Los Guardianes de la Hermandad: Cenizas

Capítulo 27

Iris, que se había quedado pasmada por un momento, echó por fin a correr hasta la puerta y estrechó a Luna entre sus brazos. La apretujó con tanta fuerza que casi no la dejaba respirar. Álex tampoco tardó en acercarse, atónito ante lo que veían sus ojos.

—Ya está bien —le dijo con la voz entrecortada—, no he sobrevivido para que asfixies tú ahora.

Iris la soltó del abrazo y la cogió de las manos, contemplando su rostro con fascinación.

—¡No me puedo creer que estés viva! —En ese momento, las lágrimas de felicidad ya desbordaban sus párpados.

—¿Cómo...? —titubeó Álex—. ¿Cómo puede ser que estés viva?

—Lo sabríais —contestó Luna, ofuscada—, si no me hubierais quedado tirada allí.

—Lo siento de veras, Luna —se disculpó él, avergonzado—. De haberlo sabido... —Sacudió la cabeza, sin saber cómo terminar la frase—. Pero era imposible. Vimos cómo caías. Y cómo la cueva se hundía sobre ti.

Luna echó a andar enfurecida hacia él.

—Ah, ¿sí? —le dijo, después de pegarle un empujón—. ¿Y si hubiera sido Iris? ¿O Lira? ¿También te hubieras largado sin asegurarte de que no hubieran sobrevivido?

—Pues... —quiso decir algo, vacilante, pero Luna le cortó.

—No te esfuerces en poner ninguna excusa barata, ya te lo digo yo. Hubieras levantado hasta la última roca de la cueva para buscarlas. Pero, claro, como la que quedó sepultada fue Luna... ¿A quién demonios le importa esa chica que ni siquiera tiene poderes?

Iris, que no sabía muy bien qué hacer, sobre todo, porque no sabía si su enfado también se extendía a ella, decidió darle un abrazo.

—¡Quita! —la empujó para apartársela—. De todos los que pudieran dejarme allí abandonada, jamás pensé que tú pudieras ser uno de ellos.

—Puedes enfadarte todo lo que quieras conmigo, Luna —terció Álex—, pero no puedo consentir que la culpes a ella de nada. —La chica lo miró con cara de pocos amigos—. Ella quiso ir a buscarte, pero yo se lo impedí. La detuve y la traje de vuelta a la orden en contra de su voluntad. Incluso le pidió a Dreiss que volviese a enviarla a la montaña, pero él se negó.

—Luna, tú eres mi mejor amiga. Lo sabes, ¿verdad? —le recordó Iris, con una sonrisa sincera—. Sabes que yo jamás te abandonaría.

—Sin embargo, acataste la negativa de Dreiss a volver y te quedaste tan tranquila en la orden.

—Lo cierto es que estaba tan destrozada que decidió marcharse —contó él—. Y esa decisión casi le cuesta la vida. —Luna entornó los ojos—. Los secuaces de Astra aprovecharon que estaba sola y agotada para atacarla. De no ser porque Gael llegó a tiempo, ahora mismo estaría muerta.

—Los secuaces de Astra —repitió Luna, con incredulidad—. Ya, seguro.

La chica miraba a Álex, y sus ojos irradiaban una desconfianza enorme. El joven suspiró.

—Entiendo tu enfado, Luna. Solo te pido que no lo pagues con Iris, porque ella es la única que no tiene culpa de nada.

Iris se interpuso entre los dos, haciendo que se alejaran el uno del otro, y sujetó el brazo de Álex.

—¿Por qué no te vas a contarle a Dreiss que Luna ha vuelto? —le pidió, con voz delicada.

Álex asintió.

—Aunque no te lo creas —le dijo a Luna, justo antes de irse—, me alegro mucho de que estés bien.

El joven se marchó, echando la vista atrás alguna que otra vez mientras se alejaba. Aún se podía ver el asombro reflejado en su semblante.

—Es increíble que estés viva —insistió Iris, que la miraba embelesada—. Pero ¿cómo es posible? Hasta Dreiss intentó percibir tu presencia y dijo que habías muerto.

La chica soltó una carcajada.

—Dreiss consiguió engatusarte con su palabrería para traerte a este sitio, pero cada vez está más claro que no es más que un charlatán.

—Es uno de los guardianes de La Hermandad, Luna. ¿Cómo iba a serlo si no fuera realmente sabio y poderoso?

—La hermandad, la orden, el consejo de magos... Todo muy místico y rimbombante. Pero ¿qué hay de todos esos magos a los que se suponía que la orden se encargaba de proteger? Porque, hasta ahora, yo solo lo he visto a él y a sus tres lacayos. ¿Es que no te parece un poco extraño todo esto?

—Supongo que deben ser las consecuencias de la traición de Astra. Sé quedó solo defendiendo este lugar. Ni siquiera puede salir de aquí por miedo a que lo asalten en su ausencia.

—Aun así, todo lo que has aprendido desde que llegaste ha sido por ti misma, leyendo esos libros viejos de la biblioteca y entrenando en soledad. ¿Qué te ha enseñado él? Porque yo diría que no lo necesitas tanto como quiere hacerte pensar.

—Sí —suspiró Iris—. Puede que en eso tengas razón.

—Todo lo que pasa en este lugar es muy raro, Iris. No me gusta nada. Ya te lo advertí. Y, con cada día que pasa, más me doy cuenta de que tenía razón.

Luna ya había insistido demasiado en sus suspicacias hacia Dreiss y la orden. Pero, esta vez, Iris pudo percatarse de que había algo más detrás de sus palabras.

—¿Intentas decirme algo?

Luna miró a un lado y a otro, asegurándose de que no había nadie por los alrededores. Entonces, agarró a Iris del brazo y la arrastró hasta un recoveco en el vestíbulo.

—Lo de la cueva no fue un accidente —le susurró—. Alguien me hizo tropezar para que quedase rezagada. Quien quiera que fuese, aprovechó el momento para que ese sitio se me derrumbase encima.

—Pero ¿qué dices, Luna? —repuso Iris, recelosa—. ¿Quién iba a hacer algo así?

—¿Tanto te sorprende, Iris? ¿De verdad? ¿Es que nadie ha intentado matarte por aquí últimamente?

—¿Lira? —murmuró la joven—. Puede que pierda demasiado rápido los nervios, pero no creo que tuviese nada contra ti. —Después de decirlo, dudó—. ¿O sí?

—No, que yo sepa —respondió Luna, que después echó la vista a un lado para hacer memoria—. Al menos, creo que yo nunca le he dado motivos. Pero ¡venga!, sabes muy bien que esa chica es una psicópata.



#722 en Fantasía
#115 en Magia

En el texto hay: intriga, accion, magia

Editado: 30.12.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.