Después de haberse despedido de Iris, Luna recorrió los pasillos de la orden en dirección a su cuarto. Supuso que Dreiss y los demás tal vez irían a hacerle una visita. Aunque, en aquel momento, tenía ganas de cualquier cosa menos de soportar sus caras de falsa felicidad. Sin embargo, vio al mago en uno de los corredores laterales, manteniendo a lo lejos una conversación con Gael. Luna se apresuró a ocultarse tras la esquina y los vigiló con discreción. Desde donde estaba no alcanzaba a oír lo que decían, pero sus rostros estaban demasiado serios, y parecía que la tensión flotaba en el ambiente. Lo que fuese que estuvieran discutiendo, debía ser un tema muy importante.
Poco después y siguiendo las indicaciones de Dreiss, Gael se marchó a toda prisa hacia alguna parte. Mientras tanto, el mago lo observó alejarse con evidente preocupación.
Luna aguardó paciente a que Dreiss se marchase a sus dependencias. Y, entonces, se echó a perseguir a Gael. Le costó localizarlo en el entramado de pasillos que formaban la orden. Por un momento, pensó que se había escabullido. Pero, a la carrera, consiguió dar con él a tiempo.
No mucho después de que lo encontrase, el joven se detuvo junto a una pared. Miró a un lado y a otro para asegurarse de que nadie lo seguía, y se giró hacia un cuadro que ocupaba casi todo el muro en su altura. Tiró de él y se abrió hacia adelante como una puerta. Desde donde estaba ella, no podía ver qué escondía detrás, pero el joven estuvo haciendo algo y, al momento, desapareció, cerrando la pintura tras de sí.
Luna estuvo tentada de acercase a comprobar qué ocultaba el cuadro. Sin embargo, tuvo miedo de que Gael la descubriese. Así pues, aguardó con paciencia en su escondite, hasta que, unos quince minutos después, el chico volvió salir de donde fuera que llevase aquella entrada secreta. Recolocó la pintura en su lugar, se sacudió la ropa polvorienta y se marchó como si nada. Luna esperó a que torciese hacia otro pasillo y, luego, se asomó a él para comprobar que de verdad se marchaba. Entonces, se acercó al cuadro, lo asió por el borde y tiró de él. Nada ocurrió. El cuadro parecía estar pegado al muro.
La chica resopló, suponiendo que debía tener algún mecanismo para abrirlo. Palpó el borde, introduciendo los dedos en la pequeña rendija que quedaba entre este y la pared. A media altura, encontró una pestaña, que solo tuvo que presionar para que sonase un leve chasquido, y el cuadro se abrió ante ella. Tras él, había una puerta de hierro de aspecto impenetrable, como si fuese capaz de soportar la fuerza de cualquier hechizo. Inspeccionó el mecanismo de apertura, el cual no llegaba a comprender. Parecía un sistema tan antiguo como intricado. Incluso Gael había tardado varios minutos en abrirlo. De modo que suspiró, convenciéndose de que no tenía otra alternativa. Cruzaría esa puerta, pero supo que no de la forma en que se esperaba que lo hiciera.
La chica miró a un lado y a otro. No vio a nadie. Pero, por si acaso, afinó también el oído. No escuchó el rumor de ningunas pisadas acercándose. Entonces, se plantó frente a la puerta y tomó una bocanada de aire, justo antes de atravesarla como si fuera una aparición espectral. Exhaló nada más emerger al otro lado, como quien sale a flote después de bucear en el agua. Frente a ella, descendían unas escaleras lúgubres y mohosas. La chica arrugó la nariz ante el intenso olor a humedad que flotaba en el ambiente.
Las descendió despacio, acompañada por el sonido que hacía el agua al gotear en algún lugar oscuro. Apenas entraba luz por alguna parte del techo, pero era suficiente para mantener el lugar en una penumbra que le permitía moverse. Cuando llegó abajo, un sonido brusco la estremeció. De pronto, las antorchas que colgaban en la pared se encendieron por sí mismas, como si hubieran detectado su presencia allí. El fuego iluminó ante ella un amplio recibidor, con una alfombra descolorida bajo sus pies que iba a dar a una puerta majestuosa. Luna la reconoció al instante. Era la misma que había aparecido en los sueños de Iris.
Cuando llegó hasta ella, admiró los grabados misteriosos que había en la piedra del arco. Luego, observó la puerta. La madera estaba corroída, como si no hubiese soportado bien el paso del tiempo, y el pomo dorado estaba ennegrecido y desgastado por la humedad.
Luna empujó la puerta, y esta se abrió con pesadez frente a ella, haciendo retumbar el chirrido de las bisagras entre los muros, y un soplo de aire frío le acarició la cara. Al otro lado, la magnificencia de la sala la dejó sin aliento. Las paredes relucían en un blanco marfil y, sobre ellas, había grabados símbolos rúnicos que brillaban por sí mismos, emitiendo un tenue resplandor dorado que arrojaba sombras danzantes al suelo. A ambos lados, dos hileras de gruesas columnas parecían sostener el salón, con símbolos intrincados que también palpitaban con luz propia. Bajo sus pies, la alfombra se extendía hasta el final de la sala, en un rojo intenso que irradiaba un aire noble y majestuoso. Iba a morir a los pies de un imponente altar y, sobre él, se alzaban tres tronos de piedra que parecían refulgir con un aura mística y esplendorosa. Uno de ellos le llamó le atención, pues tenía una melladura en el respaldo, y las grietas resquebrajaban la roca hasta casi alcanzar el asiento.
Luna se adentró en el salón, mientras sus pasos resonaban en un eco profundo. Según avanzaba, los símbolos de las paredes resplandecían cada vez con más intensidad, como si pretendiesen iluminar su camino. Al llegar a los pies de las escalinatas, se giró por un momento, y recorrió con la vista la sala que había dejado detrás. Se preguntó qué sería lo que había ido a buscar Gael en un sitio como ese. Así pues, sin haber visto nada que lo explicase, decidió subir al altar, a pesar delo mucho que le impresionaba su altura. Conforme ascendía las escaleras, una sensación zozobrante recorrió su cuerpo, como si los tronos se negaran a que alguien indigno de ellos se acercase demasiado. Luna respiró hondo y ascendió hasta la cima. Al otro extremo del altar, oculta tras los imponentes sillones, había una puerta dorada. Se acercó hasta ella con precaución, con un escalofrío que le recorría la espalda. La empujó con suavidad, y la luz que se colaba desde el salón iluminó una escena dantesca ante los ojos de la chica. Sin embargo, no dudó en adentrarse en la habitación, donde admiró satisfecha su descubrimiento.
Editado: 30.12.2023