Al día siguiente, Iris se levantó más temprano que el resto, mucho antes de que empezase a amanecer. Cuando descubrió que su padre era un mago y que Astra había sido como una hermana para él, se le cerró de inmediato el estómago. De lo último que tenía ganas era de cenar. Sin embargo, quiso ir al comedor con la esperanza de ver allí a Dreiss y exigirle todas las explicaciones que, sin duda, se merecía. Sin embargo, por mucho tiempo que hizo Iris allí, Dreiss no llegó a presentarse a la cena. El plato humeante que le había colocado el mayordomo acabó volviendo por donde había venido, más frío que una gélida brisa invernal.
Después de eso, Iris se metió en su cuarto sin cruzar ni una palabra más con nadie, aunque todos se habían acabado yendo a dormir hasta dejarla sola en el comedor. Y, desde luego, no pegó ojo en toda la noche. Dos días durmiendo mal justificaban el cansancio en sus ojos y la debilidad de todo su cuerpo. Sin embargo, el furor interno que le provocaba la rabia contenida parecía ser tan poderoso como para levantar a un muerto de su tumba.
Se vistió con lo primero a lo que echó mano en el armario, sin tan siquiera fijarse en las prendas que se ponía, y a continuación se dirigió al patio. El enfado ni siquiera la había dejado reparar en que los cristales ya estaban puestos de nuevo. Se dejó caer sobre las baldosas y tuvo que sobreponerse a un escalofrío que le recorrió la espalda, motivado por la frialdad que había soportado la cerámica durante toda la noche. No sabía muy bien qué estaba haciendo allí fuera. Tan solo quería buscar la forma de liberar toda aquella tensión. Tomó la piedra y la colocó sobre las palmas de sus manos. Cerró los ojos. En el estado en que se encontraba, podía sentir con claridad la energía que fluía bajo su piel. Volvió a imaginar aquellos pequeños remolinos, y la piedra ascendió mucho más que el primer día. Esta vez, subía hasta superar la altura de los tejados, y bajaba hasta casi rozarle las yemas de los dedos. Por si fuera poco, la estaba haciendo girar a una velocidad vertiginosa.
Lejos de calmarla, aquello solo estaba consiguiendo irritarla cada vez más. Hasta que, al final, arrugó el rostro y apretó los dientes con todas sus fuerzas. Trató de canalizar toda la energía a través de sus manos, con la intención de lanzar la piedra tan lejos como su rabia le permitiese. Sin embargo, la corriente de aire que se imaginaba para hacerla levitar tomó un cariz enturbiado, como una masa de gas inflamable que estaba a punto de explotar. Pudo notar en el rostro el calor abrasador que desprendía, y vio cómo la piedra se desintegraba ante sus ojos.
Aquello le cortó la respiración, y la energía que fluía en su interior se fue aplacando, hasta que las cenizas del guijarro cayeron suavemente sobre sus manos temblorosas. Después de unos instantes de perplejidad, en los que se había quedado inmóvil, unas palmadas resonaron tras de sí.
—Eso ha sido impresionante —declaró Dreiss, que siguió aplaudiendo unos segundos más.
Iris no pudo evitar mirarle con desagrado, aunque su rabia se había sosegado lo suficiente como para fijarse en un detalle que le llamó la atención. El mago, que si algo lo caracterizaba era una imagen limpia e impoluta, llevaba las manos manchadas de tinta.
—Parece que no lo suficiente —replicó ella, de mala gana, mientras se ponía en pie.
—Una mezcla de ironía y rencor en tus palabas —sospechó el mago—. ¿Hay algo que quieras decirme?
La chica se acercó a él con paso decidido. El semblante impávido de Dreiss estaba consiguiendo reavivar su ira.
—Tal vez deberías haberme dicho desde el principio que conocías a mi padre. Y también podrías haberme dicho que era un mago. Porque resulta que, de todos los que hay aquí, yo soy la que menos sabe de él. —Iris hizo unos aspavientos exagerados frente al guardián—. ¡Oh, claro! ¡Y también podrías haberme dicho que erais como hermanos de la bruja que quiere matarme! —Le señaló con el dedo. Lo colocó tan cerca de su cara que casi podía rozarle la nariz—. Pero ¡claro! Parece que ese es un pequeñísimo detalle sin importancia.
Dreiss la observaba con suma tranquilidad. Incluso parecía esbozar un semblante divertido mientras la veía gruñir de un lado para otro. Al darse cuenta, la chica se paró en seco, le miró con expresión furibunda y dio un grito de impotencia.
—¡Aarg! —aulló a pleno pulmón.
Incluso los pájaros, que aún dormitaban plácidamente a aquellas horas de la mañana, echaron a volar despavoridos. Lira, que debía andar por allí, no tardó en entrar en escena.
—¿Ya estás más tranquila? —le preguntó Dreiss, con las manos en la cintura y una sonrisa conciliadora.
Iris respondió a la pregunta cruzándose de hombros y volviéndole la cara. Sin embargo, Dreiss decidió acercarse un poco a ella y la habló con voz apacible.
—Eso fue hace mucho tiempo, Iris. Tu padre y yo fuimos grandes amigos. Y Astra era como una hermana para nosotros. Cualquiera hubiera dado su vida por la de los demás. —Dreiss entristeció su rostro—. Hasta que apareció algo más seductor que la lealtad. —El mago agarró a Iris por los hombros—. Olvídate del pasado. Lo único que debes saber es que la Astra a la que nos enfrentamos ahora no es la misma que yo conocí. —Dreiss suspiró antes de insistir en ello—: Ya no lo es.
—Ese pasado del que hablas es mi padre —replicó—. Estoy en todo mi derecho de saber su historia.
Dreiss la miró a los ojos. Por un momento, pareció desprender un leve atisbo de vacilación. Pero su rostro recuperó la firmeza de inmediato.
—Te lo diré cuando llegue el momento. —Dreiss retrocedió para alejarse de la joven—. Lira ya está aquí, podéis empezar juntas el entrenamiento.
El hombre se marchó impasible ante la mirada impotente de Iris. Decidida a no dejar que la cosas quedasen así, hizo ademán de perseguirlo. Sin embargo, Lira no tardó en interponerse entre los dos.
Editado: 30.12.2023