Lo último que hizo Iris aquella noche fue tomar la pluma de Dreiss y hacerla levitar en el aire ante sus ojos. Bajo la atenta mirada del mago, la joven entornó la vista, poniendo toda su atención en el objeto que flotaba ante sí. Imaginando que la realidad no era más que un velo deformable, la pellizcó con la mente, como si intentase doblarla para transportar la pluma a otro lugar. Sin embargo, no era eso lo que pretendía. El bolígrafo se retorció en el aire, como si fuera de goma, y, finalmente, se dividió en dos. De pronto, dos plumas idénticas flotaban ante los ojos impresionados de Dreiss.
El hechicero extendió su mano para alcanzar uno de los bolígrafos. Se dio cuenta de que era real y tangible. Pensando que aquel era el auténtico y el otro nada más que una ilusión, extendió la mano que le quedaba libre y trató de agarrarlo. Sus cejas se enarcaron al comprobar que era mucho más que un espejismo. El mago analizó ambas plumas con tesón, intentando discernir cuál era la original. Pero se dio cuenta de que ambas eran igual de auténticas.
Iris sonrió ante el asombro de Dreiss con cierta dificultad, esforzándose por no perder la concentración para mantener así el hechizo. Sin embargo, llegó un momento en que no pudo hacerlo más y dejó de sentir la conexión con los objetos. En ese momento, las plumas se separaron de las manos de Dreiss y flotaron en el aire, donde comenzaron a retorcerse, a la vez que giraban sin parar. Al final, ambas copias volaron la una al encuentro de la otra. Y, cuando colisionaron, regresaron de nuevo a la unidad.
—Lo siento —se disculpó Iris, un tanto avergonzada—. He perdido la concentración.
—He podido notar lo difícil que era mantenerla. Cuando la realidad se percibe a sí misma alterada, el universo lucha con todas sus fuerzas por restaurar el equilibrio.
—Siento haberte defraudado.
El mago sonrió.
—Todo lo contrario, Iris. Estoy más que impresionado —confesó él, con aparente sinceridad—. De hecho, creo que ya estás preparada.
—Tampoco tenemos otra opción —opinó ella, sin creer demasiado en las palabras de Dreiss.
—El tiempo que teníamos se ha agotado. Eso es cierto. Pero has logrado un control brillante de esta habilidad en solo cinco días. Estoy convencido de que no fallarás.
—¿Y si no es así? —quiso saber ella, preocupada—. ¿Y si no consigo controlarlo y Astra escapa de su prisión?
—Entonces, no nos quedará más alternativa que la batalla. —Dreiss le puso la mano en el hombro, un gesto que cada vez se hacía más habitual—. Te has vuelto muy fuerte en estos meses, Iris. Mucho más de lo que eres capaz de reconocer. Tengo fe en que mañana conseguirás cerrar esa prisión. Y, aunque no fuera así y lograra escapar, entre todos conseguiríamos detenerla.
Iris, abrumada por la enorme presión que recaía sobre sus hombros, no pudo hacer otra cosa más que suspirar.
—Será mejor que te vayas pronto a dormir. Te necesitaremos bien despierta.
Iris asintió con una tímida cabezada. Luego, le devolvió la llave de la biblioteca a Dreiss, asumiendo que ya no le pertenecía, y se retiró a su cuarto. A lo lejos, observó la figura de Álex, que la esperaba apoyado contra el marco de la puerta. Iris sonrió. Su ánimo había mejorado solo con verlo.
—¿Qué haces ahí? —le preguntó ella.
—He venido a verte y no estabas —respondió él, al tiempo que se empujaba contra la madera para reincorporarse—. Tampoco quería interrumpir tu entrenamiento. Así que he decidido esperarte aquí. —El joven la cogió de las manos—. No podía dejar que te fueras a la cama sin despedirme de ti.
Iris soltó una carcajada.
—¿Cómo que despedirte? —le dio un golpecito en el hombro—. ¡No seas dramático! ¡Tampoco se acaba el mundo!
—Lo sé —repuso el joven—. Y estoy seguro de que mañana todo saldrá bien. Pero no puedo evitar preocuparme.
El rostro del joven se ensombreció a medida que pronunciaba la última frase.
—Eh, tranquilo —intentó reconfortarle Iris, con voz dulce—. Todo irá bien. Y tampoco pasaría nada si no fuera así. Todos estaréis allí conmigo para protegerme, ¿no? —Álex asintió con ojos brillantes—. ¡Pues ya está! Aunque Astra escapara, no podría vencernos si estamos todos juntos.
—Sí, tienes razón. —Álex pareció respirar, algo más aliviado—. Nada tiene por qué salir mal. —Iris sonrió—. De todas formas, prométeme que no te vas a confiar y que estarás siempre alerta.
La chica asintió con una amplia sonrisa. Álex la estrechó con fuerza entre sus brazos, y la calidez de su cuerpo la reconfortó.
—¿Quieres dejar que se vaya a dormir de una vez? —terció Lira, que pasaba por allí en ese momento—. Mañana tiene que estar bien despierta.
—Por una vez, tiene razón —le susurró Álex al oído, antes de separarse de ella—. Será mejor que te dejemos descansar.
—Sí, te hará mucha falta —agregó Lira.
Iris aguardó por un momento, viendo como sus compañeros se marchaban, y se encerró en su habitación. Nada más cerrar la puerta, se dejó caer de espaldas sobre ella y se frotó el rostro con las manos. Había intentado aparentar calma y seguridad frente a sus compañeros. Sobre todo, con Álex, cuya tensión por lo que le sobrevenía a la chica era más que visible. Pero lo cierto era que se sentía al borde de derrumbarse.
Con un mar de dudas ahogando su mente, se acurrucó sobre la cama y trató de dormir. Ni siquiera se había cambiado de ropa.
Editado: 30.12.2023