Los Hermanos D'angelo [ahora en físico]

Epílogo.

Jacob estaba esperando en el muelle a que el Avanti Nel Futuro partiera de nuevo a Estados Unidos. Habían pasado ya dos días desde el ataque y aniquilación de los Florenci.

—Creo que sólo nos queda dar las gracias por la ayuda —le dijo Giancarlo.

—Ni me lo repitas, no supe por lo que peleaban hasta que me puse en sus zapatos.

—Imagino que por cosas así hace décadas salió la dichosa frase.

—Creo que sí —dijo. Tenía varios rasguños en su cara y manos. La batalla lo había dejado tocado.

—Cuando vuelvas a Estados Unidos todo mundo te dejará en paz —le avisó Rinaldi.

—Lo agradezco, señor. Me complace saber que de nuevo está en casa, en su verdadera casa.

—Gracias, muchacho, ahora anda y ve, que el barco zarpará pronto.

—Adiós, señores —se despidió y comenzó a subir las escaleras hacia el carguero.

Antes de llegar a la cima miró hacia atrás, a la lejanía estaba Antoni recargado en una caseta. Se mantuvieron la mirada unos segundos y finalmente Antoni asintió con la cabeza, a lo que Jacob respondió de la misma manera.

Tenía la paz que necesitaba.

El barco zarpó y ya había estado navegando por más de media hora cuando Jacob se acercó a la proa, sacó su grabadora de voz y la miró detenidamente unos minutos.

—Todo en la vida te da una lección —dijo cuando la encendió y comenzó a gabar—, la sociedad nos tiene acostumbrados a querer diferenciar los buenos de los malos, el blanco del negro, las buenas acciones de las malas. Pero no siempre se tiene una verdad absoluta, no se sabe el contexto que hay detrás de cada vida, de cada persona, de cada historia. La lección que esto me ha dejado es clara… Ni los buenos son tan buenos, ni los malos… son tan malos... —Oprimió el botón de parar la grabación y lanzó la grabadora al mar.

Soltando con ella la espina que tenía clavada desde Montana.

 

—¿Qué pasó con las demás familias? —preguntó Antoni en cuanto llegaron a su casa—Es decir, los Santoro, los Bianco…

—De hecho creímos que estarían defendiendo a los Florenci, pero no son más que una bola de cobardes que corrieron como ratas. Ya mandamos a un grupo de hombres comandados por José a cazarlos. Para antes de que termine la semana estarán muertos.

—Salud por eso, Aivor —celebró Rinaldi.

—Por cierto, el señor Giancarlo ha superado por fin su necesidad de psiconauticos, señor.

—Las buenas noticias no paran —festejó Rinaldi—, ¿dónde está?

—Se fue a la plaza de la ciudad, quiere conocer chicas italianas.

—Es un cabrón —declaró Antoni.

—Lo logramos —dijo Rinaldi mientras veía a los ojos a Antoni.

—Lo logramos, señor, por mis padres.

Rinaldi asintió con una gran sonrisa en el rostro.

 

En su habitación, lo estaba esperando Anne, con un vestido rojo puesto.

—Te dije que todo saldría bien…

—Me lo dijiste, cariño —dijo ella mientras se acercaba a él.

—Al fin podemos vivir en paz —susurró Antoni en su oído

—Los mafiosos nunca están en paz —declaró Anne mientras acercaba sus labios a los de él.

—Para mí… Esto es paz…

Se dejó llevar por la pasión, besando a su próxima esposa y dejándose caer en la cama.

Los D’angelo habían vengado a sus padres.

Los Hermanos D’angelo estaban en la cima.




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