El comentario de Chase aún flotaba venenoso en el aire cuando la puerta del despacho se abrió con un golpe seco.
—¡Suficiente! —tronó la voz grave del director, con la autoridad de alguien acostumbrado a ser escuchado.
Detrás de él entró Demioz. Su silueta se recortó contra la luz del pasillo: alto, firme, con ese porte que imponía respeto sin necesidad de palabras. Sus ojos, intensos y oscuros, se clavaron de inmediato en Selene. La dureza en su expresión se suavizó apenas un instante, revelando preocupación.
El ambiente se tensó de golpe.Reid masculló entre dientes, cruzando los brazos con fastidio:—Genial… lo que faltaba. El imbécil pelirrojo.
Chase, con una media sonrisa venenosa, no perdió la oportunidad:—Oh, miren… el demonio vino por su joya preciosa.
El director William lo cortó de raíz:—Señorita Belial, puede retirarse. He hablado con su tutor, el señor Neberiuz.
Selene parpadeó, sorprendida. Instintivamente llevó el pañuelo a la frente para cubrir la herida, pero la sangre seca ya la delataba.
Reid se tensó de inmediato. Cerró el puño sobre su rodilla, sus nudillos blancos, sin apartar la mirada de Selene. Cada fibra de su cuerpo gritaba que se interpondría entre ella y cualquiera que se atreviera a tocarla.
El director avanzó unos pasos, su ceño fruncido recorriendo la sala como látigo.—¡Collins! ¡Garwin! Ya estoy harto de ustedes dos.
Chase se encogió de hombros, con falsa inocencia, pero la sonrisa insolente seguía prendida en sus labios.
Demioz, ignorando las provocaciones, se inclinó hacia Selene con una calma que resultaba extraña en alguien como él. Con un gesto casi delicado, le tomó la barbilla y la obligó a mirarlo. Sus ojos fríos se oscurecieron al ver la herida.
—¿Quién fue? —preguntó en voz baja, aunque todos sintieron el filo en sus palabras. Su mirada ya había pasado fugazmente entre Reid y Chase, como si pudiera adivinar la respuesta.
Selene tragó saliva.Sintió el peso de todas las miradas sobre ella, pero se enderezó con orgullo, ocultando la vulnerabilidad bajo una máscara serena. Con suavidad apartó la mano de Demioz de su rostro y desvió la mirada.
—No es nada grave —dijo firme, aunque su voz llevaba una tensión apenas contenida—. Solo fue un accidente.
Demioz la sostuvo la mirada un instante más, como si pudiera leer más allá de sus palabras.Luego suspiró, resignado.—Eso espero… —murmuró.Enderezándose, extendió un brazo hacia ella—. Vamos, mea bella smaragdi. Vienes conmigo.
Su tono no admitía discusión alguna.
El director asintió, complacido de librarse de aquel nudo de tensiones, y se volvió hacia el resto.—Espero que aprendan. No quiero verlos otra vez en mi oficina por peleas absurdas.
Mientras Selene recogía su mochila, Chase no pudo resistirse: soltó una risa baja y venenosa.
—Qué pena, Seli… parece que ya no podremos jugar. El demonio feroz vino a tu rescatarte. Qué aburrido.
La sonrisa se le congeló cuando Demioz giró la cabeza hacia él. Sus ojos eran dos cuchillas heladas.
—Cuidado con tu tono, Collins —dijo con calma gélida—. No siempre tendrás un director que te saque de los problemas.
El silencio que siguió fue tan pesado que el golpeteo del viejo reloj de pared se volvió ensordecedor.
Demioz se volvió al director, con una sonrisa seca y peligrosa.—¿Qué le parece si yo me encargo de estos niños inmaduros? No vale la pena que le hagan perder su tiempo.
El director respiró hondo, cansado.—Conozco sus tutores, señor Neberiuz. Si quiere, llévelos. Tal vez les haga bien una charla seria antes.
Demioz asintió con satisfacción.—Oh, la tendrán no se preocupe.
William, aliviado, tomó unos documentos de su escritorio.—Bien. Ya es tarde y tengo pendientes que revisar. Están libres… pero escúchenme bien: espero que se enderecen y se conviertan en ciudadanos de provecho. Como el señor Neberiuz.
Con eso, el director salió del despacho, dejándolos solos bajo el peso de la presencia de Demioz.
El silencio era espeso, como si las paredes mismas aguardaran a que alguien rompiera la tensión. Todos se voltearon al mismo tiempo, tensos, cuando Demioz dio un paso al frente. Su sonrisa ladeada tenía ese matiz inquietante: calma en la superficie, peligro en el trasfondo.
—Bien —dijo con voz firme, casi imperiosa—. Los tres, vienen conmigo. Ahora.
Reid arqueó una ceja y bufó con desdén.—No lo creo, pelirrojo. ¿Quién te crees, mi padre o algo así?
Selene lo interrumpió con calma, aunque su tono llevaba filo.—Te agradezco que vinieras a sacarme de detención, Demioz. Pero ya puedes irte. Le enviaré un mensaje a Ty para que venga por mí.
Chase, con esa sonrisa burlona que nunca se borraba, se apoyó en la mesa.—Ya escuchaste, a Seli. Aquí no pasó nada… ¿o estoy mintiendo?
Selene le respondió solo con una mirada helada, suficiente para clavar un puñal invisible en su ego.
Demioz no se movió. Sus ojos brillaron con un destello de amenaza.—No me interesan sus objeciones estúpidas. Los tres… vienen conmigo.
— Chase con sorna, caminando hacia la puerta—. Dijo no me apetece nos vemos luego, viejo amigo.
Pero Demioz se interpuso, su sombra alargándose en el suelo.Ladeó la sonrisa, esta vez más peligrosa.—Sabes, Collins… no estoy de buen humor hoy. Y te conviene no empeorarlo.
Selene soltó un suspiro cargado de frustración, cruzando los brazos con impaciencia.—Vamos, Demioz. Esto es absurdo.
Demioz no parpadeó. Su mirada se deslizó hacia ella con la frialdad de una amenaza contenida.—Vamos, Smaragdi. Sé una chica buena—dijo con voz suave pero cortante—.Y Diles a Garwin y a Collins que les conviene no contradecirme. O habrá consecuencias. Sus ojos se clavaron en Chase, como dos cuchillas afiladas.
Chase tragó saliva. Aunque su sonrisa permanecía en su rostro, el brillo en sus ojos se apagó por un instante. —Bien… si insistes tanto. ¿Qué se le va a hacer?
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Editado: 02.09.2025