Después de una fría despedida con sus padres y que estos ultimaran algunos detalles con el director, en privado; los chicos entraron a las instalaciones de Nuestra Señora de las Tierras.
—Les presento a la profesora Cerretti, ella es una de los encargados del área artística en el colegio, y también recibe a algunos de los nuevos alumnos —les dijo una de las secretarias.
Los chicos miraron con desdén a la mujer, quien no dejaba de agitar la mano con una enorme sonrisa, digna de un comercial de televisión. De hecho, la joven de no más treinta años parecía ser la representación gráfica del estereotipo perfecto de mujer de los sesenta, con su tieso peinado a causa del aerosol, su collar de perlas rosas, apenas lo suficientemente largo para no estrangularla y con su vestido de campana amarillo chillón con flores azules, y sobre este un delantal blanco, limpio y pulcramente planchado.
—Mi nombre es Cecil, y como ya dijo amablemente la muchacha, seré la encargada de explicarles cómo funciona la sociedad que impera en Nuestra Señora de las Tierras. Por favor síganme —La mujer se dio media vuelta y echó a caminar con pasos cortos, mientras sus tacones hacían un sonido rítmico contra el piso de mármol.
—¿Solo nos guiará a nosotros tres? —preguntó Gabriel.
—Nos gusta ofrecer un servicio personal, para que todo quede claro, así que yo los guiaré a ustedes y otros profesores guiarán a otros pequeños grupos de alumnos.
Cecil los encaminó hasta el patio interior, que era muy similar a una plaza comercial, con una enorme fuente en medio, de la que salía imponente, la imagen de una mujer, muy similar a una virgen. Maceteras estaban colocadas estratégicamente, con arbustos pulcramente recortados y en varios locales se leían nombres de restaurantes, tiendas diversas y algunos más de entretenimiento.
—Creo que este lugar no me parece tan malo —exclamó Pierre, echándole el ojo a una tienda de ropa.
—Esta, jovencitos, es la plaza conocida como el jardín Esmeralda. Aquí podrán pasar gran parte de sus recesos y fines de semana.
—¿Y todo esto es gratis? —preguntó Gabriel, emocionado.
—¡Ay, pequeño flanecito! ¿Qué lección se te estaría inculcando si todo se te diera gratis? —reflexionó la mujer, dirigiendo sus ojos intensamente azules al chico—. Crecerías siendo un muchacho arrogante y despilfarrador.
Julius soltó una sonora carcajada, asustando a la maestra.
—¡Que tarde llega su consejo, maestra!
—¡Oh!, tal vez el consejo llegó tarde, pero la solución viene justo a tiempo. Síganme —pidió, dando media vuelta y dirigiéndolos a una zona grande y verde donde había tres enormes edificios, muy similares a hoteles.
En el más grande se leía con reluciente letra dorada "Palacio Alfa", el segundo en tamaño tenía letras plateadas y no tan grandes: "Mansión Beta" y el último y más pequeño, en insípida letra negra se leía "Casa Omega".
—En esta escuela creemos que es más fácil incentivar a los niños, premiando su esfuerzo que castigando su ineficiencia, así, que entre más se esfuercen, mejor será su estilo de vida aquí.
En ese momento un grupo de cuatro alumnos salían alegremente del palacio Alfa, pero al ver a la profesora Cecil, dieron media vuelta notoriamente asustados y regresaron al edificio.
—Creo que esta perra es de cuidado —susurró Julius en voz baja a sus hermanos.
—¡¿Qué dijiste?! —gritó Pierre con una sonrisa—. ¿¡Qué la perra de la maestra qué!?
Cecil volteó a verlos con una sonrisa, por lo que Julius tuvo que contenerse las ganas de golpear a su hermano.
—Los privilegios se otorgan de acuerdo a dos factores, la fraternidad a la que pertenecen y el número de créditos que puedan pagar. —Al decir esto, Cecil extendió tres tarjetas de crédito a los chicos, pero en lugar de tener el nombre de algún banco, se leía el nombre de la escuela.
—¿Nos pagaran por estudiar aquí? —preguntó Gabriel, emocionado.
—¡Así es! —exclamó la maestra, dando pequeños aplausos de alegría—. Procuren no perder sus monederos electrónicos, porque, aunque es muy fácil reponerlos, los créditos que tengan se perderán. Ahora mismo contienen seiscientos créditos cada una, es para que vayan al jardín Esmeralda y compren sus uniformes. Cada uno les costará trescientos créditos.
Los trillizos no pudieron evitar poner cara de decepción, mismas que no pasaron desapercibida por la maestra.
—Oh, no se preocupen, merenguitos. Obtener los créditos es sumamente fácil —Cecil sacó de su delantal un aparato muy similar a un datáfono y tomó con delicadeza la tarjeta de Pierre, la pasó y tecleó suavemente un seis y dos ceros, seguidos de una tecla verde.
—Listo, ahora tienes mil doscientos créditos —dijo, guiñándole un ojo.
—¡Y la magia de Pierre se hace presente! —canturreó el chico en voz baja.
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Editado: 09.01.2021