Tras toda la tensión que había acumulado, Iris cayó rendida en la cama y, por fin, pudo descansar durante toda la noche. Ni siquiera puso la alarma del móvil, y se dejó dormir tanto como su cuerpo necesitó. Fue la luz del día la que la despertó por la mañana. Y, para entonces, ya había amanecido desde hacía más de una hora.
Se levantó, se vistió y desayunó con calma. Al fin y al cabo, solo había hablado a cerca de lo sucedido con Gael. Aún le quedaba enfrentarse al juicio de todos los demás. Recorrió el pasillo hacia el patio. De frente, había una ventana, a través de la cual, vio a Álex de perfil. Estaba de pie, concentrando en algún tipo de ejercicio. Iris sonrió. Pensó que quizá Gael hubiese hablado con él para contarle lo que le había confesado en la cocina. Y, si no era el caso, tampoco tenía miedo de decírselo ella misma. Estaba segura de que acabaría creyendo su versión. Sin embargo, su sonrisa se borró de golpe, cuando vio emerger la figura de Lira por el reborde de la ventana. Se detuvo frente a Álex y le dijo algo. Él la escuchó con atención y, al final, soltó una carcajada. Lira le sonrió. Volvió a decirle algo más y, esta vez, ambos estallaron entre risas. Iris agachó la mirada, furibunda. Se llevó la mano hasta el brazo y pasó la yema de los dedos por la herida que le hizo el día anterior. Aún le ardía al tacto.
Cerró los ojos. Volvió a ver la imagen de Lira, haciendo flotar decenas de agujas punzantes y dispuesta a lanzarlas contra ella. Había intentado matarla, y Álex estaba conversando y riéndose con ella como si tal cosa. A saber qué le habría contado. Pero, fuese lo que fuese, estaba claro que había conseguido encandilar a su compañero.
La joven levantó la mirada y volvió a observar a través del cristal. Los dos chicos seguían conversando, y parecían hacerlo en muy buena sintonía. De repente, Lira suspiró y ensombreció su rostro. Álex, con aspecto preocupado, se acercó a ella y la miró con ternura. La chica le dijo alguna cosa. Él se sorprendió. Y ella le volvió la cara como si estuviese avergonzada. Entonces, él le dijo algo, y ella le devolvió una mirada radiante. Álex la agarró de la mano para atraerla hacia sí y se fundió con ella en un cálido abrazo. Mientras tanto, Iris, que contemplaba la escena con la mandíbula desencajada, no pudo resistirse a soltar algún que otro improperio por lo bajo. Irritada ante la falsedad de Lira, se dio media vuelta y cambió de rumbo. No estaba dispuesta a salir al patio para soportar la mirada acusadora de Álex, ni tampoco el velado gesto de triunfo de su compañera.
De repente, la propuesta que le había hecho Gael la noche anterior ya no parecía tan aburrida. Después de que sus pasos resonaran con fuerza por los pasillos de la orden, entró en la biblioteca y dio un portazo tras de sí. Avanzó unos metros y se quedó parada en mitad del lugar, con los brazos en jarra y la mirada clavada en el techo. Allí, respiró por un segundo en un intento de tranquilizarse.
—¿Te encuentras bien? —sonó la voz de Gael a uno de los lados.
Iris miró hacia el lugar de donde provenía. El joven estaba inclinado sobre la mesa, con el codo clavado sobre la madera y la barbilla reposando en su mano. Su figura ensombrecía un viejo libro abierto por la mitad.
—Sí —suspiró ella—, lo siento.
—Supongo que has hablado con Álex.
—No. —Iris se encogió de hombros—. Tampoco creo que tenga muchas ganas de hablar conmigo.
Gael entornó los ojos, en una expresión que la invitó a seguir contándole. Iris, en cambio, prefirió no darle más vueltas al tema, y desvió la vista para admirar la biblioteca.
—Guau —musitó, fascinada.
La amplia biblioteca, que se alzaba tras unas majestuosas puertas de ébano, estaba soportada por unas robustas columnas de mármol, recorridas por intricados símbolos rúnicos que no sabía interpretar. El aire estaba impregnado por el sutil aroma de los antiguos pergaminos, que parecía transportar a otro mundo a cualquiera que cruzase las puertas. Las estanterías se disponían en un orden perfecto, extendiéndose hacia lo alto en interminables filas de libros. Algunos exhibían lomos modernos y brillantes, mientras que otros estaban forrados por un envejecido cuero oscuro, sobre los que había grabados símbolos indescifrables que ya apenas eran visibles. Cada estante relucía bajo un luminario de luz cálida y serena, dotando a cada obra de un aire aún más misterioso, a la vez que arrojaba tenues sombras danzantes sobre el suelo de mármol pulido. Unos altos ventanales se extendían a lo largo de las paredes, filtrando la luz del sol en un resplandor tenue y tamizado, y confiriéndole a la biblioteca un último cariz a aquella solemnidad que derrochaba.
—¿Impresionada? —Iris lo miró. Balbuceó en busca de una respuesta, pero no consiguió encontrar palabras que describiesen el aura que desprendía aquel lugar—. Uno nunca se acostumbra a este sitio. Por muchas veces que lo visites, siempre mantiene ese aire enigmático.
Iris se paseó por las estanterías, ojeando los cientos de libros que las colmaban.
—¿Todos hablan sobre magia?
—Por supuesto. Los más antiguos, además, son libros únicos que solo podrás encontrar aquí. Hace varios siglos que la orden asumió el deber de preservar el conocimiento mágico, desde el más noble al más oscuro.
—Ahora entiendo tu interés por la biblioteca. —Iris volvió a recorrer el lugar con la vista, de nuevo fascinada por cada detalle que observaba—. Debes haber aprendido un montón de cosas aquí. Seguro que mucho más que Álex y Lira.
—Como todo en la vida, es una cuestión de equilibrio —respondió, cambiando su tono de voz a una mucho más ligero y desenfadado—. Yo he invertido muchas horas en este lugar, y he aprendido muchas técnicas que ellos desconocen. —Gael movió la cabeza a un lado y a otro, sopesando lo que iba a decir—. Pero ellos se pasan los días entrenando fuera, perfeccionando las técnicas que ya conocen. Al final, cada uno tiene sus carencias.
Editado: 30.12.2023