Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Capítulo 5

—¿Qué opina, señor Caro? —le preguntó un nuevo recluta del cuerpo de policía.

«Opino que es una nueva oportunidad», pensó Salvador Caro, el jefe del departamento de policía de Nueva York.

—Esto debemos controlarlo rápidamente, se está expandiendo por cada rincón de la ciudad —se limitó a contestar.

—Según los reportes de varios oficiales ya los han visto por todas las calles, sujetos hasta arriba de dopamina y casi en trance.

—Y todo por culpa de esta basura —dijo mientras levantaba una bolsita de muestras con varias píldoras azules dentro—. ¿Cómo dices que se llaman?

—La gente que los consume les dice psiconauticos.

—¿Pero no hace violenta a la gente?, ¿no les daña el puto cerebro?

—Esta parece ser una droga totalmente nueva y diferente, no causa ningún efecto alucinógeno ni si quiera adicción, la gente lo consume porque les gusta la sensación, no porque lo necesite.

«Entonces es una oportunidad de oro», se dijo.

Caro era un tipo que estaba en forma, aunque no tanto como para que se le marcaran los músculos. Alto, de cabello grisáceo y las facciones de la cara bien marcadas, teniendo siempre encima unos lentes de color negro y una camisa blanca de manga larga fajada por debajo del chaleco antibalas que llevaba a diario. Unas pistoleras en los costados y una actitud arrogante por donde quiera que fuera, era el tipo de persona que aprovechaba las oportunidades, aún por encima de la ley.

—Aún no suban los expedientes a las bases de datos, hay que indagar más primero. No sabemos con qué estamos tratando y no quiero ni a la DEA ni al FBI aquí en mi territorio.

—Entendido, señor.

—Puede retirarse.

Cuando el recluta salió, se levantó de su escritorio y caminó de una manera muy sobrada por los pasillos de la comisaría, directo hasta el estacionamiento para llegar a su vehículo personal. Subió y condujo cautelosamente unos minutos hasta llegar a una caseta telefónica.

—Señor Qiang, soy Caro —dijo en cuanto le contestaron el teléfono.

—¿Qué necesitas, Caro? —le respondieron con un acento chino muy notorio.

—Tengo noticias sobre algo nuevo que se mueve por las calles.

—Ya sé de qué estás hablando, te recuerdo que estas calles son más mías que tuyas —le recordó.

—Necesitamos vernos —añadió.

—Ven en media hora, te estaré esperando.

—Claro señor, nos vemos pronto.

—Mjm.

Miró a cada lado de la calle en la que estaba para percatarse de que nadie lo estuviera viendo.

Entró de nuevo a su auto y fue directo a la cafetería más cercana a comprar un café para emprender su camino hasta el barrio Riverdale, al noroeste en Nueva York.

En cada esquina por donde pasaba había ciertas personas que se le quedaban viendo, era muy conocido en el lugar, no por ser un buen policía, sino porque era él quien los sacaba de prisión a cambio de dinero o sí la organización del chino Qiang se lo pedía, todo eso gracias a su abogado de confianza.

Tenían un gran convenio, una sociedad. Salvador Caro se haría de la vista gorda ante la mafia del señor Qiang a cambio del veinte por ciento de todos los ingresos mensuales, además, Caro se encargaría de la protección ante las organizaciones justicieras más grandes, como el FBI o la DEA, manteniéndolos fuera del juego para él ser el único involucrado en todo.

—Caro, se ha tardado mucho en venir —dijo el señor Qiang cuando lo vio entrar a su despacho, escoltado por su mano derecha, Wong.

—Los nuevos reclutas del cuerpo son unos inútiles.

—Le recuerdo que es su responsabilidad formarlos y hacerlos que entiendan las reglas.

—Según ellos apenas ha estado circulando esto durante una semana —reprochó, arrojando la bolsa con los psiconauticos al escritorio del chino.

—Llevan en las calles poco más de un mes, Caro, no una puta semana.

—Lo lamento, no estaba enterado. —Su voz era firme, no se dejaba intimidar.

—¿Sabes a cuánto venden estas mierdas? —preguntó agarrando la bolsa de píldoras y apretándola con mucha fuerza.

—Imagino que treinta, o veinte dólares.

—Ciento cincuenta, Caro, ¿cómo es eso posible? Vale tres veces el precio de nuestro producto y se vende el doble de rápido.

—¡No me joda! ¿Quién en su sano juicio pagaría tanto por una simple píldora?

—Lamentablemente una gran parte de sus compradores son gente que antes nos compraba a nosotros. ¿Eso dónde nos deja, Caro?

—Debemos investigar de dónde salen o quién es el que las hace lo antes posible.

—Ya lo sabemos —habló esta vez Wong—. Los hermanos D’angelo. Descendientes de una antigua familia de la mafia italiana que fue derrocada.

—¿Cómo lo saben? —preguntó volteándose hacia Wong.

—Hace casi cuatro semanas efectuaron la compra del casino Diamond —le respondió Qiang—, compraron también una cárnica, o al menos la acaban de poner a su nombre, además manejan un auto de lujo y visten elegantemente. Todo eso en menos de un mes y medio, Caro, ¡mes y medio!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.