—¿Disculpa? —preguntaron Pierre y Diáspora al unísono, ante el inoportuno comentario de Anetta.
—Tú ya sabes de qué va esto —contestó la morena—, y si tú no estás enterada —dijo señalando a la castaña—, debes saber que soy la escolta de este niño malcriado, y él no va a ir a ningún lado sin mi compañía.
Diáspora se limitó a ponerse de pie y dirigirse a la puerta con cara de asco.
—Luego hablamos, Piercito travieso, y me explicas que es lo que esta desagradable omega intenta decirme.
Ni Pierre ni Anetta dijeron nada, hasta que ambos estuvieron seguros de que Diáspora estaba suficientemente lejos.
—¿Qué es lo que pretendes? —le gritó Anetta con voz quebrada—. ¡Se supone que aceptaste declarárteme en público si recuperaba tu estúpido anillo!, ¡y nada más me doy la vuelta y ya estás de ofrecido con otra chica!
—Alto ahí —advirtió Pierre, poniéndose de pie, el suelo frio de la habitación le hizo estremecerse en escalofríos—. Me chantajeaste para buscar mi anillo; y si, admito que esa sortija es muy importante para mí y la quiero recuperar a cualquier costo, pero eso no significa que tú me gustes o que, si me declaro, vaya enserio. Además, aunque me gustaras, que no es así, yo no soy hombre de una sola mujer, las féminas son el más grande tesoro que hay en la vida y no me voy a conformar con una sola.
—¡Eres un puberto depravado! —gritó Anetta—. ¡Hablas como si tuvieras cuarenta años y no tienes más que quince! ¿Qué demonios te pasa?
—Odia al juego, querida, no al jugador —contestó Pierre con burla—. ¿Trajiste mi anillo? —Anetta buscó en su bolsillo, para después sacar la tan anhelada prenda y mostrársela—. Eres encantadora —anunció Pierre, caminando hasta ella, pero Anetta quitó la sortija de su alcance, volviéndola a guardar.
—¿Me crees imbécil? —preguntó la joven.
—Pues sí, algo.
—Si te devuelvo el anillo ahora, nada me asegura que cumplas tu palabra, así que no te lo daré, hasta el día en que me cites en el jardín Esmeralda y te me declares.
Pierre llevó sus manos a su dedo anular de forma instintiva, y con frustración, sintió su piel desnuda, sin nada que pudiera girar en ese dedo y hacerlo sentir mejor.
—¡No te lo compro! ¡Devélamelo ahora o no hay trato!
—Bien —contestó Anetta, volviendo a mostrar el anillo—, no hay trato entonces. —La chica puso la sortija en su dedo meñique, y la mostró con orgullo, aunque la sortija no pudo llegar más allá del nudillo.
—No la uses, cerda azabache. ¡Qué puto asco!
—Esta sortija se quedará en mi lindo dedo, hasta que tengamos una… ¡No!, tres citas y una cuarta donde te me declares. ¿Te quedó claro, “Piercito pendejito”? —aseveró la chica, imitando la voz de Diáspora.
—¡Te acusaré de ladrona! ¡Ese anillo es mío!
Anetta sonrió por tres largos segundos, luego, ante la mirada atónita de Pierre, su cara mostró la más honda de las tristezas y sus ojos comenzaron a emanar abundante llanto.
—¿Cómo cree usted, señorita Cecil que yo le iba a robar un anillo?, ¿con que propósito?... ¿este dice usted? No, este anillo lo tengo dese los diez años, era de mi padre y al usarlo, siento que una parte de él vive en mi, ahora que ya no está a mi lado. ¿Cómo puede ser tan cruel, tan perverso en cumplir su amenaza de intentar quitármelo, solo porque me negué a saciar sus sucias paciones? —El desgarrador relato de la chica terminó con un quejido acallado y unas últimas lágrimas.
—¡Qué demonios! —exclamó Pierre en voz baja, más sorprendido por el talento de Anetta para actuar, que por la mentira tan bien elaborada—. Bien, tres citas y una declaración, después de eso, me devuelves mi anillo y lo que pase contigo no me interesa.
—¡Trato! —aceptó Anetta, extendiendo su mano.
—Estás pendeja si crees que voy a tocar tu pesuña.
—Eres una persona despreciablemente odiosa —aseguró la chica, dándose media vuelta para salir de la habitación.
—Una última cosa, Anetta: ¿Cómo recuperaste mi anillo?
—Te daré tres opciones, una es verdad y las otras dos serán mentira —dijo la chica en tono burlón y volviéndose hacia Pierre:
—1. El anillo estaba junto a la ropa que te quitaron al llegar aquí, solo entre a la habitación donde estaba y lo tomé sin decirle nada a nadie.
“2. Yo te lo quité cuando aun estabas dormido y todo este tiempo lo he tenido conmigo. Hace rato fui al baño, no a buscarlo.
“3. No tengo idea de en donde esté tu anillo, este es otro, por eso no te he dejado verlo de cerca, para que no lo desconozcas y me lleves a esas tres citas.”
La cara de Pierre se descompuso en un rictus de verdadera preocupación al oír eso.
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Editado: 09.01.2021