y sus hombros, y una raja que ascendía desde el dobladillo por uno de sus laterales le daría un fino toque de sensualidad. La sencillez de sus líneas le confería una elegancia exquisita. Sin duda, sería el centro de todas las miradas en aquel día tan especial.
De repente, Iris se sintió desolada. Después de aludir a la falsedad de su madre y de haber roto su confianza, se había dado cuenta de que su único mal había sido hartarse de trabajar para comprarle aquel vestido. Convencida de que era una miserable, dobló la prenda como mejor pudo y la devolvió a la bolsa. Luego, se dispuso a colocarla de nuevo en el doble fondo. Sin embargo, lo que vio allí hizo que un escalofrío le recorriese la espalda. Tragó saliva e introdujo los dedos a través de los márgenes del compartimento. Con cierta dificultad, logró sacar aquella caja de madera que encontró de niña en el trastero.
Con la boca seca, se pasó la lengua por los labios para humedecerlos, al tiempo que contemplaba con estupor las ralladuras del cuchillo que habían borrado su nombre. Había rememorado muchas veces aquel incidente, aunque jamás se había atrevido a sacarle el tema a su madre. Y, ahora que volvía a tenerla frente a sus ojos, no pudo evitar el deseo incoercible de descubrir lo que escondía.
Levantarla fue como experimentar undejà vu, con algo rodando en su interior al inclinarla, y se preguntó cómo podía pesar tanto para lo pequeña que era. La depositó sobre la balda del armario e inspeccionó su cerradura. Recordó que la otra vez no pudo encontrar la llave. Se dijo que tal vez, en esta ocasión, tuviera más suerte. Lo más fácil hubiera sido que estuvieran también en el doble fondo. Sin embargo, allí no había nada más. El armario ya lo había inspeccionado a consciencia en busca del alambre, y en la mesita también había mirado en los dos primeros cajones. Solo le quedó por rebuscar en el tercero y en una cómoda que había a uno de los costados de la habitación. Pero la llave no apareció por ningún sitio.
Editado: 30.12.2023