—¡Tienen que salir ahora mismo! —Escuchó la voz de Caro cerca de algún lugar junto con el sonido de sirenas policiales.
«¿Qué mierda?», pensó.
—¿Pasa algo, amor? —le preguntó Anne.
—Me pareció haber escuchado la voz de…
No alcanzó a terminar, cuando al doblar una esquina con el auto ahí estaba, en medio de cuatro patrullas que rodeaban una tienda, Caro con un megáfono en la mano. Estaba cerrado el paso con unos conos que, por estar distraído, no los vio, tumbándolos y haciendo que la mayoría de los policías lo voltearan a ver.
Caro clavó su mirada directo en la de él y después pasó sus ojos hacia Anne.
Los vio juntos.
—Señor, tiene que dar la vuelta y retirarse —le dijo un policía que se acercó a su vehículo.
—Sí, lo lamento señor, no vi los conos —se disculpó mientras giraba y se marchaba.
—¿Lo conoces? —le preguntó Jacob a Caro.
—No, para nada —mintió.
—Se me hizo raro cómo se quedaron viendo el uno al otro por tanto tiempo.
«No se puede ser más idiota, Caro», se insultó a sí mismo.
—Tan sólo creí que tenía algo que ver con el robo, cómo es que no vio los conos el idiota.
—Eso mismo me pregunto yo.
—¡Si no salen ahora en este momento! —continuó gritando por el megáfono—, ¡entraremos nosotros a por ustedes!
No hubo respuesta de los atracadores.
—Es nuestro turno, oficial Caro —sugirió Smith.
—Pues adelante, ya podemos proceder, estos idiotas no van a cooperar.
—Atención —dijo por la radio—, les habla el agente Smith del FBI, tenemos autorización para entrar. Intentemos inmovilizarlos, pero sí no hay de otra podemos abrir fuego.
Cerca de diez reclutas hicieron una formación de ataque, acercándose lentamente por cada uno de los lados por los que podrían entrar. El primero dio un paso hacia el interior de la puerta y se aseguró de que no tuvieran arma los ladrones.
—Están desarmados —informó a sus compañeros que tenía por detrás.
—¡Adelante! —gritó Caro.
Irrumpieron cinco de los diez policías y sin forcejeo alguno, pudieron capturar a los chinos.
«Esto fue demasiado fácil», pensó el agente Smith mientras los veía salir de la tienda.
—¿Por qué no pusieron resistencia? —le preguntó al jefe de la policía.
—No tengo ni la menor idea, Smith, probablemente sabían que no tenían ninguna escapatoria.
—Entonces no creo que sean parte de la mafia. Hubieran hecho hasta lo imposible para salir de aquí antes de que llegáramos.
—No sabes cómo se comporta el ser humano cuando se está cagando de miedo.
—Sí, lo sé.