Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Capítulo 44

—¿Hoy tampoco vas a salir? —le preguntó el tipo calvo de los tatuajes, quien se había hecho llamar Todd.

—No, ya te dije el por qué no salgo —dijo Jacob.

—No me puedo creer que te de miedo el mar si vas a una ciudad rodeada de él.

—Pues créelo, no me hagas quedar más en vergüenza.

—Bueno, al menos vas tú por tu comida y no quieres que yo te la traiga, me cagaría en ti si así fuera.

—Pues me alegro de ir yo para evitar que me cagues. —Jacob no había salido a la cubierta a pasear en más de diez días.

—Yo ya me hubiera vuelto loco, las únicas veces que sales de la bodega es para ir al baño y al comedor.

—Tengo un gran aguante —declaró.

—Escuché que vamos a llegar mañana mismo.

—En martes —susurró—. ¿Por qué tan pronto?

—El viento nos favoreció.

—¿El viento?

—O la marea, alguna mierda así. Poseidón está de nuestro puto lado, hermano, eso es lo que importa. —Levantó sus manos como agradeciendo al cielo.

—En todo caso, Poseidón está abajo, en el agua.

—¡Mierda!, tienes razón.

—Entonces el ataque va a ser la noche del miércoles, ¿cierto?  —Todd le recordaba mucho a su antiguo mejor amigo Christian.

—Eso parece, hermano, pero igual nos lo van a confirmar mañana antes de salir.

—Genial, ya era hora.

 

—Ya era hora —dijo Antoni mientras escupía al mar.

—Tan sólo fueron doce días de los quince previstos. Fue más rápido incluso de lo planeado. —Giancarlo estaba junto a él.

—Varios de nuestros hombres, los más experimentados, están revisando todas las armas que nos trajimos de estados unidos.

—Aun así en Italia hay varios vendedores de confianza, Aivor. Ese es el menor de los problemas —declaró Rinaldi.

—¿Cómo fue que pudiste comprar la casa de nuestros padres?

—Les hice una oferta a los propietarios que no podían rechazar, Giancarlo, además de que cuando se enteraron de que los compradores eran ustedes aceptaron sin ningún pero.

—Básicamente por respeto o miedo —dijo Aivor.

—Cualquiera de las dos sirve en este mundo en el que estamos metidos, lo sabes bien —le espetó Rinaldi.

—Lo sé, señor.

—Tenemos todo listo para abandonar el barco cuando llegue a tierra —dijo uno de sus hombres al acercarse a ellos.

—Gracias, José —le respondió Aivor—. Puedes retirarte. Avisa que habrá un anuncio hoy en la noche en la bodega.

El tipo asintió y se marchó.

—¿Atacaremos el miércoles? —preguntó Antoni.

—Sí, si nada sale mal o no hay algún contratiempo, sí. —El semblante de Rinaldi cambió por completo.

Los pies les temblaron a los hermanos. Si no ganaban, de nada habría servido todo lo que hicieron. Era la batalla definitiva, la que dividía su gloria de su fracaso.

 

—¡Atención! —Gritó Aivor, colocándose de nuevo encima de unas cajas de la bodega, Antoni, Giancarlo y Rinaldi estaban junto a él—. Todos estamos aquí con un mismo objetivo; La victoria. ¡Pelearemos por aquellos quienes nos han dado una vida que jamás imaginamos que podíamos tener! ¡Pelearemos por aquellos que ya no están y fueron asesinados a sangre fría por los Florenci y sus aliados! ¡El miércoles será el día definitivo! ¡Esa noche iremos directo a donde se escondan esas ratas y acabaremos con la plaga desde la raíz! ¡Esto no es tan sólo por los D’angelo! ¡Esto es por toda la gente que muere siempre por cobardes traicioneros! ¡Daremos un mensaje al mundo entero! ¡Que todas las acciones tienen sus consecuencias! ¡Y que nunca olvidamos lo que nos hacen! ¡Duerman bien esta noche y la de mañana! ¡Que de lo que estamos por hacer se cantarán canciones! ¡Se escribirán libros! ¡Y quedaremos marcados en la historia de Italia y del mundo entero! ¡La Mafia D’angelo No Olvida!

Todos en la bodega comenzaron a gritar, silbar, aplaudir y hasta saltar, incluso a Jacob se le puso la piel de gallina.

Estaban por hacer algo inolvidable.




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