Los hijos de las estrellas

Capítulo III: El Reino de la Prosperidad

 

—Gran Madre, Diosa de la Luz, ilumina nuestros caminos. Ilumina nuestra mente, nuestro corazón. No dejes que la avaricia y la venganza envenene a nuestra razón, a nuestro cuerpo. Gran Padre, Dios de la Vida, ayúdanos a abrirnos paso a la verdad, ayúdanos a tener la fuerza para enfrentar a la adversidad, ayúdanos a no caer en el pecado. Ayúdenos, Padres de la Existencia y Prosperidad, Ayúdenos por favor...

Arrodillada en el suelo, con las manos entrelazadas y su frente en estas, una mujer estaba rezando.

—Gran Madre, Gran Padre, guíanos al sendero de la verdad... Gran Madre, Gran Padre, tengan misericordia de nosotros...

El pecho de la mujer se hacía grande y pequeño. Tenía su boca ligeramente abierta.

—Apiádense de nosotros. Apiádense de nosotros... Amen

La mujer terminó de rezar. Con dificultad, se levantó y miró hacía el vitral de la Luna y la Tierra dentro de la Capilla. Camino por el pasillo estrecho y salió de ahí.

Una tristeza se apoderó de su cara cuando lo único que veía era a soldados por todos lados, preparándose para la siguiente batalla.

Que tristeza habitaba en su corazón. Apenas recordaba cuando era una niña y la armonía era lo único que reinaba por completo. Pero ahora, sólo reinaba en su memoria.

La vieja mujer con su bastón empezaba a caminar en medio del patio mientras los soldados llenaban carrozas de armas que pudieran servirles en la batalla. En otra carroza, estaban las raciones de comida y agua.

La anciana subía una larga escalera, apoyando una mano en la pared y la otra en su bastón. Los años no pasaron en vano sobre ella.

Apoyó el bastón en una pequeña piedra que estaba sobresaliéndose del escalón y sólo ocupaba la fuerza de la señora para salirse de este. La mujer estuvo a punto de encontrarse con el suelo de no ser que unas enormes manos de hombre la tomaron de los brazos antes de caer.

—¡Oh! ¡Oh!- Gritó la mujer y elevó su mirada –¡Octavus!

—¿Por qué no entiende que no puede ir a rezar sola, Dama Eira? ¿Será que no nos cree cuando nos preocupamos por su seguridad?— Un hombre alto, de al menos 40 años, de melena castaña clara, barba del mismo color y ojos color ámbar llamaba la atención de la señora con un tono de voz suave.

—¡Oh! Tonterías, esto ya lo tenía bajo mi control- La mujer, que cubría la mayor parte de su cuerpo con un vestido de manga larga y un velo en su cabeza, sólo dejaba ver su cara y sus ojos cafés.

— Dama Eira, no es por faltarle al respeto, pero vi lo que pasó y le aseguro que lo que usted me dice no fue lo que vi. Estuvo a punto de encontrar su cara contra este suelo de piedra— Octavus pisó tres veces el suelo para hacerle saber a la mujer que hubiera sido doloroso caerse.

—Pues estas mal de la vista. ¡Tengo 89 años y veo mejor que tú!

—No lo dudo Dama Eira, pero la siguiente vez que planee ir a rezar, dígale a alguna de las Duquesas o Doncellas que la acompañe— La tomó del brazo y la ayudó a subirse las escaleras, una vez en el piso donde ella deseaba estar, la acompañó a hasta su cuarto.

—¿Las Duquesas o Doncellas? Oh no. Están demasiado ocupadas coqueteando con los soldados. No sé porque intentan buscar un marido en ellos, esas muchachitas deben de tener presente que si se casan con un soldado es igual a una viudez prematura

—Dama Eira, no dudo lo que dice, la guerra es cruel y espantosa, pero debe de entender que las Doncellas han sido criadas para eso— Caminaban a paso lento, pero a Octavus no le importaba, le gustaba escuchar a la Dama Eira, era una mujer muy sabia, llena de consejos e historias.

—He he confesarle que no reniego de su actitud, he sido joven alguna vez en mi vida— Eira sentía la pesadez de la vejez cuando dejaba caer el peso de su cuerpo en el bastón y sentía la delicadeza de Octavus al llevarla a arriba –Pero aún hay cosas que puedo hacer. He hecho esto miles de veces, sólo tuve un fallo

—Fallo que pudo costarle caro Dama Eira

Los dos llegaron al pasillo y caminaron hacía la habitación de la Dama Eira.

—¿Por qué no pidió ayuda a Dalia?

—¿Dalia? ¡Por favor Octavus! ¡A Dalia sería la última mujer! Que digo ¡La última persona en pedirle un favor!

Octavus se encogió de hombros al escuchar eso.

—Además, Dalia está muy ocupada intentando cortejar al Príncipe Helios, por supuesto. No creo que pierda su tiempo en esperar a una vieja fanática rezando mientras ella puede ir tras la retaguardia del Príncipe. Ella una vez me confesó que haría todo lo posible por volverse la dueña de algún reinado, y que no importaba el precio de hacerlo, ¡Qué mujer más bárbara! Espero equivocarme de ella alguna vez

Octavus continuó ayudando a Eira a guiarla por los pasillos, pero sentía una vergüenza crecer en su pecho.

No le gustaba admitirlo, pero cuando Eira se refería a Dalia (Su hija) de esa manera, era porque tenía razón.

—¿Y Lilium? ¿Qué hay de Lilium?



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En el texto hay: luna, aventura, fantasia

Editado: 27.07.2019

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