Luna echó a correr tan pronto como escuchó a Dreiss acercarse hacia la puerta. Se acurrucó tras el último pilar que había al fondo del pasillo y afinó el oído para escuchar lo que aún tenía que decir. El mago le dio unas últimas instrucciones a Iris y cerró la puerta tras él. Mientras tanto, Luna confió en que no se le ocurriera echar ningún vistazo allí donde se escondía. Después de todo, no tenía ninguna razón para hacerlo. El pasillo terminaba en esa dirección y, más de una vez, había podido comprobar que Dreiss no era capaz de sentir su presencia. Respiró aliviada al ver que se alejaba y se perdía por los entramados de la orden. Luego, como quien pasea por el edificio sin tener nada mejor que hacer, lo vigiló sin que se percatara de ello. Acabó encontrándose con sus otros tres aprendices, a quienes pareció darles unas explicaciones. Y, luego, se desvaneció en el aire para transportarse hasta algún sitio.
Ya segura de que Dreiss se había marchado bien lejos de la orden, Luna se apresuró a volver a su cuarto y se cercioró de echar el pestillo. Aunque no le bastó solo con ello y decidió también encajar una silla bajo el picaporte. En el centro de su habitación, inclinó la cabeza a un lado y a otro para estirar el cuello. Lo que estaba a punto de hacer nunca le resultaba sencillo, y requería un estado máximo de relajación por su parte. A continuación, se sentó en el suelo con las piernas entrecruzadas, irguió su postura y cerró los ojos. Primero, se centró en mantener una respiración lenta y profunda. Inspiraba por la nariz, retenía el aire durante unos segundos y lo exhalaba por la boca. Y, una vez que había controlado su respiración, se hizo consciente de cada músculo de su cuerpo. Relajó el cuello y los hombros. Luego, los brazos y las manos. Siguió con la espalda y el abdomen. Pasó a la pelvis. Y acabó por las piernas y los pies. Poco a poco, fue experimentando una sensación de ligereza, como si su cuerpo se despegara de las baldosas y flotase en el aire. Dejó la mente en blanco, afanándose por bloquear cualquier pensamiento que tratase de irrumpir en ella. Notó que estaba a punto de alcanzar el estado de trance, y su ser casi se había despegado de aquella realidad.
«Toc, toc, toc.»
El sonido de la puerta rompió con su ensimismamiento. Sus músculos se tensaron y su respiración se agitó. Su cuerpo volvió a sentirse pesado. Resopló, molesta por la inoportunidad de quien la hubiese interrumpido. Entonces, decidió guardar silencio para simular que no estaba allí. Sin embargo, la puerta volvió a resonar.
—Sé que estás ahí, Luna —reconoció la voz de Gael—. Te he visto entrar hace un rato.
La chica quiso decirle desde el interior que no era un buen momento. Aun así, supuso que él insistiría. Sería más rápido abrir la puerta y quitárselo de encima cuanto antes. La madera reveló tras de sí la figura sonriente de Gael, que se apoyó sobre el marco con una chulería que le era impropia.
—¿Qué quieres? —le preguntó Luna, con voz seca.
—Solo quería recordarte que tenemos pendiente una visita al cine.
—¡Ja! —replicó ella—. ¿Desde cuándo?
—Recuerdo que te lo propuse un día por los pasillos, cuando Álex y yo nos cruzamos con vosotras. —El joven entornó los ojos—. Aunque, ahora que lo pienso, creo recordar que me dijiste que no. Y, luego, me pediste que te enseñara el edificio. Pero lo que querías, en realidad, era dejar a Iris a solas con Álex. ¿Sabes, Luna? No está bien jugar con los sentimientos de la gente.
—No estoy interesada en ti, Gael. Pero, si te he estado evitando todo este tiempo, ha sido precisamente para no hacerte daño. Y, ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer.
Luna quiso cerrar la puerta, pero el joven interpuso el brazo para impedirlo.
—¿Se puede saber qué haces? —le reprochó la chica, cuya irritación era más que palpable.
—¿Sabes, Luna? —Gael se tomó un momento para escoger las palabas adecuadas—. No voy a negar que me gustaste desde el primer momento en que te vi. Aun así, estaba dispuesto a asumir tu rechazo. El problema es que no me lo estás poniendo nada fácil.
—¿Qué? —repuso Luna, sin entender nada—. ¿De qué estás hablando?
—Lo que digo es que llevo un tiempo observándote de cerca. Desde el día en que volviste a la orden. —Gael suspiró—. Lo pasé tan mal cuando creí que habías muerto, que no he podido quitarte el ojo de encima desde entonces. Y debo admitir que tengo debilidad por las chicas curiosas.
—No me está gustado nada todo esto, Gael. —La chica no sabía de qué le estaba hablando, pero estaba empezando a ponerse demasiado tensa—. Será mejor que te vayas.
—Aún no he acabado —replicó él, con tranquilidad.
—Pues habla claro de una maldita vez y, después, te largas.
—Está bien, como quieras. —De nuevo, Gael se tomó un momento antes de hablar, y eso hizo exasperar aún más a Luna—. Sé que has estado fisgoneando por la orden. Y que le has hecho una pequeña visita al Salón de los Tres Tronos.
—¿De qué hablas? —repuso ella, con aparente ignorancia, aunque le costó mucho dominar los nervios—. Este sitio es tan enorme como misterioso. Claro que he estado echando el ojo por ahí. Pero no sé nada de ningún salón de tronos.
Gael sonrió.
—Venga, Luna. Haz un poco de memoria. —Sacó el móvil y le enseñó el vídeo que había grabado una cámara oculta—. Yo diría que esa chica de ahí se te parece bastante, ¿no crees?
Las imágenes la habían captado en la sala que había detrás del altar. Ante la evidencia, la chica se quedó pálida como la nieve.
—Solo estaba curioseando. Te juro que no le he contado a nadie lo que encontré allí.
—Contaba con ello. —El joven reflexionó sobre algo—. Pero ¿qué crees que pensará Dreiss si se entera de esto?
—No tienes por qué hacerlo —le pidió Luna—. Te repito que yo solo estaba curioseando, nada más. Pero fue un error entrar ahí.
—Claro. Has desconfiado de Dreiss desde el principio, incluso desde antes de venir aquí. Y tampoco te has fiado nunca de ninguno de nosotros. —El joven se acercó a ella y le susurró—: No has estado nunca curioseando, Luna. Lo que has estado haciendo es espiarnos. Y eso es porque te has dado cuenta de que alguien miente, ¿verdad?
Editado: 30.12.2023